Iris

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-¿Y entonces por qué luces así?-Preguntó Rick girando su mirada hacia Naya, quien estaba jadeando y se notaba el miedo en sus ojos, estaba pidiendo ayuda sin saberlo.

-Estoy bien, es normal que me sienta un poco mareada después de practicar, nada más.

Carl suspiró y miró a su padre quien se encogió de hombros, si ella le había dicho que no había nada de qué preocuparse, entonces le creería, sin embargo estaba consciente de que ella estaba ocultando algo, no le molestaba pero sí causaba ansiedad en su corazón.

-¿Nada más? Hace días que tienes golpes en el rostro, no duermes. Me preocupo por ti, nos preocupamos por ti.-Espetó el de ojos azules acercándose a la chica, acariciando su mejilla derecha, Naya evadió su mirada y negó con la cabeza.

-No deberían, estoy bien, no quiero ser una carga para ustedes.-Naya suspiró nuevamente y trató de relajar sus hombros, el peso que llevaba cargando era tal que un dolor punzante en los músculos de estos se hizo presente, el nudo en la garganta era cada vez más molesto y doloroso, como si tuviera enredado en el cuello un alambre de púas, que se encarnaba en su piel cada que se negaba a hablar de la situación.-Iré a ver a Judith.-Dijo después de un largo e incómodo silencio, donde Rick y su hijo se miraban mutuamente y luego a la de ojos verdes. Subió las escaleras y se encontró con la pequeña dormida en su cuna, hundida en un profundo e inocente sueño, no podía imaginarse cómo sería la infancia de la niña tratando de sobrevivir, aprendiendo a defenderse y sobre todo tener que estar preparada para la muerte de un ser querido, se le hizo un nudo en el pecho y para dejarla dormir fue hasta su habitación, en donde a puerta cerrada pasó la tarde entera leyendo, cantando y tocando la guitarra mientras trataba de despejar su mente, lo cual logró porque perdió completamente la noción del tiempo, era el anochecer, eso significaba que la reunión estaría por llevarse a cabo, le dijeron a Carl y a ella que por nada debían de salir de casa, debía acompañarlo, no podía dejarlo solo con su preocupación por su padre.

Bajó las escaleras y se lo encontró en la sala de estar mirando por una de las ventanas.

-Estás aquí.-Le dijo entre un susurro.

-No quería dejarte solo, deben estar llevando a cabo la reunión...

Ninguno de los dos tenía idea de lo que podía estar sucediendo fuera de esas cuatro paredes que los rodeaban, todo estaba en silencio y la señal de este solamente apuntaba a que algo malo estaba por suceder, nada podía estar tranquilo por tanto tiempo y menos cuando había una situación en la que ninguno estaba en paz.

-¿Crees que realmente logren echar a papá de aquí?-Preguntó Carl con el entrecejo fruncido, colocando su gélida mirada sobre Naya, quien rápidamente sintió cómo su corazón comenzó a palpitar con fuerza, el poder de su mirada era tal que era capaz de congelar cualquiera de sus miedos cuando la veía.

-Realmente lo dudo, saben que somos fuertes, y ellos débiles, en cierta parte les convenimos, los veo tan hipócritas como para protegerse ellos mismos y tenernos de carnada a nosotros.

-Te escuché tocar hace un rato, lo haces bien.

El calor se apoderó de las mejillas de la adolescente quien rápidamente desvió la mirada hasta el suelo y quiso llevar la mano a su cabello, el cual no alcanzó a tomar, estaba completamente acostumbrada a verlo caer por su pecho y descansar en su cintura que cada que se encontraba nerviosa jugaba con las finas puntas de este. Al verse atrapada en la vergüenza llevó la mano hasta su collar de plata con una letra N y asintió.

-Gracias, estuve practicando, haciendo memoria... Lo bien aprendido jamás se olvida, recordé unas canciones que me enseñó a tocar...-Hizo una pequeña pausa, desde el comienzo de todo no había tenido noticias de él, su paradero era incierto, no sabía si estaba vivo o estaba muerto, vivía con la esperanza de poder encontrarlo algún día.-...Papá.-Al terminar de decir aquello soltó un suspiro y levantó su cabeza en alto cambiando totalmente esa expresión nostálgica a una determinada, Carl se preguntó cómo era que podía cambiar de sentir tan rápidamente, cómo sus gestos hablan por sí solos, incluso llegaba a pensar que la bella joven era de otro planeta. El ojiazul se acercó a la chica y depositó un breve ósculo en su frente, sintiendo la suavidad de su piel, se separó y le dedicó una mirada empática para después ir hacia el segundo piso con Judith, con quien bajó las escaleras, la sentó en su regazo y junto a Naya trataron de entretenerse con la caja de música. Naya cantaba y hacía reír a la pequeña, Carl por otro lado le enseñaba cosas y hablaba con esta para enseñarle nuevas palabras.

Entre el peligro y el amor (Carl Grimes) [EDITANDO]Where stories live. Discover now