Soy Naya

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Ambos jóvenes se miraron con ojos curiosos, Naya pensaba la forma correcta para pedirle a Carl estar con él y su grupo, pero las palabras no salían de aquellos labios rosados y resecos. El silencio se apoderó de cada uno de ellos, dejándolos escuchando solamente el sonido de las hojas de los árboles chocando y de los pájaros cantando; pero Naya se armó de valor, y habló.

—¿Podría ir contigo?—Preguntó, esperando la corta respuesta del pequeño Sheriff, el cual soltó un suspiro pesado y adoptó una expresión pensativa... ¿qué pensaría su padre si lleva a alguien de aquella manera? ¿La mataría? no lo sabía, y eso era lo que le asustaba a Carl. Naya parecía una chica confiable, si aquello no fuera cierto, ya lo hubiera matado desde que lo vio en aquella ventana. Después de unos segundos debatiendo contra su mente desastrosa, le dio una respuesta a la hermosa chica de ojos verdes, quien lo miraba pidiéndole ayuda, con el entrecejo fruncido y las lágrimas a punto de salir de aquellos preciosos y aterradoras esmeraldas. Ella pedía ayuda a gritos, solamente que nadie la escuchaba.

—Sí, puedes ir con nosotros.—Dijo finalmente, causando así que la chica se limpiara las lágrimas y asintiera agradecida.

—Gracias...—Respondió Naya, poniéndose de pie para después extenderle la mano al de ojos azules, quien le regaló una sonrisa noble tras aquel agradecimiento.

—Siempre trataremos de ayudar a la gente que realmente se lo merece.—Dijo con tikmidez, aproximándose hacia la ventana para salir de aquella casa. Ambos jóvenes caminaron en silencio durante minutos,  sin embargo, Naya rompió el hielo para ganar confianza. 

—¿En dónde vivían antes?—Preguntó, mirando hacia el suelo, rogando para que Carl no sintiera vergüenza o descontento hacia aquella pregunta, pero este no dudó en responder a los pocos segundos de haber escuchado la pregunta. Carl era un poco más alto que Naya, lo cual la ponía aun más nerviosa sobre qué pensaba el chico acerca de ella y por qué se esforzaba tanto en ganarse su confianza. 

—Vivíamos en una prisión no muy lejos de aquí, pero sucedieron unas cosas, la gente murió y papá peleó casi hasta la muerte con el que destruyó todo. Ahora somos solamente él y yo, y para ser sincero, no creo que nuestros demás compañeros se preocupen en buscarnos tras lo que hizo él.—Respondió al fin Carl, analizando los lisos y largos cabellos de la chica a su lado, los cuales se movían con el aire y brillaban tanto que podían hacerle una larga y duradera competencia a los resplandecientes rayos del sol. Ella era preciosa, sin duda; no podía dejar de mirarla, quería ver la belleza que resguardaban sus ojos, pero la chica mantenía la mirada baja y una expresión penosa e insegura. 

Naya volvió a sus recuerdos de hacía tiempo, cuando caminaba por el sendero del bosque, se había encontrado con aquello que describía el joven a su lado, había caminantes por doquier y las personas detrás de la verja les mataban uno a uno, sin embargo no llegó a ver a Carl, según recordaba. Tal vez se había confundido de lugar, pero estaba segura de que había pasado frente a una prisión algo deteriorada pero habitable. 

—Yo llegué a pasar por una cárcel igualmente, sin embargo, no sé si era en la que tú vivías. Había gente aniquilando a cada uno de los mordedores detrás de la reja.—Dijo Naya con aire pensativo, tratando de recordar hasta el más mínimo detalle para poder contar con exactitud lo que había visto ese día, pero los recuerdos no se encontraban completamente claros y ordenados dentro de su cabeza. Incluso llegaban a ser monótonos. 

Carl no le respondió, pero asintió con la cabeza comprensivo. Después de aquello no volvieron a decirse ni una sola palabra, hasta que llegaron por fin a la casa en donde Carl se estaba quedando. Había dos caminantes delante de la puerta. Naya no se inmutó y les llamó con una sonrisa en el rostro. El de ojos azules no hizo más que quedarse mirándola nuevamente, si ya era hermosa con esa expresión seria, lo era aun más cuando sonreía, sus dientes eran rectos y brillantes.

—Vengan aquí, carne fresca.—Les dijo Naya, haciéndoles caminar torpemente hacia ella. Carl podría sentirse de la misma manera, su belleza era hasta un punto hipnotizante, si a él le estuviera llamando con aquella voz dulce y juguetona, añadiendo su hermosa sonrisa, sus ojos verdes, el caminaría perdido totalmente hacia ella, no había duda de eso. Un sonido fuerte lo sacó de sus pensamientos, Naya tenía en sus manos una daga color plateada entre su mano, ambos caminantes ya se encontraban en el suelo, derrotados por su belleza. 

Carl le agradeció y ambos entraron. A primera vista se encontraba el que parecía ser el padre de Carl, quien se encontraba profundamente dormido en un sofá. Estaba realmente lastimado, Naya se preguntaba cómo podía seguir vivo. El silencio reinó tras el pasar de las horas. Ninguno de los dos habló, ambos leían sentados en el piso, ligeramente separados uno del otro. Naya, un libro de fantasía, y Carl, un viejo cómic. 

Al ambos quedarse dormidos por la noche, sin darse cuenta, un gruñido se escuchó, el cual les hizo despertar de repente. El padre de Carl extendía su mano, por lo cual, su hijo tomó su arma y le apuntó, casi llorando. Pero el hombre volvió a quedar inconsciente. Carl explotó en llanto, por lo cual, Naya se movió apresurada al joven y lo rodeó con sus brazos.

—Todo está bien...—Le dijo, tratando de tranquilizarlo.

—Tengo miedo.—Respondió el joven, soltando el arma. 

Después de aquel momento, Naya calmó a Carl con su voz, cantándole. Él, obviamente se quedó atónito al escuchar aquella hermosa voz, ¿Por qué ella se estaba esforzando por hacerlo entrar en tranquilidad? No lo sabía, pero aquello era lo más lindo que habían hecho por él, y realmente lo apreciaba. 

Al despertar por la mañana, Naya se encontraba siendo amenazada con un arma en la cabeza, mientras Carl le suplicaba a su padre que la dejara en paz, el hombre, de los mismos ojos azules que su hijo, se dio la vuelta hacia él y comenzó a decirle lo peligroso que podría ser. Naya se quedó quieta, esperando a que el sujeto le hablara.

—¿Quién eres, y por qué estás aquí?—Le preguntó a la chica, por lo cual ella no dudó en responder.

—Mi nombre es Naya Iris Levigne Anderson, y estoy aquí en busca de un grupo y refugio, me encontré con su hijo, y él me dejó ir con él, soy alguien confiable, y si viniera a matar a alguien de ustedes, ya lo hubiera hecho sin dudarlo. 

—Te pondremos a prueba, chica. No creas que tu estancia con nosotros sea por mismísima lástima, veamos si cumples con tus palabras.—Dijo el hombre con severidad, soltando el arma y penetrando con la mirada a Naya.—Mi nombre es Rick Grimes. 







Entre el peligro y el amor (Carl Grimes) [EDITANDO]Où les histoires vivent. Découvrez maintenant