Luz de quimeras

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Mi mente acaba de quedar completamente en blanco. Era la última persona que podría haber esperado encontrar aquí. Atacando todo cuanto ahora quiero e intentando destruirlo. Por mi cabeza pasan un montón de ideas, pero ninguna me parece lo suficientemente buena. Mi corazón me grita que corra a sus brazos, y mi cerebro me dice que corra y huya de él. Ahora mismo ya no soy una persona, soy un remolino de ideas contradictorias que cambian en apenas milésimas de segundos. Me parece que llevo horas mirándolo, pero apenas ha pasado un segundo cuando siento calor en mi espalda. Al segundo pasa rozando mi mejilla un chorro de luz con la fuerza de un torrente que impacta bruscamente contra Yuri, tirándolo de bruces al suelo.

No se mueve, apenas puedo ver si siquiera respira, pero una mano agarra mi muñeca y me aleja de esa escena. Me giro y veo a Armin con la frente perlada de sudor, su cara es una mezcla entre apuro y extrañeza. Mueve la cabeza con fuerza, y tira de mi con fuerza. Corremos a toda velocidad, aunque no sé cómo mis piernas pueden soportar ir al mismo paso que las de Armin. Los mellizos no están, no recuerdo el momento en el que desaparecieron. Es la primera vez desde que llegué a la casa que salgo de ella, pero todo se me antoja bastante familiar.

Llegamos a una esquina donde nos escondemos. Me siento rendida apoyada en la pared, Armin se coloca delante mío en cuclillas y mirándome de forma muy rara.

- ¿Qué te ha pasado?- pregunta aun con la voz entrecortada.

No sé muy bien de lo que habla, y debe haber notado mi cara de duda cuando alza una mano y agarra un mechón de mi pelo. Lo planta delante de mis ojos, y pese a sentir como está unido a mi cabeza me quedo completamente perpleja al ver que es blanco. Blanco como la nieve que nunca he llegado a ver en realidad, blanco como la leche y como las nubes.

- Ha sido cosa de Sol y Luna ¿Verdad?- dice con semblante serio

Es la única explicación que soy capaz de dar a este repentino cambio de color de pelo. Una suave brisa comienza a azotarnos, y la mirada de inquietud de Armin me hace sentir que aún no estamos a salvo. Noto un escozor en mi mejilla derecha y al tocar siento como un fuerte dolor. Miro mis dedos y los encuentro llenos de sangre.

- ¿Esto te lo hice yo?- dice agarrando con cuidado mi barbilla- Te debí dar con el rayo de luz.

Se sienta en frente de mi colocando sus largas piernas a los lados de mi cuerpo. Tiene la mirada fija en la calle por la que hemos venido, pero al parecer no hay peligro. Juega con un par de bolas en sus manos, una blanca y otra negra. Les da vueltas y ese sinuoso juego de manos me resulta hipnótico.

Soy incapaz de moverme, noto mis músculos cansados, y mi mente aún más. Esta anocheciendo, no pensaba que hubiese pasado tanto tiempo, pero agradezco el poder descansar. Miro a Armin y me encuentro con que está completamente dormido. Tiene la cabeza girada hacia un lado y su cara parece la de un ángel completamente en paz. Poco a poco su pelo se va oscureciendo hasta verse completamente azul oscuro. Me quedo asombrada ante ese cambio, y como sabiendo que lo estaba mirando, Armin abre los ojos bruscamente. Uno azul y otro negro. Se levanta ágilmente y me tiende una mano para ayudarme a levantarme. Salimos a la calle principal, por la que habíamos venido, y nos la encontramos repleta de gente. Unas gigantes farolas iluminan en la oscuridad de la noche. Armin me agarra del brazo y caminamos tranquilamente como si nada hubiese sucedido hace apenas unas horas. Llegamos a una gran plaza, en medio de esta hay un gran rosetón. Caminamos hasta colocarnos encima de este, entonces Armin me coge de las dos manos. Lo miro a la cara, y lo encuentro sonriente como siempre. Comienzo a notar un calor a mi alrededor, y veo como una luz nos absorbe. Pero al contrario que en la casa, esa luz no es dorada, si no negra, como el azabache.

Despierto completamente descolocada, miro al techo y descubro que no está el techo de madera al que me había acostumbrado a mirar por las noches en la casa. Intento levantarme pero tengo todo el cuerpo completamente agarrotado, como si las fuerzas me hubiesen abandonado. Por fin consigo levantarme para comprobar que me hallo en una pequeña sala completamente de piedra, y que he estado durmiendo en el suelo. Intento salir por la puerta pero está cerrada con llave.

Llegué con Armin a este lugar ayer por la noche. Nos transportamos mágicamente cruzando un mural idéntico al de la plaza, pero de cristal. La sala a la que llegamos tenía una gran mesa con sillas a su alrededor, y unas cristaleras impresionantes. Armin apenas me miró cuando llegamos, me guio a través de unos largos pasillos cubiertos con una alfombra roja y dorada. La gente de aquella casa gigante nos miraba al pasar, e incluso algunos saludaban a Armin. Pero a mí me miraban, algunos con cara de asco y otros con miedo. Le eché la culpa a mi nuevo peinado, aunque en mi interior algo me decía que no era por eso. Llegamos a la sala en la que ahora me encuentro, apenas estaba decorada con una mesa y una silla. Armin me dijo que pasara ahí la noche que me vendría a recoger por la mañana. Mi cansancio era tal que no me importó que no hubiera siquiera cama.

No recuerdo que Armin cerrara la puerta con llave, pero debió hacerlo después por mi protección. En la habitación solo hay una pequeña ventana, me asomo y compruebo que aún es de noche. Hay un par de personas intentando calmar a unos caballos que se encuentran un poco alterados, y una mujer camina rápidamente con un vestido que claramente es demasiado grande para ella. No resulta muy interesante. Me siento en la silla, y apoyo mi cabeza sobre el escritorio, cierro los ojos un segundo y al segundo siguiente cuando los abro ya no me encuentro en el mismo lugar.

La habitación es como el doble de grande y está completamente decorada. En las paredes hay colgados tapices de llamativos colores. En el centro hay una cama con dosel de seda y por las grandes ventanas entra una cálida luz solar. Oigo unos golpes en la puerta, me acerco a ella e intento abrirla aun sabiendo que hace un segundo estaba cerrada. Logro abrirla, y por si eso no fuera suficientemente extraño, me lleno de completa perturbación cuando delante de mi veo plantado a Yuri. Mira hacia el suelo, pero alza la vista rápidamente, sonríe francamente y coloca una mano en mi cintura. Se mete dentro de la habitación, cierra la puerta con el pie y coloca sus labios sobre los míos. Puedo notar como sonríe mientras me besa.

- Ahora eres mía- susurra

Soy incapaz de entender que es lo que está sucediendo. La última vez que lo vi estaba tirado en el suelo inconsciente y posiblemente muerto.

Posiblemente muerto. Abro los ojos bruscamente al oír en mi mente esas palabras. Tengo la cabeza apoyada sobre el escritorio y el cuarto vuelve a ser el mismo que antes, completamente desangelado. Camino hacia la puerta dispuesta a abrirla, pero cuando tengo la mano sobre el pomo oigo unas voces.

- ¿Por qué la has traído aquí?- pregunta una voz femenina desconocida para mí.

- Su madre querría verla, ya lo sabes- ahora es Armin quien habla.

- Ella piensa que está muerta- suspira la otra persona- y es mejor que siga pensando eso. Además mucha gente la ha podido ver, ¿Qué pasará si se corre la voz?

- Tranquila, yo me encargué de cambiarle el color de pelo. Sin su característico color rojo nadie sabrá que es ella.

- Yo lo he sabido

- Tu siempre has sido muy inteligente- dice Armin con voz cariñosa.

Las voces se alejan y dejo de oírlas. Pero no se me olvida lo que he oído.


La casa de muñecas (En edición)Where stories live. Discover now