🪶CAPÍTULO 33: No existe alguien en quien confiar🪶

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Ambos observaron a las sirenas colocarse en medio del cenote y nadar en círculo, creando una especie de remolino, que lentamente comienza a tomar el color característico de los portales.

Las sirenas pegan su cuerpo a la orilla, y se sostiene con fuerza a ella, para no ser arrastradas por el remolino.

‹‹Ahora. ›› Dice un de ellas.

Ariel toma la mano de Calix y mira.

—¿Lista? —Duda, pero al final asiente.

Ariel toma la señal y tirando de ella, salta en dirección al remolino.

Su vista se tornó borrosa, por un breve momento, para luego sentir el impacto contra el suelo. Hace una mueca al intentar ponerse de pie, llevándose la mano derecha al brazo izquierdo en busca de amortiguar el dolor.

—¿Estás bien? —pregunta Ariel, acercándote a ella.

Calix lo evalúa de pies a cabeza en busca de una herida, pero parecer estar perfectamente bien.

—Me lastimé el brazo —menciona, al apartar la mirada de él.

Ariel se inclina más a ella y aparta el cabello de su rostro, algo que la incomodo, ante la aceleración de su corazón.

—Parece no ser lo único que te lastimaste —dice—. Te has golpeado la cabeza. Estás sangrando.

Al alejarse, siente un gran alivio, era demasiado asfixiante tenerlo cerca.

—Vamos, tenemos que lavarte la herida —tomándola de la cintura, la ayuda a levantarse, guiándola a la orilla del río a su costado.

La ayuda a sentarse en la orilla al llegar, para seguido sacar un pedazo de tela de la bolsa de su pantalón, y sumergirlo en el agua. Exprimiéndolo un poco, lo lleva a la cabeza de Calix, limpiando la herida. La chica hace una mueca ante el ardor provocado por el agua y roce de la tela.

—Deja de moverte —ordena el ángel, cada vez que Calix echa hacia atrás la cabeza para evitar el ardor.

—Arde —confiesa.

—Como es posible que arda, solo es agua —menciona.

—Las palabras solo son palabras, pero pueden ser el arma más letal —murmura—porque son las únicas que pueden desgarrarte el alma, corazón y mente al mismo tiempo.

Ariel deja de limpiar la herida y une su mirada a la de ella. Calix lo mira inquieta, había estado evitando hacer contacto con él, porque cada vez que sus miradas se unían, estando en una corta distancia, recuerdos la invadían, y hacían sentir abrumada, pues se sentía ajena a todos ellos, pero la emoción, esa que despertaba era verdaderamente asfixiante.

—Ariel...

Antes de que pueda decir algo, une sus labios a los de Calix.

La chica abre los ojos con sorpresa, quedándose inmóvil. Los recuerdos de su vida pasada probando sus labios, su calidez, la suavidad de ellos vienen a su mente, causando la sensación de estar a punto de caer en un abismo. Era demasiado asfixiante. Lo apartó con brusquedad, en busca de paz.

Calix pudo ver la confusión reflejada en el rostro del ángel. Como si en ese momento descubriera que no era quien pensaba. No necesitaba preguntar, para saber, que a quien pensó estar besando era a Azul, pero al abrir los ojos, la vio a ella, llevándose una gran desilusión.

—Deberíamos buscar un lugar para pasar la noche —dijo Calix, rompiendo el silencio.

—Tienes razón, está atardeciendo —dice Ariel mirando el cielo—. Y más vale que busquemos un lugar antes de que oscurezca, si no queremos ser presas fáciles para las bestias —la ayuda a levantarse

Mi Secreto: La Rosa De Cristal. (Libro I)⭐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora