🪶CAPÍTULO 2: El llamado de los ángeles🪶

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La puerta se abrió de golpe, provocando que el retrato sobre el buró a un costado de la puerta cayera al suelo, rompiéndose en mil pedazos.

Un joven de cabello negro, entro a la casa, cerrando la puerta tras él, para impedir que el aire helado tan característico de las lluvias de septiembre siguiera colándose en la casa.

Depositando las bolsas en el suelo, se inclinó y comenzó a levantar el desastre. Una gota de sangre cayó sobre el retrato, al no tener el cuidado suficiente al recoger todos los pedazos de cristal.

Tenía demasiado tiempo en la tierra, y este comenzaba a darle factura, quitándole lentamente su inmortalidad.

Limpio la mancha de sangre del rostro de la chica, recordando sus ojos azules, en donde pudo ver alguna vez el cielo y mar reflejados en su alma, un alma que brillaba más que el sol, y traía tanta paz como un atardecer teñido de bellos colores pasteles.

Tirando los cristales en el bote de basura, guardo el retrato en uno de los cajones del buró. Para seguido quitarse la chaqueta y colgarla en el perchero.

—¿Qué haces aquí? —Preguntó, al reconocer la esencia del intruso, la cual estaba impregnada en toda la casa y había percibido al entrar.

—A mí también me alegra verte, Ariel.

Ariel dirigió su mirada a las escaleras, encontrándose con un rubio de ojos azules y rostro perfilado.

—Preferiría que le dieras repuesta a mi pregunta, en vez de ser hipócrita —dice.

El sujeto desvió la mirada a la mano de Ariel, notando la sangre que brotaba de esta. Era un corte pequeño, que no debería tomar tanto tiempo en sanar, más lo estaba haciendo, porque al parecer, Ariel se estaba volviendo mortal, algo que no sabía si era bueno o malo para su plan.

—He venido porque los arcángeles convocan una reunión contigo —informa.

—¿Ahora resulta que quieren verme?, después de evitarme durante siglos —Pregunta con ironía. Ante el silencio de este, continuo—. Quieren algo de mí, ¿no?

El hombre solo se encoge de hombros, negándose a darle la razón de dicho citatorio.

—No iré, creo que ya han obtenido suficiente de mi parte —asegura Ariel, colgando su chaqueta en el perchero.

—Ariel, no te dejes manipular por el rencor que nos tienes, esta vez te conviene escucharnos y estar de nuestro lado.

—Me lo pensaré.

—No lo pienses demasiado, esto es importante.

—Si es tan importante, por qué no me lo dices ahora. Porque si mal no recuerdo, eres uno de ellos, Jofiel.

Mi Secreto: La Rosa De Cristal. (Libro I)⭐Donde viven las historias. Descúbrelo ahora