Enya Everdeen trabaja como enfermera en el Raigmore Hospital en Inverness (Escocia) cuando una noche llega a urgencias un hombre inconsciente y malherido, con ropas del siglo XVIII y, según los técnicos de ambulancia, hablando en un lenguaje extraño...
Me ha comido la lengua el gato, o mejor dicho, el felino depredador en el que se ha convertido mi marido.
Estoy más que dispuesta cuando oigo el cierre de su cremallera, los dientes metálicos abrirse uno por uno, y el sonido de anticipación que significa para mí el sonido del mío.
Ya estoy más que preparada y húmeda cuando se introduce en mi interior desde atrás. Jadeo cuando lo siento, mis paredes apretándose a su alrededor, proclamándolo como mío.
Suelta una maldición en gaélico entre dientes cuando está insertado en mí hasta el fondo.
-Cielo... Infierno... No sé bien cómo definirlo... Ambos a la vez... Mi perdición y mi aliento...- Susurra, como si los pensamientos se escapasen a borbotones de su boca.
La misma boca que muerde mi hombro, el cual ha quedado descubierto cuando el cuello ancho de la prenda ha bajado. Los dientes arañan mi piel al mismo tiempo que sale dolorosamente lento para, seguidamente, sus caderas chocar contra las mías.
Yo también suelto varios improperios entre jadeos.
El vaho que se escapa por los gemidos de ambos empaña las ventanas, aumentando la privacidad de la que ya gozamos por tener el vecino más próximo fuera del alcance de la vista.
Si alguien pasara por fuera, no vería nada, pero seguro que intuiría lo que ocurre cuando mi mano deja su impronta en el cristal opacado por nuestros alientos; cuando intento conseguir un sostén ante el choque de mis caderas contra la encimera, que las impulsa más profundo contra la pelvis de Jamie, y ese bamboleo continúa durante un buen rato, mientras la costura del pantalón me estimula con cada movimiento, como los sonidos y los dedos de Jamie clavados en mi carne.
El baile solo para cuando el orgasmo me recorre de arriba a abajo haciéndome temblar agarrada contra el borde de la pileta.
La constricción que hacen mis piernas y mi interior, oprimen a mi amante de una manera que no tarda en seguirme, con un gruñido desde el fondo de la garganta, con unas embestidas más lentas pero más profundas, impregnándose de nuevo en todo mi ser.
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Ambos saciados tras este ataque repentino de fogosidad (que, por otra parte, suele ser bastante común entre nosotros), salimos al exterior para recoger lo que necesito para el rito de Yule.
No tardo en notar la punta de la nariz encarnada como Rudolph.
Jamie me acompaña al bosque que se encuentra cerca del cottage para buscar un leño caído con el que hacer la hoguera de Yule.
Parece estar esperándonos en un lugar no muy alejado de la linde, rodeado de musgo y ramas secas.
Recogemos el tronco cada uno por un extremo, después de que yo haya recogido algunas hierbas para quemar junto al leño; también llenamos los bolsillos de muérdago, gentilmente cedido por un centenario y majestuoso roble. Acebo y sus preciosas bolitas rojas, le hacen compañía para formar pequeños ramilletes.
