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Por instinto me cubro la cara, en defensa de un ataque que no llega.

—¿Qué esperas que vaya y te recoja?

Tiene las manos en jarras.

No se toma en serio esta pelea. Maldición. Estoy perdiendo contra una idiota que no pone todo su empeño.

Me pongo en pie. Subo la guardia.

Es superior en el intercambio de golpes. Tengo la ceja partida. Y ella aún no sangra.

Sus puñetazos son sobrehumanos. Debo evitarlos a toda costa.

—¿Vas a atacar o qué?

Silencio. Sonríe.

—Eres más débil de lo que pensaba.

Se deja venir contra mí como un toro. Lanza una cornada tras otra. Esquivo algunos golpes. Otros trato de bloquearlos pero su poder rompe mi defensa. 

Un puño entra con todo a mi cara. Y toda mi cabeza se sacude a cámara lenta.

No puedo mantener la guardia. Golpea mi pecho. Rujo de dolor. Golpea mi estómago y vomito sangre.

Golpea mi hígado y caigo a la lona de nuevo. Me retuerzo de dolor.

Ella cruza sus manos sobre su pecho.

—Lo dicho, búscate un marido y vuélvete ama de casa.

Apenas logro respirar y fuerzo a mi cerebro desoxigenado a encontrar un punto débil en ese bulldozer escandinavo.

No lo tiene. O tal vez sí lo tenga.

—Bueno, es obvio que mi peleadora ya ganó —es Matt.

Dirijo mi borrosa vista a él. ¿Acaso no le importa que esté moribunda en este momento?

Analizo su cara. En busca del mínimo sentimiento de preocupación. Y encuentro ruego en su mirada.

Sonrío. Él lo sabe. Me conoce. Sabe lo terca que soy. Sus ojos me suplican que no me levante.

—Esto aún no se acaba.

Mi rival exhala un asombro.

Todo lo que debo atacar es su punto débil. Debo llevar la pelea al terreno en el cual la supero.

No espero más, me lanzo contra ella en una ofensiva suicida. Intercambiamos puñetazos. Codazos. Patadas. Su puño impacta en mi cara y el mío en la suya.

Los puñetazos se convierten en rayos llenos de furia.

Por primera vez la lucha parece estar empatada.

Reúno todo mi poder en mi diestra y penetro la defensa de sus antebrazos.

Hago retroceder a ese tren. No me creía capaz. Y se pone furiosa al ver mi sonrisa.

Lanza un bufido y viene con todas sus fuerzas contra mí.

Sus puños son rápidos y poderosos. En un segundo ha roto mi defensa una vez más y sus nudillos comienzan a dañarme.

Resisto lo más que puedo pero un derechazo a la mandíbula me impacta. Me voy de lado sobre mi diestra, mi ruta es la lona.

Sonrío. Aprovecho ese movimiento de trompo provocado por su puño para convertirlo en un ataque. Mi carta de triunfo, mi patada giratoria.

Por su arrogancia tiene la guardia baja, cuando advierte mi ofensiva ya es demasiado tarde.

¡PLAASH!

Mi pie golpea su nuca como un hacha sobre un tronco. 

Sus ojos se blanquean.

Se desploma como un gran roble.

Miénteme A Ver Qué  Te PasaWhere stories live. Discover now