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En unos segundos estoy discutiendo con ella.

Está molesta por usarla para presumir, por querer divulgar como es en la intimidad, por ordinario.

Le insisto que solo lo hacía para dañar a ese gorila, porque lo detesto. Pero ella no entiende de razones.

Una vez perdido, contraataco. 

—Soy yo el que debería  estar ofendido por la triquiñuela  que acabas de jugarme.

Me coge por el cuello. Y me atrae hacia sí. 

—Desaparece de mi vista.

Más tarde.

—¡Te la metió! —dice dando brincos en la cama.

—¡Shhhh! Cállate, Linda. Los vecinos te van a escuchar.

—Es que estoy tan contenta de que por fin te la hayan metido. 

Linda rompe en llanto. Santos cielos.

Me abraza.

—Qué rápido pasa el tiempo. Ya eres toda una mujer.

¡Pero si le llevo ocho años!

Calma su llanto.

—¿Qué posición te gustó más? ¿probaste la vaquera invertida?

Me pongo colorada.

—Ignoras lo importante. Iba a contarle detalles de… De… De lo que hicimos a McGill. Eso no tenía que hacerlo.

Se encoge de hombros.

—Y tú tampoco tenías que tenderle esa trampa.

—Bueno, él tiene un gran poder deducción. No creí que cayera. Solo acepté para que McGill dejara de molestar.

—Entiendo, ¿y no crees que no dedujo la trampa porque confía tanto en ti que ni por un momento pensó que tú podías engañarlo?

—¿De qué lado estás? Se supone que eres mi amiga.

—¿Diana, no has visto Nat Geo Wild? Son machos. Son territoriales. Y tú eres la hembra. Matt marcaba su territorio y McGill quería recuperar lo que creía que era suyo.

—McGill no…

—Diana, por favor. Ese madurito siempre ha babeado por ti. Y el tipo está como quiere. Pero en unos años su pistola no tendrá pólvora. Y Matt por otro lado es una ametralladora.

Se muere de la risa.

Entro a uno de mis departamentos.

Ya cayó la noche. He tenido un día duro. El atentado. La persecución. La pelea con Diana. Y luego a la productora. Estuve a punto de despedir a la mitad de los guionistas.

Me sirvo un trago.  Enciendo la TV. Pongo el noticiero.

Necesito un cigarrillo.

—¿Qué?

—La Señorita Evans está aquí —dice mi escolta, con sus dedos en el auricular de su oído.

Abro la puerta. Y ahí está ella. Pequeña. Rubia. Dulce y linda.

—¿Qué haces aquí? —digo con una sonrisa obligada.

—¿Puedo pasar?

—Ehhhh…

—Entonces es cierto.

—¿Qué cosa?

—Estás saliendo con esa bárbara.

—No estoy saliendo con nadie con ese nombre, que yo recuerde.

—Tan gracioso como siempre.

Se cuela por debajo de mi brazo.

Miro el pasillo. Espero que ella no esté observando.

Cierro la puerta.

—Escucha, no me lo tomes a mal pero sería mejor que te fueras. Si tu padre se entera…

—Mi padre ya sabe que nos hemos acostado.

Mi escolta se aclara la garganta.  Y en seguida desaparece con rumbo a la cocina.

Vuelvo a las palabras  de la chica. Su padre lo sabe. Se me viene el mundo encima.

Miénteme A Ver Qué  Te PasaWhere stories live. Discover now