4

707 25 4
                                    

—Olvida que nos viste aquí. 

Sonríe  maquiavélicamente. 

Se retira. Las puertas se cierran.

Entro a la habitación  de Matt. Sus paredes son ventanales. El faro.

Es una estancia vacía, con apenas una cama en el centro.

Matt está sentado en el colchón. Recién  duchado y rasurado. Lleva apenas un pantalón.  Todo su torso está  desnudo.

Matt, este es el momento  donde  la heroína se rinde a los brazos de su coprotagonista.  Me gustaría  decirle.

—Diana, es mejor que te vayas.

¿Qué? ¿me está echando? ¿es que no quiere estar conmigo?

Estallo en llanto. Llena de ira. Le reclamo. Estoy harta de que juegue conmigo. Que  primero se desviva por conquistarme y luego salga con una idiotez.

—No soy bueno para ti.

—Eso me corresponde a mí decidirlo. Deja de pensar por las otras personas, deja de intentar que se sometan a tus designios. Déjalos elegir.

—¿Y tú? ¿qué eliges?

Me quito la blusa. Me desabrocho el pantalón y me lo quito.

Su cuerpo es perfecto, piensa Matt.

Estiro mi mano. Alcanzo su abdomen con la punta de mi índice. Trazó círculos imaginarios alrededor de su ombligo.

Ese gesto tan sencillo e insignificante es suficiente para que se estremezca. Su cuerpo no conoce los placeres.

Y yo puedo ser su maestro, su colonizador.

La atraigo hacia mí y la beso, con pasión, con desenfreno, con lujuria, con un amor enfermo.

¿Amor? ¿acaso podría ser posible?

—¿Me va doler?

—Si no estás lista…

—Lo estoy…

Quito su sostén.

La recuesto suavemente sobre la cama.

Me pierdo en sus pechos, para buscar su placer, sus gemidos indican los caminos.

Su cuerpo se arquea. Desciendo hasta su abdomen. Y alcanzo sus bragas con mi boca. Las siento húmedas bajo mi quijada, voy a bajarlas. 

Y ella se sobresalta.

—¡No! ¡no puedo!

¿Qué? ¿por qué me haces esto?

Mi miembro está a punto de estallar.

Me pongo de pie sin saber qué hacer. Ella se pone de pie junto a mí. Me abraza.

—Lo siento —alcanzo a entender, detrás de su llanto.

—No te preocupes.

Permanecemos así, de pie abrazados, yo con el torso denudo y ella con solo las bragas, por unos pocos minutos, bailando sobre el mismo punto.

Que deliciosa sensación  es tener nuestros torsos desnudos, juntos.

Finalmente la beso en la mejilla.

—Será mejor que te vayas —digo—. No sé por cuánto tiempo más pueda soportar este deseo de hacerte mía.

—Pero no me quiero ir.

Me besa.

—No me hagas esto —suplico.

—Pero no me quiero ir. Hablemos de otra cosa. Así te distraes.

—Podemos hablar de lo que quieras pero no hará diferencia mientras sigas desnuda.

Sonríe.

Coge la blusa del suelo y se la pone. Solo eso. Pero a estas alturas siento que podría llevar mil trapos encima y no lograría apagar este deseo que le tengo.

Saco una botella de vino y unas copas del minibar. 

—Tramposo —dice—. Planeas embriagarme.

—No, planeo noquearme para escapar de esta tortura.

—¿Estar conmigo es una tortura?

—Tenerte y no poder hacerte nada, es la tortura.

—No hay prisa. Lo que ha de pasar, pasará, a su tiempo.

Sirvo el vino. Le doy una copa.

Brindamos.

—Por mi tortura —digo.

—Por la mía —responde—. ¿Crees que soy de piedra? Ponte una camisa.

Niego con la cabeza. Bebemos.

—¿Tengo hambre? ¿salimos a comer? —digo. 

Lo que sea para escapar de la tentación.

—Sí, tengo hambre. Pero no me quiero mover de aquí.

—¿Por qué no?

—Quiero dormir contigo esta noche.

Miénteme A Ver Qué  Te PasaWhere stories live. Discover now