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—Está bien. Qué se quede. Pero te lo advierto. Si  me dispara a mí, a mi esposa o a mi hija. Tú serás el responsable.

Se retiran. Caminan a otra estancia.

Pero su hija no se marcha sin antes examinarme de arriba a abajo.

—Gracias —le digo a Matt.

—Por favor no vayas a dispararles —dice con supuesto nerviosismo.

Le doy un puñetazo en el hombro.

—Ja-Ja-Ja, muy gracioso, idiota.

—Espérame aquí. Tengo una videoconferencia con los miembros del partido.

Sala de Conferencias.

Estamos sentados a la mesa mi jefe y yo.

En los monitores los líderes del partido.

—Si algo me llega a pasar a mí o a mi familia. Deben ir con todo contra ese proletario y esa sirvienta negra.

No estoy a favor de humillar al Presidente por ser un hombre de clase media, con más poder que recursos económicos. Ni mucho menos apruebo el racismo en contra de Geena Shelly.

Pero a veces, para hacer el bien, debes estar de parte de los malos.

"¡Cerdos!". Patadas. Golpes. Chillidos. Jarrones rotos.

—¿Qué es eso? —pregunta el Señor Evans.

Seguimos el bullicio. Encontramos a la esposa e hija del Señor en el pasillo.

—Quédense detrás de mí —les digo.

He pedido un arma. La llevo al cinto. La desenfundo.

Llegamos a la sala.

La estancia está destrozada. Dos hombres de seguridad en el piso. Diana con los puños ensangrentados.

¡Dios!

Enfundo mi arma.

—Esta mujer es una salvaje —dice, enfadado—. La quiero fuera de mi casa. ¿Y sabes qué Matt? Si quieres irte con ella hazlo. Pero olvídate para siempre de que algún día llegarás a la Presidencia.

Suspiro. ¿Diana, no puedes estar un segundo sin irte a los golpes? ¿cómo serás haciendo el amor?

—Señor Evans, espere. Debe haber una explicación —digo.

—Sí —dice Charlotte, la hija y me sonríe—. ¿Qué pasó, señorita? ¿por qué atacó a estos hombres?

Los susodichos se ponen de pie como pueden. Con la cara ensangrentada y las mandíbulas desencajadas.

—Intentaron propagarse conmigo.

Hijos de puta.

—¡Debería darles vergüenza! —dice la madre—. Hay que despedirlos inmediatamente.

—No podemos permitir que se vayan ahora  —digo.

—¿Por qué? —dice el Señor Evans.

—Saben los protocolos de seguridad, conocen sus propiedades, sus zonas seguras. Y cualquier persona molesta con nosotros es un blanco fácil para ser manipulado por El Cirujano. Hay que retenerlos aquí. Así sea contra su voluntad.

—Eso es un delito —dice uno de ellos—. No pueden encarcelarnos. Es secuestro.

Sonrío.

—Acosaron sexualmente a una agente de la AIE. Yo diría que deben ser arrestados. Y en vista de las circunstancias, el Señor Evans, como buen patriota y en un gesto cívico, está dispuesto a prestar su casa como prisión temporal.

Diana me sonríe. Saca dos esposas de detrás suyo como un acto de magia.

—Tienen derecho a  guardar silencio…

Esposo a los dos cerdos. Los llevo a una de las habitaciones de la mansión. Y los dejo en custodia de dos hombres de seguridad.

Camino de regreso. En el pasillo me encuentro con la Señora de la casa.

—En serio lamento el comportamiento de esos dos idiotas.

—Descuide. Estoy acostumbrada a tratar con sujetos como ese todo el tiempo en el trabajo.

—Entiendo —dice sonriente—. ¿Y con tipos como Matt?

—¿Disculpe?

—Oh, cariño. Vi como lo mirabas. Conozco esa mirada. Yo también tuve tu edad.

Miénteme A Ver Qué  Te PasaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora