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Al mismo tiempo en otro lugar.

Noche. 

El Museo de Matt. Una imponente construcción coronada por una torre, un faro.

Estoy en el ascensor. Me lleva a un búnker secreto bajo mi museo.

Mientras tanto veo las redes sociales de Diana en mi celular. O más bien la red, porque no usa muchas.

No tiene demasiadas fotos. Ni publicaciones. Y ninguna foto alcanza la docena de reacciones.

No es muy social. Pero aún así es tan sexy. Me encanta verla con pantalones tallados. Su cadera  es brutalmente ancha. Y la estrechez de su cintura no hace más que resaltarla, por contraste. Me encanta. Sus piernas son gruesas, cien por ciento músculo. Y sus pechos. A medio paso entre lo grande y lo medio. Me fascina. Y su cara no se queda atrás.

Se abre el ascensor. Llegué. Mi erección y yo entramos al búnker.

Guardo mi móvil.

Estanterías repletas de armas ilegales, licores y libros viejos. Muebles. Cama. Computadoras. Monitores de seguridad. Una pantalla plana.

Russo está sentado detrás de su escritorio. Es un cuarentón de uno cuarenta. Es un enano y es mi jefe, lo sé. Es absurdo. Cuando me reprende quisiera suicidarme. 

Tiene una tableta delante de sus ojos. Lleva gafas de lectura. Y tiene una cara de placer.

Saco una petaca de licor de mi traje. Doy un sorbo. Brindo.

—Por las lecturas placenteras.

Coge un vaso con licor y bebe conmigo.

Su escritorio se estremece.

—¡Auh! 

Una cabellera roja se asoma. 

La chica voltea hacia mí mientras masajea el chichote en su cabeza.

—Hola, Matt —dice con alegría.

—Hola. Tienes un poco de… En la… Olvídalo.

—¿Cómo está todo por "allá"?

—Sí. Pues de eso quiero hablar.

—Preciosa, tus aparatos.

La chica se quita sus aparatos para la sordera. Y se los entrega a Russo.

—Buena chica. Vuelve abajo.

Ella debe leer sus labios y regresa a lo suyo. Todos podemos tener vidas dignas, todos tenemos talentos que pueden llevar la comida a nuestras bocas. Bueno, el talento de esta chica es llevar cosas a su boca.

—Ya podemos hablar tranquilamente. Te noto preocupado. ¿Qué pasa?

—Es que no dejo de pensar en esta chica.

—Bueno, cogetela y ya verás que dejarás de pensarla.

—No es por eso. Es por el hecho de que ella es inmune a la "influencia".

Russo se encoge de hombros.

—Ya sabemos que la "influencia" no funciona con las personas que tienen sentimientos de odio hacia el "influenciador". Por eso Shelley y el Presidente no hacen tu voluntad.

—Pero no tiene sentido. El sujeto al que le disparó era un sacerdote.

—Una profesión donde se necesita mucha elocuencia por eso ese bastardo de Takeru lo usó. Astuto. Cuando lo atrape se arrepentirá de haber robado nuestra mercancía.

—Russo, ella no conocía al sacerdote. Investigué y no encontré ningún vínculo entre ellos. ¿Cómo odias a alguien que no conoces?

—Quizá lo investigaba por algún crimen. Quizá era pederasta. Es difícil no odiar a esos monstruos. Reconoció la voz inconscientemente y la persuasión no funcionó. 

Me quedo en silencio. Una idea atroz, como una nube negra, posa en mi cabeza.

—¿Qué pasa?

—También es inmune a mi influencia.

—¿A la tuya? ¿pero por qué te odiaría a ti?

—Ella es la hija del Comisionado Armas.

Russo se pone colorado.

—El hombre que dicen que tú… ¿En serio lo mataste?

  

Miénteme A Ver Qué  Te PasaWhere stories live. Discover now