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La Academia, Cambridge, Nueva Inglaterra
12 de Agosto, 2019

—Sabía que ibas a estar así —dijo Matthew entrando en el cuarto de su amiga.

Daphne estaba sentada en la cama con la mirada perdida y con la música a todo volumen, rodeada de envoltorios de chocolates y periódicos con una foto de Louis besándose con la Marquesa de Bristol con la frase estamos muy enamorados, yo realmente la amo destacada en letras amarillas, las palabras dichas por el mismísimo Rey.

Matthew camino hasta ella y recogió todos las revistas y periódicos que había y los tiró a la basura, para luego abrazar a su amiga quien lloraba en silencio.

—¿Por qué las cosas tienen que ser así, Matthew? —murmuró Daphne apoyando su cabeza en el hombro de su amigo —. ¿Por qué no puedo ser yo quien aparezca en esas fotografías? ¿Por qué el mundo no puede conocerme a mí como la novia de Louis? ¿Por qué ella y no yo?

—Las cosas a veces no son como uno las desea, Daphne —respondió el chico —. Casi nunca, de hecho. Pero hay que aprender a ver las cosas por el lado positivo, tú tienes el amor de Louis, él realmente te quiere.

—¿Y de qué me sirve? —sollozó —.  Son un cuento de hadas... Ella es todo lo que Louis necesita en una esposa. Y parece que el compromiso nunca se disolverá. ¡Él se va a casar con otra mujer! Todo... Todo el mundo ama la pareja que hacen, todos dicen que tendrán hijos hermosos, todos dicen que ellos son perfectos el uno para el otro, ¿dónde entro yo en esa historia?

Era irónico.

Irene deseaba ser Daphne y Daphne deseaba ser Irene.

Irene deseaba el amor que Louis le daba a Daphne, el interés que él mostraba en ella, ese brillo en los ojos a aparecía con la veía. Y Daphne anhelaba que Louis pudiera presumir su relación con el mundo, salir a la calle sin dar explicaciones, poder estar juntos sin ataduras.

( . . . )

Palacio Real, Londres, Nueva Inglaterra
12 de agosto, 2019

Un hombre abrió la puerta para dejar entrar a Louis y cerró la misma después dejando al joven solo en el salón.

Dentro las pinturas de antiguos monarcas portando la corona adornaban las paredes de la habitación, pronto la suya también estaría allí, al lado de la de su padre.

—El salón de la corona —susurró el chico mirando el lugar.

Al salón de la corona solo podían acceder los príncipes o princesas herederos, y todo aquel que alguna vez haya sido coronado Rey o Reina. Era un salón alargado y oscuro, las paredes decoradas con pinturas, y al fondo un gigantesco espejo permitía al muchacho ver su reflejo.

Camino derecho hasta el cerro. Sobre cuatro pilares estaban puestas, cubiertas por una vitrina de vidrio, las más altas joyas de la corona. La corona de coronación del cónyuge del monarca, la corona oficial para las reinas, la corona oficial para los reyes y, la más especial de todas, la corona de coronación real para todos los herederos.

Louis se acercó a esta última, la observó en silencio un momento. Era de un caro y antiguo terciopelo rojo, el molde hecho con caro oro, tenía incrustaciones de piedras preciosas que costaban una millonada. Pero el verdadero valor no estaba en nada eso.

El chico, con las manos algo temblorosas, tomó la vitrina de vidrio y la levantó, la dejó a un lado, sobre el piso. Con sumo cuidado acercó sus manos a la corona y la tomó.

Con el objeto en las manos caminó hasta el final de la habitación, donde colgaba un espejo del porte de la pared. Contempló su reflejo: el reflejo del Rey de Nueva Inglaterra.

Elevó la corona por sobre su cabeza y se la puso. Era pesada, más de tres kilos, pero el verdadero peso de la corona no era ese, era todo lo que esa corona significa; poder, valentía, frivolidad, lealtad, dejar todo atrás por una nueva vida no existía tiempo para errores.

—Rey Louis de Nueva Inglaterra... —susurró, su voz no mostraba seguridad.

Se miró con la corona puesta, pensó en su padre haciendo lo mismo a los atrás, y a su abuelo, y a su bisabuela y a su tatarabuelo. Se preguntó si ellos se habrían sentido igual de inseguros y temerosos que él, si hubieran deseado otro camino, otra vida.

Caminó unos pasos a su derecha donde estaban enmarcadas unas hojas del diario de vida de uno de los reyes más antiguos del país.

"Hoy morirá un príncipe y a su vez nacerá un rey. Junto al príncipe morirán también el amor y sentimentalismo, junto al Rey nacerá la seguridad y el respeto. El fantasma del príncipe tendrá que aprender a lidiar con el alma del rey, entrarán en conflicto más de una vez, pelearán por quien tendrá la razón, uno sentirá miedo y el otro deberá tener la valentía de tomar decisiones duras. Se debatirán entre lo que se debe hacer y lo que se quiere que hacer. Se sentirán aterrados más de una vez, y querrán renunciar, huir y esconderse, vivir esa vida que nunca admitiste que querías, pero ahora ya no eres solo tú, y eso jamás se ha de olvidar, contigo camina un país, una patria, una nación que depende de nadie más que de ti. Así que renunciar no es una opción. Confía, ten fe y pídele a Dios un camino no tan complicado. Eres el Rey ahora, y debes actuar como tal."

Louis caminó hasta el espejo nuevamente, pero ahora con seguridad, con la mirada en alto.

—Rey Louis de Nueva Inglaterra —dijo fuerte y claro —. Yo soy el Rey Louis de Nueva Inglaterra.

Miró su reflejo y no lo reconoció. No era él. Él no era soberbio, y era incapaz de dejar el amor y los sentimientos a un lado. Tal vez había nacido para ser un Rey, no contaba con las cualidades necesarias.

—No —negó y se quitó la corona —.  No soy capaz de dejar todo, de vivir como si no sintiera nada, de fingir estar bien siempre, de mentir con descaro a la gente que confía en mí.

Louis sintió una lágrima caer por su mejilla, y no hizo ademán de limpiarla.

—No nací para esto —sollozo y se dejó caer de rodillas al piso con la corona entre las manos—. Voy a decepcionar a todo el mundo. Si mi padre me viera ahora de seguro me daría una paliza para recordarme que soy un hombre, y que soy el Rey, que nunca debo bajar la cabeza por más grande que sea la guerra que hay dentro de mi... Pero yo no soy fuerte, yo no soy valiente, yo no soy capaz...

Louis miró la corona con odio.

—Mi bisabuela mandó a matar a su hijo, mi abuelo mató a su hermano, mi padre golpeaba a su familia y engañaba a su esposa... Yo no soy como ellos... Nunca podré ser como ellos, nunca podré ser el Rey que Nueva Inglaterra necesita... ¿Por qué me tocó esta vida?

El chico dejo la corona en el piso, sin darle importancia, y se abrazó a sí mismo, en el espejo, por un momento creyó que estaba viendo a un niño pequeño.

—Yo... Yo solo quiero ser feliz con Daphne, tener mi familia, no quiero una corona, no quiero un trono, no quiero una nación a la cual guiar... —escondió su rostro en sus manos para ahogar sus sollozos.

( . . . )

Louis y Daphne estaban sufriendo.

Se suele pensar que por amor se sufre solo cuando este no es correspondido, pero ahí están ellos, amándose tanto como un ser humano puede hacerlo, o tal vez incluso más, y aún así sufren.

Si hace un año a Daphne le hubieran dicho cómo iba a estar en ese momento hubiera respondido que no era tan ingenua ni tonta como para enamorarse de un Príncipe, y menos del príncipe heredero. Louis en cambio hubiera dicho que el solo esperaría a que su padre le asignará una esposa para continuar con las órdenes que él le diera. Véanse ahora, desesperados por encontrar una salida que les permitiera amarse sin estar escondidos.

Estaban perdidos, y cuando una persona se pierde le cuesta mucho encontrar el camino, comenten errores, no tiene conciencia de sus actos. Y a veces eso no resulta bien...

El peso de la corona [✔️]Where stories live. Discover now