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Caroline:

   Me desperté con los primeros rayos del nuevo día. Estiré el brazo hacia el lugar donde dormía Michael, pero no estaba. Me incorporé de golpe. El sonido en el cuarto de baño me calmó.

     Me levanté y fui a espiarlo con la clara intención de recibir mis "buenos días". Me quedé horrorizada al ver el tercio superior de su cuerpo. En la espalda tenía varios cortes desde los que salían un poco de sangre. En la parte posterior de sus brazos, señales como si lo hubieran arrastrado por el asfalto. Me escondí un poco mientras él se iba girando... Las únicas explicaciones lógicas que se me ocurrían era que se hubiera metido en una pelea o que se hubiera caído de la moto.

   Opté por regresar a la habitación y por darle algo de intimidad. De mi matrimonio había aprendido que si no quería saber las respuestas era mejor no hacer preguntas.

    Bajé a la cocina en cuanto me vestí. Estaba nerviosa por verme encerrada con él dentro del cuarto de baño. 

— Hola, nena— habló él sentado ya a la mesa con un botiquín cosiéndose una herida.

— ¿¡Se puede saber qué te ha pasado!?

— ¿Llevas chaleco?

— ¿Qué importa si llevo esa estúpida prenda?

— Nena, por favor. No insultes lo que no conoces— dijo y apretó los dientes en un gesto contenido de dolor.

— Lo que quiero decir es que el que lleves, o no, determinadas prendas no debería determinar que me cuentes qué te pasa... Debería salir de ti el decírmelas.

— Hay cosas que no se deben tratar ni con la almohada. De todos modos te juro que estoy bien. No ha sido nada. Me caí con la moto.

— ¿Cuándo saliste con la moto si se supone que estabas ya durmiendo conmigo?

     Michael sonrió marcando esos hoyuelos que me volvían loca. Se puso en pie dejando tras de sí las curas o el botiquín. Se fue acercando haciendo que mi temperatura corporal amenazara con quemarnos a los dos. Mis ojos se clavaron en sus dulces labios de delito mientras se los iba humedeciendo.

     Él no dijo nada. Yo no dije nada. Su sensual boca entró en contacto con la mía haciendo que mi cerebro sufriese fuertes cortocircuitos. Haciendo un esfuerzo por lo magullado que estaba, me sentó en la mesa de la cocina y se colocó entre mis muslos. Sus labios descendieron por la curva de mi cuello en tanto que depositaba esos besos que me volvían completamente loca. Luego tomó al asalto mi boca. Cerré los ojos. Mi cerebro desconectó de todo en lo que estuviera pensando en aquel instante. Mis manos buscaron a tientas dentro de sus pantalones de deporte. Michael suspiró profundamente en cuanto di con lo que estaba buscando. Se sentó en una de las sillas mientras me arrodillaba entre sus largas piernas ansiosa por probarlo. Nos miramos a los ojos. Michael tenía un brillo que no conseguía identificar, pero claro, estando con lo que estaba entre manos tampoco era que me fuera a poner a hacer de psicóloga.

     Mis ojos se abrieron de par en par en cuanto tuve delante de mí al dulce objeto de mis obsesiones más morbosas. Mi joven amante dejó caer la cabeza por detrás del respaldar de la silla al mismo tiempo en que la punta de mi lengua exploraba sin tapujos todos los rincones de su amplia masculinidad. Sonreía al escucharlo gruñir por el placer o maldecir cuando hacía algo que le gustaba. En aquel momento yo tenía el control total y él no parecía tener problema con aquello.

     Lo llevé al límite en más de una ocasión para luego detenerme de modo abrupto. Entonces Michael se puso al mando y tras colocarse el preservativo se introdujo por completo en mí. Yo abrí los ojos al máximo por la violenta invasión. Él no dijo nada. Tampoco se detuvo. Solo se movía de modo frenético. Sujetó mis manos por mis muñecas y las mantuvo, inmóviles, por encima de mi cabeza. El brillo en su mirada había cambiado tanto que comenzaba a asustarme.

— Cariño...— lo llamé tratando de distraerle de lo que estuviera rondando su mente en aquel momento—. Michael... Me duele mucho. Michael. Me haces daño.

     Sus ojos se enfocaron en mí al mismo tiempo en que sus brutales embestidas se suavizaron. Intentó besarme, pero yo le retiré la cara conteniendo las lágrimas.

— Hey, nena... Lo...

— Déjame, por favor. Me haces daño.

— Joder, nena... Yo...

    Pero ya había salido de la cocina para encerrarme en la habitación.


     Pasados unos quince minutos le sentí en la puerta. Yo estaba tumbada en la cama con los auriculares puestos. Michael entró y se recostó a mi espalda. Su largo brazo cubierto de tinta se apoyó en la curva de mi cintura.

— Lo siento mucho, mi amor. De verdad que sí. No quería hacerte daño.

— Dejemos una cosa clara— hablé y me senté mirándolo a la cara—. Ni soy una chiquilla impresionable ni tienes que utilizar el sexo para callarme la boca. Sé muy bien a lo que te dedicas y si no quieres hablarme de ello, me parece genial. No insultes a mi inteligencia con tonterías del tipo "tú no llevas chaleco" porque...

— No lo llevas. Eso no es insultar tu inteligencia. Lo único que quiero decir es que solo son temas que atañen a los miembros de pleno derecho. Te protejo si...

— No necesito que me protejas, Michael Hillstrandt. Ya soy mayorcita...

— Cállate un momento, por favor. Solo un momento... Nena, salí por un asunto muy importante del club. Había cosas que no me cuadraban y necesitaba respuestas. El problema es que hallé muchas más de las que buscaba y me han dejado jodido. No me caí de la moto. Me reuní con mi contacto, me contó muchas mierdas sobre Kate y me volví loco. Nos estábamos dando una paliza cuando llegaron sus refuerzos y casi me matan. Joder, nena. No quería hablar de eso, ¿vale? Reconozco que echarte un polvo para que no me sometieras al tercer grado tampoco es la solución. 

— Lo siento, cariño. Tendría que haber respetado tu intimidad. Es solo que... A veces... ¿Ves a Kate en mí?

    Michael me dedicó una amarga sonrisa antes de contestar.

—Para verte como a ella seguramente tendrías que tener a Hiena entre las piernas...

Mommy's little manWhere stories live. Discover now