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Semanas después.

Caroline:

     Me había ido haciendo amiga de las chicas del club. Eran realmente encantadoras, y estaban loquísimas. A veces me daban ataques de risa al pensar en lo que dirían en mi anterior pueblo si me vieran ahora confraternizando con estas "delincuentes". Yo, que me había ido de allí casada con un hombre rico y poderoso que había llegado incluso al Senado.

     Las cosas se tranquilizaron cuando regresamos de Henderson. Michael alternaba su trabajo en el club con el de diseñador en el taller de su padre. Yo me dediqué a buscarme algo para mantenerme por mí misma. No quería seguir dependiendo de él por más tiempo. Y así fue como me pidieron que llevara las cuentas del taller Hillstrandt de Orange. Algo tranquilo.


    Sería un fin de semana cualquiera cuando estuvimos muy a punto de dejarnos llevar por la lujuria que parecía existir entre ambos. Michael se había levantado muy temprano y se había ido a correr unos cuantos kilómetros. A la vuelta se había dado una ducha mientras yo preparaba el desayuno, para variar... Acabado éste me ayudó a recoger la cocina. Nuestras manos no paraban de rozarse entre sí "de modo accidental". Nuestras miradas no paraban de buscarse mientras nos picábamos un poco. La llamada de mi hija fue como la llamada de atención a la cordura.

     Bueno, casi... El magnífico ejemplar de unos dos metros de altura me dejó charlando con Noah y se fue afuera a hacerle "no sé qué" a su moto. Yo, en plan "vecina mirona", me puse a espiarlo oculta tras una de las cortinas negras del salón de su casa. El patio era enorme, así como la entrada en la que él trabajaba. Michael llevaba puesto unos vaqueros algo ajustados que marcaban todo cuanto tenían que marcar. En una de las presillas tenía un pañuelo con el que de vez en cuando secaba el sudor de su rostro con algunas machas de hollín, o lo que fuera aquello. Para mi tortura, iba sin camiseta... El dichoso crío se había empeñado en provocarme una dichosa combustión por excitación sexual. 

     Acabado el arreglo de lo que fuera que estaba arreglando, no tenía ni idea de mecánica, agarró un cubo, la manguera y los demás enseres y se puso a limpiar la moto. El cálido sol de mediodía se reflejaba en su cabello rubio haciendo que brillara como si llevara una especie de aureola... en plan el Dios Apolo o algo así. Yo ya ni sabía de lo que estaba hablando con mi hija. Mis ojos estaban fijos en la morbosa escena caliente que tenía lugar en aquel porche. Michael apretaba los músculos de su antebrazo haciendo que de la esponja saliera la blanca espuma, como la nata con la que acompañas unas ricas fresas o... un rico "fresón". Suspiré al verlo mover la mano con delicadeza por la superficie de la moto limpiándola a consciencia. Mis alocados pensamientos se instalaron en eróticas imágenes nuestras compartiendo una ducha. Deposité el teléfono en la mesilla junto al amplio sofá de cuero negro sin saber si me había despedido de Noah o si tan solo había colgado para continuar regodeándome con aquel espectáculo. Con cada movimiento que hacía el sexy motero mi interior se contraía, necesitado de algo que lo llenara a consciencia.

     Era un día caluroso como pocos, así que mi mente casi tuvo un cortocircuito (en realidad se reinició como un ordenador destartalado) cuando los fuertes brazos del yogurín levantaron el cubo para dejar caer el agua por encima de él... Era como una de esas pelis de chicos lavando coches para que les compraran galletas o cosas así.

     Mis pezones amenazaban con destrozar la ligera protección de la tela del sujetador por lo duros que se habían puesto. Tuve que apretar las piernas en busca de algo que consolara mi inflamado interior.

     Entonces se dio la vuelta con la preciosa melena áurea que bajaba por su cuello mojada por el chapuzón que acababa de darse y pareció darse cuenta de mi presencia. Yo me escondí un poco más, por si acaso, y seguí espiando. Mis ojos no paraban de escanearlo bajando por las duras líneas que marcaban sus músculos tintados hasta la fina que formaban los rubios vellos que iban a esconderse dentro de los vaqueros que me moría por quitarle.

     Caminó, como a cámara lenta, con elegante paso felino hasta la puerta de la casa y yo me eché a correr como pollo descabezado. Me llevé por delante la mesilla de café. Mientras él entraba en el salón yo caía al suelo muerta de vergüenza.

— Joder, nena. ¿Estás bien? — Corrió a atenderme.

— ¡Qué vergüenza, Michael! No he visto la mesilla...

— ¿Te has hecho daño? — Preguntaba frotando mi gemelo arriba y abajo. Cada vez un poco más arriba.

— Estoy bien. Yo...

— Cuidado—dijo y me atrapó pegándome a su torso desnudo cuando mi tobillo falló, seguramente por excitación crónica no diagnosticada.

     Con suma facilidad me sujetó en brazos en posición de novia y me depositó en el sofá.

     Me miró con fijeza. Sus profundas gemas de cielo atentas a cómo me humedecía los labios. De repente me faltaba el aire y me sobraba la ropa.

     Michael me besó con tal intensidad que parecía llevarse consigo mismo el aire que me quedaba en los pulmones. Su suave aliento mentolado me empujaba cada vez más al borde de la locura. Me quitó la camiseta y enterró su preciosa cara de niño entre mis maduros pechos para quitar con sus dientes el cierre del sujetador de encaje que llevaba. Yo solo podía ser testigo del potente magnetismo animal que desprendía el joven Hillstrandt. Jadeé mirando sus preciosas gemas al notar el aire azotando inmisericorde mis pezones, oscurecidos por la edad. Michael sonrió marcando esos sensuales hoyuelos en las comisuras mismas de sus sensuales labios de pecado. Lancé un gritito al tiempo que arqueaba la espalda cuando su húmeda y cálida lengua se enroscó en el pezón que lanzaba ondas de placer que impactaban directamente en mis clítoris. La mano, ardiendo, se coló por los pantalones que yo llevaba, por debajo de mis braguitas a juego con el sujetador e hizo blanco en mi sensible centro de placer.

— Jodidamente rica, nena. Tan jodidamente mojada que aceptarías mi polla hasta las pelotas.

     Grité contra sus labios con la palma de su mano presionando con decisión mi clítoris y sus dedos entrando y saliendo de mí.

    Ya no me pude aguantar más y tiré de la cremallera de sus vaqueros. Su gran masculinidad tatuada y perforada salió rebotada contra mi mano que se puso a moverse de forma rítmica arriba y abajo.

     Notando mi orgasmo nublando mis ojos, la mano que me daba placer se movió con más frenesí haciendo que gritara más fuerte todavía.

— Estoy a punto, Michael— gimoteé sin terminar de alcanzar la ansiada liberación.

     Él mordió con fuerza mi hombro y pellizcó el clítoris que vibró con tanta potencia que me hizo estallar viendo las estrellas. Michael me besó prolongando mi placer a tiempo que yo seguía tocándolo.

     Abrí los ojos y descubrí con horror que no estábamos solos. Stearling, uno de los novios de mi hija, asistía a la escena como si nada. Michael, que se había dado cuenta de lo que pasaba se corrió sin apenas soltar su esencia. Miró por encima de su hombro y gruñó.

— ¿Qué cojones estás haciendo aquí? ¿No ves que estoy ocupado?

— Hola, Caroline— dijo con una sonrisa insolente—. Me manda el jefe por un tema que lo tiene algo intranquilo.

— ¡Vete fuera, joder!

    Stearling sonrió divertido y salió del salón.

— Nena...

— ¡Qué vergüenza! — Exclamé corriendo a las escaleras para ir a encerrarme a mi cuarto que seguía siendo el de invitados.  

Mommy's little manWhere stories live. Discover now