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Cinco años después:

     Mi pequeña Noah era el único motivo de mi alegría. Me llenaba de vida solo mirarla. Sus primeras palabras. Sus primeros pasos... Ulises se estaba encargando de convertirla en una de esas princesas de cuentos sin apenas personalidad. Desgraciadamente no era el tipo de padre que yo creí que sería al principio.

     Apenas le dedicaba tiempo y cuando estaba con ella no paraba de gritarle ni de humillarla. Mi pobre niña tardó bastante en dejar de mojar la cama por todo eso. Para evitarle malos tragos solía tirar las sábanas que ella usaba y lavar a consciencia el colchón que, por fortuna, se secaba antes de que él regresara a casa. Ya desde el jardín de infancia mi niña sobresalía. Era muy inteligente para su edad. Con cinco años ya sabía leer y escribir. Se le daban muy bien los idiomas.

     Y pasó cierto día que creí que la perdía cuando estábamos en el parque y mi niña salió corriendo tras la pelota de otro niño. La enorme moto negra con pata de cabra apareció de la nada y frenó muy cerca de ella tras levantar la rueda trasera casi un metro del suelo.

     Corrí hacia Noah quien hablaba, despreocupada, con el motero que casi la había atropellado. La había sentado en el amplio depósito de la moto y se reía de algo que ella le habría dicho. Me quedé muda por la impresión cuando nuestras miradas se cruzaron. 

    Era Sweet Muscle... Tenía que serlo. Sin embargo, al mismo tiempo no lo era. No sabía explicarlo.

    El motero depositó a mi hija en el suelo tras advertirle que jamás debía cruzar sola la calle y menos corriendo. Noah le dedicó su hermosa sonrisa a tiempo que le regalaba la cadenita con su nombre y le prometía que se casarían cuando ella fuera grande. Habría sonreído por lo tierno de la escena de no ser por la tremenda impresión de ver a Sweet Muscle, vivo, delante de mí. Él volvió a observarme, pero, parecía no reconocerme.

    Desapareció tal y como había aparecido.

     Con el alma de nuevo en mi cuerpo abracé a mi hija y la besé.

— Cariño, ya sabes que no se debe hablar con desconocidos en la calle y sin mamá— le recordé.

— Bueno, mami. Él ya no es un desconocido. Se llama Black Timberwolf... Qué nombre más raro le ha puesto su mamá, ¿no?

     Sonreí sin comprender aquello.

— Sí que es un nombre raro— concedí y me la comí a besos mientras la levantaba del suelo para irnos a casa.

     Desde aquel día mi hija se obsesionó con los lobos. Sobre todo los negros con ojos amarillos. Yo por mi parte me dediqué a seguir sobreviviendo y a mantenerla a ella a salvo del desgraciado de su padre.

     El día en que tu hija viene a ti para contarte que le ha bajado el período por primera vez suele ser muy emocionante para ambas. Es algo íntimo que solo madres e hijas pueden compartir. Y lo estaba siendo para las dos hasta que Ulises se enteró y la llevó al ginecólogo. Realmente no me importó que él no se quisiera perder un momento tan importante de la vida de nuestra hija hasta que me enteré de sus motivos ocultos.

     La discusión fue tan fuerte que me mandó durante varias semanas al hospital con la pierna y unas cuantas costillas rotas. Noah estudiaba, por aquel entonces, en un semi internado para chicas. La diferencia con un internado era que mi hija regresaba a casa los fines de semana.

    Nunca supe si Noah se daba cuenta de la mala relación que tenía con su padre, yo por mi parte siempre intenté que nada de aquello la salpicara. Yo quería que mi hija tuviera una vida más feliz que la de su madre. Por desgracia no fue del todo así. Noah no tenía amigas. Las chicas eran muy crueles con ella porque mi hija no era el prototipo americano al cien por cien. No era alta ni estilizada. Era más bien baja y con el clásico cuerpo latino de guitarra, su pecho no era muy grande, pero, la habían bendecido con un par de generosas caderas productos de la herencia mediterránea de Ulises. Tampoco era rubia. Su preciosa melena era castaña como la mía. Sus ojos eran de un penetrante azul eléctrico.

     Mi niña era perfecta para mí. Supongo que eso es lo que se llama "amor de madre".

     Amaba reír con mi hija en los pocos ratos en los que podíamos. Abrazarla cuando el mundo se le hacía demasiado duro. Charlar con ella de cualquier tontería. Amaba ser madre.

     Las cosas se pusieron tensas cuando un buen día mi niña llegó de la academia preuniversitaria en la que estudiaba con un brillo especial en la mirada y la marca de un balonazo en la cara.

— He conocido a un chico, mamá— nos contó emocionada a Molly y a mí en su habitación mientras daba vueltas con los brazos abiertos—. Es increíble. No se parece a nadie que haya conocido jamás. Conduce su propia moto. Lleva una chaqueta de cuero con tachuelas estilo "Ghost Rider". Parece un inadaptado de esos, pero es todo un caballero.

— Eso es genial, mi vida, pero, ¿me puedes contar qué te ha pasado en la cara, cielo?

— ¿Qué va a ser? El idiota de Payton Pierce tenía que hacerse notar y me dio con su balón de fútbol. Choqué contra una moto muy grande con una pezuña como de cabra y me desmayé. Al abrir los ojos lo primero que vi fueron unos celestes, preciosos, que me miraban con preocupación. Se llama Stearling West y va a mi clase. Es un año menor que yo. Él tiene diecisiete. ¡Lo mejor de todo es que quiere ser mi amigo! ¡Le he caído bien!

     Me fundí con ella en un fuerte abrazo deseando que aquel chico que no me inspiraba mucha confianza, por lo de la moto, no le hiciera daño. Era el primer amigo de verdad que tenía mi hija. Los pocos que tenía eran los que Ulises tenía a sueldo.

— Bueno, cariño. Tómate las cosas con calma, ¿de acuerdo? En cuanto puedas tráelo a casa para que lo conozca.

— Papá...

— No te preocupes por él, mi vida. Dentro de poco tendrá que irse de viaje a Nueva York, entonces podrás traerlo. Lo invitaremos a almorzar. ¿Te parece?

     Mi preciosa hija soltó un chillidito de emoción y me abrazó con fuerza. No pude evitar la sonrisa tonta que se nos queda a las madres con el contacto con nuestros retoños. 

     Molly me miró preocupada, pero asintió. 

Mommy's little manWhere stories live. Discover now