Capítulo veintinueve

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La cara ensangrentada de Andrew se niega a desaparecer de mi mente, a pesar de lo mucho que me concentro en distraerme. La clase de química tampoco ayuda mucho, a decir verdad.

Por alguna razón, algo en la expresión de Andrew me recuerda a la de Christian cuando se enteró lo que había pasado con nuestro padre. O, bueno, una parte de lo que había pasado. El punto es que mi hermano se veía desamparado en aquel momento, como si hubiera descubierto que su padre ideal había sido reemplazado por otro más cruel y manipulador. Aunque en realidad me parece que Andrew estaría feliz si reemplazaran a su padre, y no puedo culparlo. Eso sí: yo extrañaría esas increíbles sesiones de sexo, su pecho sudoroso, sus piernas de hierro, su mirada de dragón, su maravilloso…

—¡Veccio! ¿Se puede saber en qué está pensando? —El profesor de química me está taladrando con la mirada y media clase se ha dado vuelta a admirar mi belleza... y mi falta de atención.

—Perdón. —La palabra chirría en mis oídos; para mí, pedir perdón es muchísimo más difícil que pedir permiso—. Estaba un poco... distraída.

La cara de exasperación del tipo casi me hace largar una carcajada.

—Nombre dos gases nobles, por favor.

Usualmente no soy irrespetuosa; al menos no con mis profesores. La autoridad que tienen no me coacciona como a los demás, pero tampoco me resulta indiferente, en especial porque tienen el poder de llamar a mi madre y hacer que se tome el primer vuelo a Spring Valley que encuentre. Hoy, en cambio, algo debe de andar fallando en mi circuito cerebral, ya que no se me ocurre mencionar el helio o el neón. Para nada. Lo que digo, con una inmensa sonrisa en mi dura cara, es esto:

—¿Los pedos de la reina Isabel y del príncipe Carlos cuentan?

Alguien se ríe al fondo del aula, Tamara se encoje visiblemente y yo estoy a punto de abofetearme a mí misma.

Casualmente, el profesor de química también ríe. Eso antes de enviarme directamente a ver al director, claro.

💋💋💋

—¿Cómo te las arreglas para acabar aquí tan seguido? —inquiere Félix sin mirarme, concentrado en la notita de cinco páginas que hizo el profesor de química.

—No solamente he acabado aquí —aclaro—. También en la cancha, en los armarios de la limpieza, en los baños, en el aula de economía, en tus sábanas y en medio Buenos Aires.

Félix me clava una de esas miradas derritebragas que nunca dejan de calentarme y frunce el ceño.

—Creo que tu sentido de la semántica es excelente, pero tu respeto a la autoridad muy deficiente —espeta.

—Respeto a quien se lo merece y a quien se hace respetar —replico, con la sensación de tener de nuevo cinco añitos—. Cagar a palos a un hijo no me parece algo respetable, por cierto.

Félix firma la nota del profesor, se pone de pie y camina hacia la puerta. Con la mano en el pomo, se detiene para enfrentarme.

—No te metas entre mi hijo y yo, Melody —me advierte—. No si quieres seguir viniendo a este colegio y alterando profesores.

Me abre la puerta y me hace señas con la cabeza para que me vaya, como si yo no lo hubiera entendido ya.

Me acerco y me paro a su lado, desafiándolo abiertamente. Estoy a punto de hacer una réplica brillante que incluye un adjetivo calificativo muy poco amable, cuando Louise Hank aparece en mi visión periférica. Conformándome con las migajas, anuncio:

—Le diré al profesor que usted le pedirá disculpas personalmente por haberme puesto en la clase equivocada. —Si sigo sonriendo tan falsamente me van a empezar a doler las mejillas—. Gracias por su comprensión, director. —Su cara demuestra una ira franca y pura, pero poco puede hacer frente a su secretaria. Antes de que llegue a decir algo, paso por su lado y encaro el pasillo—. Buenos días, Louise.

A mis espaldas, oigo la puerta de la dirección cerrarse de un portazo.

💋💋💋

El siguiente anónimo me espera en el buzón cuando llego del colegio. Es muy curioso, porque usualmente no miro el buzón hasta que está a rebalsar de papeles, en su mayoría cuentas que pagar. Por alguna razón, hoy se me ocurre hacer todo lo contrario a lo de siempre, como revisar el contenido apenas piso mi apartamento.

Y ahí está la nota. Por primera vez, le presto atención a los detalles. El papel es delgado y blanco, como cualquier hoja de imprimir, y la nota está hecha digitalmente. Dice así:

“El director te folla muy bien, ¿cierto? Un poco de sexo siempre ayuda a eliminar las toxinas de tu cuerpo. Debes agradecerle por estar viva.

P.D: Espero que te haya gustado la lasagna.”

Realmente no debo estar muy bien de la cabeza, porque lo primero que atino a hacer es reírme como si me hubieran contado el chiste más gracioso del año. Aunque lo cierto es que la persona tras los anónimos tiene un sentido del humor muy bueno, aunque un poco oscuro.

Después, recuerdo que gracias a esa persona  y a su gran sentido del humor vomité nueve veces y la risa se me corta enseguida.

Ya más tranquila, me tiro en la cama y releo la nota. Esta vez noto varias cosas. La primera es que esa persona no pudo entrar a mi casa hoy y por eso la dejó en el buzón. La segunda, que me odia hasta el punto de querer verme muerta. La tercera, que es inteligente. Si yo acudiera a la policía para denunciar el envenenamiento, no podría presentar esta nota como prueba sin que Félix fuera derechito a una celda. Si yo recortara una parte de la nota, ésta no tendría sentido: ningún anónimo se constituye solamente de una postdata.

O sea, nada de policía. Tampoco puedo recurrir a Félix: se asustaría tanto que quizás él mismo me envenaría para salvar su pellejo. O quizás no. El punto es que no lo conozco lo suficiente como para saber su reacción. Lo que sí sé es que no estaría encantado de que alguien más sepa lo que está ocurriendo y lo más probable sería que no volviera a tocarme ni con una caña de Tacuara, especialmente si se tiene en cuenta su reacción con Andrew y conmigo cuando nos metimos en su espacio personal.

Sacudo la cabeza. Si sigo pensando en ello daré vueltas en círculo. Lo mejor es buscar una solución rápida para ambas cosas, a pesar de que no se me ocurre ninguna.

Después de llamar a mamá y enterarme de su próxima cita con el japonés, me tiro en mi cama y empiezo a hacer zapping como loca, buscando algo que logre lo que nada ha logrado hacer hoy: distraerme. Como era de esperarse, no hay ningún programa entretenido y acabo dándole vueltas al tema de Félix otra vez.

¿Le ha hecho eso a Andrew porque gracias a él me enteré de lo que hacía con su esposa? Eso tendría sentido si yo fuera una colegiala enamoradiza que confiara en su castidad. Pero no soy ninguna colegiala tonta y no confío ni en mi propia castidad; por ende, no tiene sentido.

Sin embargo, es muy posible que Félix realmente quiera ocultarme lo que hace con su esposa, aunque no sé cómo lo logrará golpeando a Andrew.

Aunque intento que no emerja en el río de mis emociones, la preocupación no deja de ser cada vez más potente. Las heridas de Andrew fueron lo suficientemente feas para horrorizarme, y eso que yo no soy quien las tiene.

Al final, después de horas y horas de zapping, acabo agarrando mi celular y llamando a uno de mis pocos contactos. Por suerte, contesta al segundo tono.

—Hola, Melody. ¿Pasa algo?

—Hola, Aaron. ¿Tienes idea de cómo está Andrew?

Los Secretos Y Mentiras De Melody Vecchio (+18) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora