Capítulo once

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Tanto Félix como Andrew me miran incrédulos.

—¿Disculpa? —puedo notar una cierta excitación en la voz de Félix.

—Estábamos hablando de zonas erógenas hasta que llegaste —explico—. Y tal vez tengas más experiencia que nosotros dos en este tipo de cosas.

Andrew enrojece al tiempo que Félix palidece.

—A mí­ lo que más placer me da es cuando me lamen el clítoris, por ejemplo —añado inocentemente y observo como padre e hijo se revuelven en sus sillas al imaginarse la escena—. Además, se siente genial cuando hay algo dentro de mi vagina, sobre todo si es grande.

Félix da un golpe a la mesa y se levanta. Desde mi asiento puedo notar la erección que tiene tras los pantalones del traje, imposible de disimular.

—No queremos saber tanto, M… Veccio —carraspea. Ha estado a punto de llamarme por mi nombre de pila—. Iré a mi cuarto. Andrew, aví­sale a tu madre que ya he llegado.

—Claro, papá.

Cuando Félix se va, no puedo contener una sonrisa victoriosa que Andrew nota. Por fortuna, la achaca a que su padre acaba de irse y él también sonríe, visiblemente más relajado.

—Sigamos —ordeno—. Tenemos que entregar el trabajo el lunes y estudiarlo para el viernes.

Dos horas después, el trabajo está listo, sólo falta pasarlo en computadora e imprimirlo.

—Si quieres vamos a mi habitación —sugiere Andrew—. Allí tengo mi laptop.

Asiento, no sin antes pensar en lo agradable que sería si Lillian nos encontrara en el cuarto de su hijo; y lo sigo durante el corto trayecto hasta su habitación.

—Es aquí —Andrew se detiene frente a una puerta azul en medio de un corredor. Mientras la abre, observo que, al final del pasillo, hay una puerta abierta. Dentro, hay una cama matrimonial y un hombre acostado en ella. Es la habitación de Félix.

Estoy encantada por la información que acabo de obtener.

Entro a la habitación de Andrew y noto que cierra la puerta con seguro. Muy sospechoso.

—No creo que a tu madre le guste que hayas cerrado la puerta —río.

Él me mira con una expresión indescifrable, aunque a mí me da igual. Sé que quiere tomarme en su cama y no dejarme ir, pero no estoy por la labor. Lo único que quiero es terminar el trabajo de una vez para luego poder colarme en la habitación de Félix.
Viendo que Andrew no mueve el culo, escaneo el cuarto con la mirada hasta dar con la MacBook que está sobre la cama. Avanzo hasta allí, tomo asiento en la cabecera y prendo la laptop sin pedir permiso, todo bajo la mirada atenta de Andrew.

—Hagamos eso luego —su susurro ronco no me sorprende en absoluto. Sigue estando excitado por lo que pasó en la sala cuando estaba Félix y ahora no deja de devorarme con la mirada.

—No. Lo pasaremos en limpio ahora —mi voz suena bastante dura, pero es el único modo de hacerle entender que es veinticinco años joven para que yo me sienta atraída por él.

—Vamos, Melody, el trabajo puede esperar. Víctor ya esperó demasiado —se frota la erección por encima del pantalón y, por un instante, me distraigo. Hasta que me doy cuenta de que le ha puesto nombre a su pene y vuelvo a la realidad. 

Justo entonces, la computadora se prende y me pide la contraseña.

—Escribe la contraseña —le impongo.

El niega con la cabeza.

—No hasta que me dejes follarte, Melody.

Esa voz que tanto me recuerda a Félix logra excitarme, pero Andrew sigue sin ser su padre y su comportamiento me está molestando.

—A ver, niño —le digo en tono severo—. No pienso acostarme contigo, ni hoy, ni nunca. Así que deja ya de joder y escribe la puta contraseña antes de que me enoje de verdad.

Eso parece bajarle la calentura a Andrew, porque se acerca a mí sin rechistar y, tras murmurar un alicaído “lo siento”, introduce la contraseña. Seguro que ahora tendré que lidiar con su culpabilidad.

—Yo copiaré, tú me dictarás —decido mientras abro la plantilla de escritura.

Andrew no protesta y me deja elegir diseños de página y fuentes a gusto. De hecho, ni siquiera me mira. Creo que no se siente culpable, sino avergonzado por mi tercer rechazo.

Digitalizamos el trabajo a la velocidad de la luz, o eso me parece a mí, porque cuando miro la hora en mi celular descubro que hemos pasado cerca de dos horas haciéndolo.

Andrew imprime una copia para mí y otra para entregar. Sin que yo se lo pregunte, me aclara que él va a pasar el texto a pdf y lo estudiará desde la computadora.

—Bueno, entonces me voy —digo ansiosa por dar la vuelta y buscar la ventana de la habitación de Félix.

Junto mis cosas y me dispongo a salir de la habitación. Sin embargo, Andrew me sujeta el brazo izquierdo con una mano, impidiendo mi salida.

—¡Oye! —exclamo bastante enfadada.

Él baja la cabeza y su respuesta es apenas un susurro.

—Me gustaría ser tu amigo. No te pediré nada más.

Parpadeo, incrédula. ¿Me está pidiendo una amistad cuando ya le he dejado clarísimo que no quiero nada con él?

—Pues, no creo que…

—No te pondré una mano encima, lo prometo —me interrumpe Andrew. ¿Ya mencioné que odio que me interrumpan cuando estoy hablando?—. Haremos los trabajos del colegio juntos, te invitaré a casa a mirar películas y te aconsejaré siempre que lo pidas.

Un segundo. ¿Qué es lo que acaba de decir? ¿Que me invitará a su casa? ¿A la casa de Félix?

Andrew, acabas de jugar tu mejor carta sin saberlo.

—Claro que sí, acepto ser tu amiga —digo a bocajarro mientras le sonrío amablemente. Estoy muy agradecida con él por la oportunidad dorada que me está ofreciendo en bandeja de plata.

Él me sonríe de vuelta sin saber todo lo que se cuece bajo mi preciosa cabellera rubia.

—Entonces ya tengo una nueva amiga —dice Andrew.

Quince minutos después, estoy acurrucada tras un árbol del jardín y observando cómo mi nuevo amigo sube a un auto con Lillian.

Sonrío, esta vez de verdad.

Félix está solo.

Los Secretos Y Mentiras De Melody Vecchio (+18) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora