Capítulo cincuenta y dos

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De todas las personas que podrían ser el acosador, Ethan tal vez era la menos probable.

Muchas cosas siguen sin encajar. ¿Cómo se enteró de lo de Félix? ¿Por qué decidió mandarme los anónimos? ¿Por qué me quiere lejos de Spring Valley?

Las preguntas se arremolinan en mi cabeza mientras corro al buzón y saco el último anónimo. Estoy a punto de leerlo cuando recuerdo que no tengo tiempo para semejante boludez y salgo corriendo en dirección a la casa de Andrew.

Ethan y sus anónimos pueden esperar. Mi amigo no.

El frío cortante del viento me llega hasta los huesos cuando me alejo de la protección de los edificios. Soy la única persona que camina por la calle helada a las dos de la mañana y apenas hay luces prendidas en las casas.

Apuro el paso todo lo que puedo y llego al atajo donde Andrew dijo estar escondido a los pocos minutos, tal y como le dije que haría. Efectivamente, es un pasillo estrecho y oscuro que separa dos casas de aspecto anticuado.

—¿Andrew? —susurro, intentando vislumbrar algo en la penumbra.

—Aquí estoy —murmura él cerca mío.

Me giro en dirección a su voz y prendo la linterna del celular. Al principio no lo veo, pero después la luz enfoca su cara y debo contenerme para no lanzar un grito de espanto.

Aún no he podido borrar la imagen de su rostro golpeado en la escuela, pero esto es mil veces peor. Es como si literalmente alguien lo hubiera utilizado como saco de boxeo. Está sentado con las piernas dobladas y su torso curvado sobre ellas. Su cara está empapada en sangre que gotea sobre sus pantalones grises de dormir. Uno de sus ojos parece imposible de abrir por la hinchazón y el otro está rojo, posiblemente de tanto llorar.

Rápidamente me acerco y, tras guardar el celular en el bolsillo de los pantalones, le tiendo las manos para ayudarlo a levantarse.

Su peso cae sobre el lado izquierdo de mi cuerpo y, al tenerlo contra mí, lo siento temblar. No sé si es por el frío, por el dolor, por el miedo o por todo, pero paso mí brazo a su alrededor para estabilizarlo.

—Vamos caminando, no hay ningún taxi.

Un susurro inentendible brota de su boca y yo decido interpretarlo como "claro, no hay problema".

El camino de vuelta a mi casa es silencioso y eterno. No quiero hablarle para que no sienta la obligación de contestar (tampoco podría hablar de algo que no fueran sus golpes o Ethan), y la tarea de ser su bastón/andador no es fácil. Agradezco a la Divina Providencia que soy casi más alta que él y puedo mantener el equilibrio sin mayores dificultades.

Cuando llegamos, él me observa abrir la puerta principal con cara de confusión.

—¿Desde cuando vives aquí?

Cierto. Él no sabe nada acerca de la mudanza.

—Me mudé hace unos meses, después de que destrozaran mis cosas. —Mientras me aparto ligeramente para dejarlo pasar, veo como su expresión se torna aún más sombría. Entonces, en medio de el caos que reina en mi cabeza, recuerdo que él sabe algo respecto a los anónimos. Habría sido de utilidad que me lo contara un rato antes porque ahora dudo que pueda llegar a decirme algo realmente interesante. Además, su estado no es precisamente el ideal para una charla—. Vayamos a baño —le digo y tiro de él hacia allí antes de que pueda quejarse—. Tienes que limpiarte.

Lo ayudo a lavarse la cara y pronto tengo un mejor panorama de sus heridas. El ojo hinchado es la más preocupante y mañana estará al doble de tamaño si no hago algo para impedirlo. El resto seguramente se volverán feos moretones violáceos en unas horas.

Los Secretos Y Mentiras De Melody Vecchio (+18) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora