Capítulo doce

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No puedo usar la puerta de entrada, de modo que calculo cuál es la ventana de la habitación de Félix. Estoy casi segura que, de las cuatro ventanas que hay en la parte lateral de la casa, la segunda de la izquierda es la que da a su dormitorio. Es un alivio que no esté en el segundo piso. Lo de escalar nunca se me ha dado bien.

De repente, un movimiento en una de las ventanas hace que la cortina se agite ligeramente. Es la tercer ventana, y no tengo dudas de que ha sido Félix quien la ha movido.

Con una idea en mente, corro a la puerta de entrada y toco timbre. Inmediatamente, vuelvo sobre mis pasos y me pego a la ventana. A través de las cortinas, logro distingir una figura que sale de la habitación, y eso me da luz verde para levantar el ventanal y colarme en el cuarto.

El dormitorio es más grande de lo que yo había creído, casi el doble que el de Andrew. Además, está muy iluminado por la luz que entra por la ventana, a pesar de que las paredes y el suelo son de madera oscura. Los muebles, por su parte, parecen sacados de una película histórica y la cama, lo único moderno en todo el cuarto, es enorme y metálica. La colcha color crema que la cubre es casi del mismo color que mi piel y eso me da otra idea. Una que a Félix le encantará.

Me apresuro a quitarme la ropa y la escondo bajo la cama. Cuando escucho pasos en el corredor, me tiro sobre la cama completamente desnuda y boca arriba. Abro ligeramente las piernas, para que Félix pueda apreciar más la vista.

El susodicho entra a su dormitorio mascullando una maldición a los niños del vecindario, que no dejan de molestarlo.

Puedo notar cuándo se da cuenta de que estoy en su cama por la expresión en su cara, que cambia drásticamente del enojo a la lujuria más pura que he visto.

—¿M… Melody? —está muy excitado, y yo no me quedo atrás. Su voz ronca me pone a mil, ni hablar del hecho de que yo estoy completamente desnuda y él lleva uno de esos trajes de oficina que tan bien le quedan.

—Sí, y toda tuya —le guiño un ojo y eso parece sacarlo del trance.

Avanza hacia mí velozmente y cubre mis labios con los suyos en un beso febril, apasionado. Mientras nuestras lenguas ejecutan una danza que sólo ellas entienden, rodeo su cadera con mis piernas y rozo su enorme erección por encima del pantalón, arrancándole un gemido.

—Más… —pide contra mi boca.

Y, ¿quién soy yo para negarle un deseo?

De un momento a otro, su camisa está en el suelo y los botones desperdigados por el piso. Él se quita el pantalón y yo, entre beso y beso, aprovecho para desatar su corbata. Rodamos sobre la cama un par de veces y siento un dedo abrirse paso dentro de mí. Gimo cuando al dedo se le suma otro, y otro más. En un instante, estoy gritando el nombre de Félix sin medir el volumen y clavando mis uñas en su espalda.

Félix deja de besarme y comienza a mordisquear mis pechos, mientras que usa la mano que tiene libre para rodear mi cintura y atraerme más hacia él. 

No soy del tipo de personas que dejan que el otro haga todo, por lo que extiendo una mano y sujeto su pene.

Félix no me da tiempo a masturbarlo: se aparta de golpe y la desilusión se apodera de mí.

Otra vez volverá a comportarse como un mojigato… o tal vez no.

Escucho el sonido de un envoltorio plástico abrirse y, unos pocos segundos después, él vuelve a cernirse sobre mí con un preservativo puesto.

Estoy a punto de hacer una broma sobre eso cuando un espasmo de placer me obliga a arquear la columna y a lanzar un grito. Se ha impulsado en mi interior sin previo aviso, y está jadeando tanto como yo, disfrutando de cada embestida que da.

Vuelvo a envolver sus caderas con mis piernas y presiono mi cuerpo contra el suyo, haciéndole gritar.

La velocidad de sus embestidas aumenta, la cama empieza a moverse y el respaldo choca contra la pared siguiendo el ritmo de nuestros gritos y gemidos. Estoy en un estado cercano a la locura: no puedo pensar con claridad, tengo los ojos llenos de lágrimas de placer y mi cuerpo se mueve descontrolada e inconscientemente.

Siento los dientes de Félix en mi cuello y clavo los míos en su hombro. Sus manos me aprietan con fuerza la cintura, haciéndome chocar contra su pelvis sin ninguna dulzura.

Cuando empiezo a sentir los espasmos precendentes al orgasmo, tiro de su pelo y grito su nombre.

—¡Me… lo… dy! —dice cada sílaba tras una embestida.

Eso acaba con mi cordura y termino corriéndome primero. Félix me sigue a los pocos segundos y cae sobre mí como un peso muerto.

Dato importante: debe pesar cerca de cien kilos.

—No… puedo… respirar —bufo al notar que mis pulmones están al borde del colapso.

Él ríe y se acuesta a mi lado.

Nos quedamos en silencio un largo rato, mientras nuestras respiraciones se calman y el sudor va desapareciendo. Una sonrisa llena mis labios al recordar lo que pensé mientras lo hacía con Ethan: que Félix lo haría mejor. Tenía razón, ya que este ha sido uno de los mejores polvos de mi vida.

—¿Alguna vez te han dicho que eres un demonio? —su pregunta me hace reír

—Sí, lo han hecho —admito—. Y a esa persona no le fue muy bien.

Se pone de costado y se levanta ligeramente para poder mirarme, apoyándose en su codo. Es la primera vez que no lo veo de mal humor. Aunque, ¿Quién lo estaría después de lo que acaba de pasar?

—¿Puedo saber qué le hiciste a esa pobre persona? —pregunta con curiosidad.

—Nada —confieso—. La vida se encargó de hacerle pagar por cada insulto que me dijo y por cada vez que trató de controlarme.

Eso le hace fruncir el ceño.

—¿Era algún novio tuyo?

Niego con la cabeza, perdida en los recuerdos.

—No, pero eso ya no importa —digo rápidamente y me incorporo en la cama—. Ahora, ¿que te parece si volvemos a hacerlo? Aún sigo con ganas.

El se quita el preservativo y se queda en silencio unos segundos.

—Creo que primero tenemos que hablar.

Los Secretos Y Mentiras De Melody Vecchio (+18) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora