Capítulo cincuenta y cuatro

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—¿Lo mataste? —pregunta Andrew, entre asustado y esperanzado.

—No lo sé —admito.

Dejo rápidamente el trofeo a un lado y me acerco para ver si tiene pulso.

—Sigue vivo —anuncio tras sentir los leves embates de su sangre contra la piel de su garganta—. Pero hay que llevarlo al hospital si quiero evitar terminar en la cárcel por unos cuantos años.

—¿Cómo lo harás? Lo siento, pero yo no puedo ayudarte. —Señala su rodilla y ya no siento que se me haya ido la mano.

—Una vez en una clase de primeros auxilios nos dijeron que si alguien se desmaya hay que intentar despertarlo causándole dolor —recuerdo.

Andrew me mira poco convencido.

—A mí me parece que no dijeron nada sobre eso —refuta—. Sólo aclararon que hay que aflojar cualquier ropa ajustada, levantar sus piernas y llamar de inmediato al 911.

—Eso es si no sabes por qué se desmayó... Creo. Bueno, mejor simplemente llamo al 911. ¿Crees que podrás ayudarme a cargarlo?

—Sí… ¿Qué vas a hacer?

Está asustado, lo veo cuando me observa cargar el cuerpo laxo de su padre como una bolsa de papas; su mirada me sigue cuando salgo por la puerta a duras penas.

—Confía en mí, todo está bajo control —lo reconforto. Y no estoy mintiendo—. Tú quédate aquí y vuelve a dormir, aún es temprano.

Cierra la puerta detrás mío y yo camino hacia la casa Harper. Son las cinco de la mañana, apenas un par de personas han prendido las luces de sus casas y todavía no anda ni un alma por las calles.

A mitad de camino entre su casa y la mía, encuentro un banco bastante grande y dejo el cuerpo de Félix allí. Tras asegurarme de que siga respirando, llamo al 911.

—¿Cuál es su emergencia? —pregunta una voz femenina al otro lado de la línea.

—Estaba corriendo como todas las mañanas y vi un señor desmayado en un banco —miento—. Tiene un golpe en un lado de la cabeza y sigue respirando.

—Una ambulancia estará allí de inmediato. ¿Cuál es la dirección?

Le digo las calles y antes de colgar, agrego:

—Lo siento pero yo voy atrasada para el trabajo, no puedo quedarme.

Cuando escucho el "bip" me alejo de Félix tanto como puedo. No veo ningún lugar apropiado para esconderme, así que doy un par de vueltas hasta que encuentro uno bastante decente detrás de un árbol perenne en la vereda de enfrente.

Espero lo que parecen horas, aunque según mi celular son sólo dos minutos, hasta que veo las características luces estroboscópicas acercándose.

Los paramédicos bajan una camilla y, después de revisar a Félix y de desabrocharle el cinturón, el reloj y un par de cosas más que no llego a ver, lo suben a la ambulancia sujeto a la camilla como un matambre.

Una piedra que hasta entonces no había notado se levanta de mi pecho y puedo respirar hondamente por primera vez en muchos minutos.

Mis piernas, las cuales se han mantenido fuertes mientras cargaba a Félix, pierden el equilibrio y caigo de culo en la nieve. Sin embargo, no tengo tiempo para ataques de histeria.

Cuando vuelvo a casa, caminando tan establemente como puedo, encuentro a Andrew sentado en un sillón de la sala, masajeándose la rodilla y mirando fijamente la mesita ratona frente al televisor.

Los Secretos Y Mentiras De Melody Vecchio (+18) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora