Capítulo cuarenta y uno

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Jueves 7 de diciembre

Ya ha pasado más de un mes desde aquella noche en la que canté frente a toda la escuela, en la que me hice amiga de Andrew y Tamara, en la que conseguí comida gratis para todo el año escolar y en la que le dije a Félix que estaba enamorada.

¿Estoy enamorada?

No lo sé. Quizás no, quizás sí.

He mentido tanto que a veces no sé si también me estoy mintiendo a mí misma.

Sin embargo, absolutamente todo sigue igual. Tamara y Andrew siguen siendo mis amigos y dos por tres nos juntamos a ver películas juntos. A Andrew le gustan las de aventura, a Tamara las de terror y a mí las de acción. Como es lógico, casi nunca vemos aventura, aunque a veces lo hacemos sólo para darle el gusto al pobre chico. Félix y yo seguimos teniendo sexo casual aproximadamente cuatro veces a la semana, siempre en el colegio o en mi casa. Y después está el tema de los anónimos. Lamentablemente, siguen apareciendo en la puerta de mi casa o en mi buzón, diciendo lo mismo que los anteriores pero en otras palabras: si no me voy, algo muy malo me va a pasar.

Bueno, he decido hacerle caso a la persona tras los anónimos, aunque no me iré para siempre; simplemente comenzaré mis vacaciones de invierno un tanto antes. Por eso, este es un jueves muy feliz.

Afuera las hojas amarillas y naranjas lo cubren todo; los árboles están completamente desnudos a la espera del invierno. En Buenos Aires casi todos estarán quejándose del precio de los trajes de baño y empezando a preparar las piletas para cuando el calor sea más fuerte. Acá la gente está comprando camperas gruesas y preparándose para cuando comience a caer nieve y haya que sacarla a paladas de los caminos. Un escalofrío me recorre la columna de sólo pensar en ello y hace que me apure hacia la entrada del colegio.

Ni siquiera me he molestado en venir con el uniforme, estoy usando un conjunto de ropa deportiva azul que es horrible de ver pero súper calentito. De todas formas, me veo sexy aunque tenga puesta una bolsa de papas.

Félix parece pensar lo mismo, porque me devora con los ojos en cuanto entro a su oficina.

—Buenos días, Vecchio. —Deja lo que sea que esté garabateando y me señala la silla frente a él, aunque yo me quedo obstinadamente de pie, con un hombro apoyado en la pared de la derecha y las manos en los bolsillos.

—Melody —corrijo; siempre me trata por mi apellido cuando estamos en el colegio—. Venía a avisar que no vendré al colegio el resto del mes.

—¿Disculpa?

—Pues, eso. Me iré de vacaciones hoy mismo —repito ante su cara estupefacta—. Nueva York me espera.

—De acuerdo —murmura en un tono que se asemeja al de una pregunta y mientras se pone de pie—. Que tenga un lindo viaje, Vecchio, aunque antes quiero darle una buena... despedida.

Camina lentamente hacia mí y su mirada recorre mi piel con hambre, comenzando a encender mis hormonas. Miro sus labios carnosos, un poco húmedos y entreabiertos, que se acercan cada vez más a los míos y comienzo a sujetar el elástico del pantalón.

Tac-tac-tac.

El sonido de alguien corriendo en el pasillo hace que Félix se detenga en seco y se siente tras su escritorio a la velocidad de la luz. Un segundo más tarde, Andrew entra como un torbellino y se queda frío mirándome.

Hay un pequeño y tenso silencio durante el cual Félix se encarga de lanzar dagas a su hijo con la mirada y éste no deja de mirarme a mí con curiosidad.

—Hola —saludo finalmente, cuando veo que ninguno de los dos va a abrir la boca.

—Melody, ¿qué haces aquí­? —pregunta Andrew.

—La señorita Vecchio dijo "hola" —dice Félix antes de que yo responda—. Creo haberte enseñado mejores modales para tratar con una dama.

En un intento por evitar la risa, mi saliva toma el camino equivocado en la boca y termino tosiendo como fumadora mientras padre e hijo me miran incrédulos.

Pero, seamos sinceros, yo tengo de dama lo que de virgen; sin contar que hace un mes Félix estaba gritándome que me fuera de su casa después de que yo le hubiera dicho unas cuantas cositas.

Cuando al fin mi risa y mi tos se detienen, me encojo de hombros.

—Chiste privado —explico escuetamente—. Estaba diciéndole al director que me voy de vacaciones a Nueva York hoy mismo y regreso después de Año Nuevo.

—Oh, vaya, me alegro por ti —dice Andrew sonriendo de repente—. Disfruta todo lo que puedas y nos vemos en un mes.

Luego de murmurar un rápido "gracias", huyo de la oficina. A lo lejos escucho a Félix preguntándole a su hijo cuál era el apuro para entrar con tanto ímpetu, y la vaga respuesta de Andrew indica que se ha olvidado qué iba a hacer.

Al llegar a casa tomo mis maletas recién compradas y llenas con todo lo importante de mi hogar (lo único que no pude meter fue el microondas, pero espero que, de haber algún ataque a mi propiedad, piensen primero en romper la cocina porque la uso muchísimo menos), y tomo un taxi hasta el aeropuerto de San Diego.

💋💋💋

Nueva York es una ciudad vibrante y llena de energía que puede enamorar a cualquier urbanita, pero el ritmo al que se vive es muy rápido, como si los relojes hicieran tic-tac con más frecuencia.

En cuanto el avión aterriza tras un vuelo directo de seis horas, el cual aprovecho para dormir, prendo el celular y recibo muchos mensajes de Andrew y Tamara, que hace poco más de dos semanas hicieron un grupo de WhatsApp conmigo. También tengo uno de Christian preguntándome cómo me ha ido en la mañana; él no sabe que estoy a punto de caerle como mulita de regalo porque decidí aparecer por sorpresa. Bueno, para eso están los hermanos, ¿no? Para que uno se pregunte dónde meterlos cuando los ves en la puerta de tu casa.

Chris vive en la residencia de la universidad, así que de camino busco un buen hotel y reservo una habitación doble... por las dudas. Nunca se sabe cuando tendrás compañero de cama.

Mientras pido un taxi, le mando un mensaje a­ mamá para avisarle que ya llegué para que se quede tranquila. Ella está al tanto de la sorpresa, pero no puede venir antes de Navidad debido a la gira.

Las calles de Nueva York son un infierno. Todos los que decidan ser taxistas en esta ciudad tienen que estar locos de remate o ser masoquistas. Tras dos embotellamientos y mil semáforos en rojo, termino llegando a las seis de la tarde a la residencia de Christian.

Por algún milagro de la vida y de la existencia, las llaves de la habitación de Christian aparecen en mi bolsillo delantero del pantalón deportivo. Después de nueve horas viajando, doce si se tiene en cuenta la diferencia horaria, ni siquiera me acuerdo cómo tuve la fantástica idea de dejar las llaves en el sitio más fácil de robar, pero decididamente no tengo quejas.

No es ninguna novedad que siempre he tenido la costumbre de abrir las puertas sin golpear, en especial si se trata de una visita sorpresa, pero llamar antes de entrar tiene muchas ventajas. Una de ellas es que uno se evita el mal trago de ver escenas que no quiere tener grabadas en la memoria.

Y, en cuanto entro a la habitación de mi hermano, me basta una sola mirada para comprender que esa imagen no se me va a ir de mi cabeza por mucho tiempo.

Mi hermanito, siempre tan tierno y adorable, está de rodillas en el piso, con el miembro de un moreno de baja estatura completamente metido en su boca y masajeando su prieto trasero al ritmo que la succiona.

El moreno tiene los ojos cerrados y la cabeza echada hacia atrás de puro placer, así­ que no se percata de que estoy ahí. Christian, en cambio, nota que abro la puerta y me descubre mirando la entre sorprendida y horrorizada, sólo para devolverme una mirada idéntica.

Bueno, supongo que la sorpresa fue mutua.

Los Secretos Y Mentiras De Melody Vecchio (+18) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora