Capítulo diecinueve

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—Usted llegó a su casa alrededor de las dos, vio la puerta abierta de su habitación, entró y se encontró con este desastre. Inmediatamente llamó a la policía y no salió de su casa hasta que llegamos, ¿correcto? —el oficial Briggs revisa mi declaración por quinta vez y yo asiento con la cabeza por quinta vez.

Ya son las ocho de la noche y hay policías por todo mi apartamento. He tenido que hacer un inventario y descubrí que, quien sea que haya causado esto, no se ha llevado nada, pero sí ha destrozado mi habitación y el baño.

—Necesito que responda con la verdad, señorita Veccio —me advierte Briggs—. ¿No alteró la escena en ningún momento? ¿No quitó ni el más mísero detalle? Es muy importante para descubrir los motivos de este destrozo.

Niego con la cabeza y ruego que no me revisen. Sigo teniendo puesta la ropa de Leslie-Florencia y la nota anónima reside en uno de los bolsillos de la chaqueta rosa. Claro que, dado que yo no he hecho nada ilegal, no tienen ningún motivo para revisarme.

—Al ver el desastre, corrí a la cocina y llamé. No tuve tiempo a tocar nada.

—Sólo tengo una pregunta más —dice el oficial—. ¿Por qué llegó tan temprano a su casa? El horario escolar es hasta las cuatro de la tarde y usted ya estaba aquí a las dos, cuando hay constancia de que asistió a clases.

Hora de contar la historia que inventó Félix.

—Cerca de las once me empecé a sentir mal —miento. Tras tantos años de mentiras, lo hago de forma automática y sin dudar—. Me dolía la cabeza y estaba mareada. Fui a la enfermería; me dijeron que tenía la presión baja y un poco de fiebre. El director me trajo a casa, pero no entré. Me sentía un poco mejor y preferirí ir a almorzar a un McDonald's que está cerca de aquí.

Briggs me mira con escepticismo.

—Tardó tres horas en comer una hamburguesa con papas fritas, debo suponer.

Muy a pesar mío, lanzo una carcajada. Este hombre sí que sabe utilizar el sarcasmo.

—Hoy se cumple un año desde que vine a vivir aquí —explico—. Estuve tres horas comiendo y revisando Twitter, Instagram, Facebook, WhatsApp…

—Sí, sí, ya entendí —me interrumpe antes de que pueda seguir enumerando redes sociales—. Ya no tengo ninguna otra pregunta, puede hacer lo que quiera. Nosotros inspeccionaremos lo que falta y encontraremos al responsable lo antes posible.

Briggs se aleja de mí después de hacerme firmar unos papeles y quedo sola en la cocina, pensando en qué hacer.

Si le digo a Félix que alguien se ha enterado de lo nuestro, se negará a seguir follándome por miedo a perder su trabajo. Si no se lo digo, corro el riesgo de que no esté lo suficientemente preparado para fingir si esa persona lo deja escapar y alguien lo enfrenta.

Sin embargo, el anónimo me ha llegado a mí, no a él, al igual que la amenaza. Porque es obvio que el destrozar mis cosas personales fue un intento de hacerme sentir impotente que no funcionó. La impotencia no va conmigo, pero sí me enoja saber que alguien me odia lo suficiente como para meterse de esa forma en mi vida privada. Es decir, ¿a quién mierda le interesa si me follo al director o no? Las únicas personas a quienes debería importarles son la esposa de Félix y Andrew. Y ninguno de los dos habría mandado un anónimo. Aparte de ellos, no conozco a nadie más en la ciudad, quitando a mis profesores y compañeros, que estaban en el colegio en el momento en que mi apartamento fue allanado.

También está el jardinero, que tiene una llave, pero creo que ni siquiera he hablado más de una vez con él: mamá fue quien lo contrató y arreglamos el horario por e-mail.

En otras palabras, la lista de sospechosos está completamente en blanco.

Cuando los policías se van, cerca de las once de la noche, pongo una pizza a calentar en el microondas y vuelvo a leer la nota, reparando en detalles que no había notado antes: está escrita en computadora, tiene una gramática perfecta e incluye una metáfora. La persona que la escribió no me pide que haga nada, de modo que no es chantaje, pero sí pretende que me coma el coco pensando en quién podría ser.

Y eso es justo lo que estoy haciendo.

Por ahora no puedo hacer nada, sólo resta esperar al próximo anónimo; estoy completamente segura de que no tardará en aparecer.

Ceno y, después del día agotador que he tenido, caigo rendida sobre el sofa del living sin siquiera sacarme la ropa.

A la mañana siguiente me duele hasta el pelo, pero, al menos, eso me ayuda a madrugar. Anoche no me bañé, así que no queda otra opción que bañarme hoy, antes de ir al colegio.

Sin embargo, surge otro problema: no puedo usar ninguno de los productos del baño porque han sido alterados. Me doy cuenta de eso al abrir el pote de shampoo y no sentir su delicioso aroma a coco, sino uno diferente, muy parecido a la crema depilatoria que usaba mi prima Roxana.

Eso me da otra pista: la persona que entró es una mujer; a ningún hombre se le ocurriría algo así, el cabello ajeno les importa un carajo. Hay algo personal en este pseudo ataque que me hace pensar en Tamara Rhodas, pero ella estaba en el colegio cuando se produjo el incidente, lo que le da una coartada perfecta.

Sacudo esos pensamientos de mi cabeza y me baño solamente con agua sin rechistar. No sirve de nada volverme loca por algo que aún no puedo resolver.

Al abrir la puerta de mi apartamento, me encuentro con una sorpresita: Andrew está parado al lado del ascensor con el uniforme escolar puesto.

Justo lo que me faltaba.

—Hola, Melo —me saluda con una sonrisa.

Contengo el impulso de hacerle usar mi nombre completo y logro fingir una sonrisa bastante convincente.

—Hola, Andrew —llamarlo por un diminutivo ya sería pedirme demasiado—. ¿Por qué estás aquí?

Él se acerca a mí y me da un beso en la mejilla antes de responder.

—Mi padre nos está esperando abajo —dice alegremente—. Te llevaremos a la escuela en camioneta así no tienes que caminar tanto. Es lo que los amigos hacen, ¿cierto?

Me mira expectante, y yo no puedo hacer más que asentir en silencio. Si hablara, acabaría diciéndole a gritos que no sabe un pepino sobre la amistad. Claro que, al fin y al cabo, yo tampoco.

—Entonces, ¡vámonos!

Lo sigo en silencio y con la sensación de este será el viaje más incómodo de mi vida.

La predicción cobra fuerza cuando salimos del edificio y descubro que no sólo está Félix dentro de la camioneta: Lillian me está dirigiendo dardos desde la ventanilla del asiento del copiloto.

Los Secretos Y Mentiras De Melody Vecchio (+18) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora