Capítulo treinta y ocho

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-Aquí tiene la llave -dice el dueño de mi nueva casa mientras me tiende la mano.

La acepto y me despido de él para luego observar el lugar, que es muy similar a mi anterior departamento, sólo que no es un departamento, sino una casita diminuta que está mucho más cerca de la casa de Félix. Aún no he podido decidir si eso es bueno o malo, dadas las circunstancias.

Ya ha pasado una semana desde la llegada del último anónimo, que jamás leí. Así como estaba, todo amenazante en su sobre blanco cerrado, fue derechito a la basura e hizo que acelerara la mudanza insistiéndole a mi madre sobre la urgencia de tener un nuevo hogar.

Entro seguida de la gente que transporta los escasos muebles que poseo y voy indicándoles dónde poner cada cosa. Mi habitación, que antes solía estar decorada y adaptada a mi estilo, ahora será mucho más rústica de lo que me gustaría, ya que después del destrozo que provocó el autor de los anónimos me quedaron pocos efectos personales.

Debo estar loca para querer quedarme a pesar de todo.

Paso casi cinco horas organizando todo, desde la alfombra de entrada hasta la cortina del baño. A media tarde llegan a instalarme el sistema de seguridad que pedí y, al fin, puedo respirar en paz con la certeza de que nadie entrará a mi casa sin antes alertar a media ciudad.

Alrededor de las siete y media llamo a Christian para agradecerle por su ayuda, pero no me responde; a veces me olvido de la diferencia horaria entre Spring Valley y Nueva York y de su recién empezada vida sexual. Tras hablar una rato largo con mamá y celebrar otro lunes sin ir al colegio, caigo rendida en la cama.

La semana pasada ha sido un borrón. He ayudado a Andrew y a Tamara, he ido al colegio, he comido y he dormido. Y, lo más importante, no he visto a Félix. Aún sigo bastante enojada por lo que le hizo a Andrew con respecto a la competencia y a los golpes y sé que si hablamos, todo se va a descontrolar.

El timbre me saca de mis pensamientos sobre Andrew y su padre. No he pedido ningún delivery y todo lo relativo a la mudanza ha quedado listo. Además, nadie sabe aún dónde vivo.

De pronto asustada, salgo de la cama y me acerco a la puerta con el puño cerrado; todo mi cuerpo está listo para atacar.

No es necesario. Afuera está la vereda vacía y los árboles que se mueven por la gracia del viento otoñal, pero no hay rastros de la persona que tocó el timbre.

Un poco confundida, vuelvo a entrar. Justo cuando estoy a punto de cerrar la puerta, lo veo en los escalones del porche: un sobre blanco. El pulso me tiembla un poco cuando lo recojo y extraigo la nota que contiene, para después leerla una y otra vez sin poder asimilar lo que dice.

"Dime, Melody, ¿te gusta que tus amantes tengan grilletes? En caso de ser así, estás de suerte. Félix tendrá unos muy pronto."

Meto el papel dentro del sobre de nuevo y una mezcla de emociones negativas me invade: furia, cansancio, miedo. En realidad no me importa la amenaza en si, más bien me asusta que quien sea que esté atrás de los anónimos haya descubierto mi mudanza. Realmente estoy siendo vigilada.

Antes de entrar, levanto el dedo medio en todas las direcciones y después cierro la puerta con llave.

💋💋💋

El martes tampoco veo a Félix en toda la mañana. Después de clases salgo a comprar un disfraz para la fiesta de Halloween, que es esta misma noche, y tras acabar con ese asunto duermo una pequeña siesta. ¿A quién se le ocurre dar una fiesta un día en el que todos tuvimos que estar despiertos a las ocho de la madrugada? Bueno, quizás estoy exagerando, pero sigue siendo muy temprano.

Al despertar, tengo varios mensajes emocionados de Andrew y uno de Tamara. Por un segundo pienso que estoy en un universo paralelo donde ella y yo somos amigas y nos prestamos ropa todos los días, ya que ella me está pidiendo un accesorio para el cabello que combine con su disfraz de Cleopatra. No tengo ni la más remota idea de cómo se le ocurrió que yo podría querer ayudarla pero debo reconocer que no me molesta hacerlo. Entre las pocas cosas que me han quedado logro encontrar una tiara dorada bastante clásica que ni siquiera he usado y parece ser de oro.

-¡Es perfecta! -exclama Tamara, extasiada, cuando nos encontramos a unas cuadras del colegio y le doy la pequeña corona-. Muchas gracias, Melo.

Mis cejas casi se unen. Hace un mes ella estaba gritando porque yo le había cortado el pelo (aún no le ha crecido así que se ha puesto una peluca castaña con mechas doradas), y yo estaba burlándome felizmente de su mala pata.

En fin, las vueltas de la vida.

-De nada -mascullo, sin saber qué más decir.

Tamara interpreta mi silencio como una invitación para hablar como cotorra el resto del camino hacia el colegio. Elogia mi disfraz, mi maquillaje, mi voz, mi cabello y prácticamente mi mera existencia hasta el punto en el que empiezo a preguntarme si no va a pedirme prestada mi casa o algo así. Sin embargo, esta parece ser la Tamara amistosa, porque hace exactamente lo mismo con sus amigas cuando ellas nos alcanzan a unos metros de entrar. Como era de esperarse, todas me miran como si fuera un extraterrestre de paseo por una galaxia desconocida, pero ninguna dice nada.

El colegio está tan distinto que no lo reconozco. La decoración del pasillo de entrada es bastante tenebrosa y realista -arañas peludas meciéndose en las esquinas, manchas de sangre brillando en las paredes, rostros fantasmales asomándose por las ventanas, cabezas cortadas esparcidas por el suelo y viejos candelabros emitiendo una luz demasiado tenue y espectral-; a pesar de saber que ninguna masacre ha ocurrido dentro, siento un escalofrío.

La sala principal, sin embargo, está llena de luz y color. Tamara y sus amigas desaparecen de repente y puedo mirar tranquilamente cómo la gente disfrazada de absolutamente cualquier cosa (desde un semáforo en verde hasta Lady Gaga) pulula por todos lados.

Hay una mesa enorme con comida de aspecto raro justo al lado de la barra, donde sirven bebidas bastante normales; a mi lado, alguien se queja porque no tienen alcohol. Lo más impresionante es, sin embargo, el escenario. Está en la pared opuesta a la comida y ya ha sido preparado para el espectáculo con instrumentos musicales y detalles similares a los del pasillo de entrada: telarañas, sangre derramada y fantasmas al acecho.

-Bonito disfraz -murmura Andrew a mi espalda, alejándome de mi ensimismamiento con el escenario.

-Gracias. -Me doy vuelta y lo veo, cómo no, disfrazado de noble egipcio, aunque el vaso plástico con Coca Cola que tiene en la mano arruina el efecto de su túnica-. ¿Julio César o Marco Antonio?

-El que haya vivido más tiempo.

-Buena respuesta.

-¿No vas a decirme de que te has disfrazado?

-¿No es obvio? -Miro hacia mi bonito vestido rojo y ajustado y las tiras de algodón que salen de la parte trasera-. Soy una zorra de siete colas.

-Pero si sólo tienes seis colas -ríe Andrew, señalando.

-La otra está debajo del vestido -digo con un guiño, y él se atraganta con su bebida.

-Buena respuesta -replica él después de toser un poco.

Estoy a punto de decir otra frase mordaz, pero una voz grave que conozco muy bien atrae mi atención de vuelta al escenario.

Ahí está Félix, disfrazado de Félix y luciendo muy caliente en su traje negro típico de Félix.

-Bienvenidos -saluda con voz de haberse tragado un limón enterito-. ¡Espero que estén listos para divertirse en esta séptima edición de la fiesta de Halloween!

Sigue hablando un largo rato, durante el cual yo no puedo concentrarme más que en el subir y bajar de su nuez de Adán, en cómo sus manos sujetan el micrófono y en lo mucho que me gustaría arrancarle la corbata.

A mediados de la semana pasada he tenido unas buenas sesiones de sexo con Aaron, pero ni eso puede quitarme el deseo que siento por Félix.

Cuando se baja del escenario, en medio de aplausos, sus ojos encuentran los míos y me hacen saber con una mirada sugerente que esta noche estará llena de sorpresas.

A ver si logro sobrevivir.

Los Secretos Y Mentiras De Melody Vecchio (+18) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora