Capítulo cincuenta y ocho

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-¿Puedo preguntar cómo conseguiste que mis padres accedieran a darme un permiso para terminar el colegio a distancia y viajar contigo por el mundo? -pregunta Andrew cruzado de brazos.

-No. Ahora termina con eso de una vez. -Señalo su maleta a medio armar.

Estamos en su habitación, después de escuchar una terrible perorata de Lillian que empezó haciendo hincapié en su total desacuerdo y terminó con una lista de requisitos para permitir que Andrew me acompañe en mi gira musical.

Han pasado más de tres semanas desde que Félix y yo hicimos el trato. Fue un golpe bajo, pero efectivo. Pronto comencé a hacer los arreglos de la gira, que básicamente consistieron en un par de llamadas a mi madre para aceptar su propuesta. No empezaré a cantar en shows hasta mediados de año, después de grabar un disco en conjunto con mamá, que también es la escritora de las canciones. Por lo pronto, Andrew y yo iremos unos meses a Italia, a un departamento cerca del de mi madre, para que yo retome mis clases de canto.

Un mensaje interrumpe la queja de Andrew. Dejo su laptop a medio embalar en la cama y leo el mensaje que me ha enviado mi psicólogo.

-Briggs me desea buen viaje -digo porque Andrew me mira sin disimular la curiosidad-. Ayer tuve mi última cita con él.

-El señor Briggs me devuelve la fe en la humanidad.

Debo confesar que estoy de acuerdo. Por insistencia de Andrew, empecé terapia poco después de hablar con Félix. Briggs es el estereotipo de padre perfecto: respetuoso, cálido y confiable. Me ha ayudado bastante a superar lo que pasó con mi nada estereotípico padre y ha buscado psicólogos en Milán para que continúe la terapia allá. Además, me ha diagnosticado adicción al sexo y ha comenzado a tratarme por ello. Y la primera medida es, claramente, la abstinencia.

Andrew bromea con que dejaré de ser adicta al sexo y me volveré adicta a los ansiolíticos.

Tal vez no esté muy errado.

-Vecchio, ¿podemos hablar?

Andrew y yo volteamos hacia Félix, que está recostado en el marco de la puerta con las manos en los bolsillos. No mira a su hijo, y él también aparta la vista rápidamente. Así ha estado la cosa entre ellos últimamente. Apenas han hablado para arreglar algunos mínimos detalles del viaje y el resto ha sido con Lillian como puente. Félix tampoco ha hablado conmigo, ni yo lo he buscado. Es la segunda vez que piso su casa desde que hicimos el trato y estoy aquí sólo para evitar que le haga algo a Andrew.

A mí ya no puede hacerme nada.

-Dime.

Félix cambia el peso al otro pie y vuelve a cambiarlo.

-En... privado.

-Ya están casi listas las maletas, Mel -me dice Andrew muy deliberadamente-. Cuando terminen de hablar podremos irnos.

Asiento.

-El que termine primero espera en la puerta de entrada.

Félix me guía por el pasillo que lleva a su habitación. Al entrar, me invaden los recuerdos de las cosas que han pasado aquí y vuelvo a sentir un deseo indescriptible por el hombre que está delante mío. Pero, después de contarle todo al doctor Briggs, él me hizo saber que eso era un claro signo de la adicción. Y ninguna adicción va a ser más fuerte que yo.

-¿Qué quieres decirme? -pregunto cruzándome de brazos.

Ninguno de los dos cierra la puerta de la habitación y soy consciente de que Andrew o Lillian podrían escuchar todo lo que hablamos.

-Quiero hablar sobre lo que pasó entre nosotros.

Es mi turno de rescostarme en el marco de la puerta. Él se queda parado delante de mí sin hacer más que esperar mi respuesta.

-¿Pasó algo entre nosotros que no hayamos hablado ya? -pregunto como si no fuera obvio.

-Te dije que te amaba. Me correspondiste. No es un chiste. No lo fue.

Una risa gutural que no puedo contener llena la habitación.

-Me estoy tratando por mi adicción al sexo. El psicólogo me dijo que algunos pacientes pueden desarrollar obsesiones relacionadas a fantasías sexuales. Yo solamente quería follar contigo, Félix. Supéralo.

-¡Melody! -grita cuando me doy vuelta para irme.

-¿Qué? -digo mientras camino hacia la puerta de entrada.

-Si alguna vez me necesitas, llámame.

Eso sí me hace detenerme de golpe y girar el cuello hasta verlo.

-Lamento decepcionarte pero ya borré tu número. Adiós.

Esta vez no me sigue.

Encuentro a Andrew en la puerta de entrada, con las valijas listas y una gran sonrisa en el rostro.

Y así es como voy al aeropuerto: en un taxi al lado de mi mejor amigo, sintiéndome libre al fin.

Los Secretos Y Mentiras De Melody Vecchio (+18) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora