Capítulo veintiuno

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-No ha sido tan malo, ¿cierto?

La pregunta de Andrew hace que deje de mirar la camioneta, que ya se aleja en dirección al trabajo de Lillian, y le ponga atención a él, rogando haber escuchado mal.

-¿Disculpa?

-No ha sido tan malo, me parece.

Quiero matarlo. Sería feliz si lo hiciera, pero aún no conozco las leyes de California y no quiero terminar en una cárcel de por vida a causa de este imbécil.

-Si no contamos el hecho de que tu madre me ha pedido que baje de la camioneta, que ha querido que Tamara sea amiga mía para alejarme de ti y que la he mandado a la mierda, entonces ha ido de maravilla -ironizo.

Andrew se ruboriza.

-Pero mamá nunca es el problema, papá lo es -murmura-. Él detesta a todos mis amigos y los trata como le viene en gana, pero a ti no te ha gritado por tonterías, no te ha dicho que eres una imbécil sin futuro, o algo peor, y no se ha puesto del lado de mamá.

Mi hermano tiene la capacidad de mover las orejas. Yo carezco del músculo que lo permite, pero, en este instante, juraría que mis orejas se han movido en dirección a Andrew en cuanto la última frase ha salido de su boca.

-Me gritó cuando te enfrenté por lo del anónimo, ¿recuerdas?

Él asiente con la cabeza.

-Sí, pero es muy suave cuando se trata de ti -explica cabizbajo-. Si yo le hubiera respondido como tú lo hiciste ese día, aún tendría el cuerpo lleno de moretones y varios dientes rotos.

Por alguna razón, siento que lo que Andrew está diciendo es completamente cierto.

De todos modos, ¿por qué estoy preguntando sobre Félix? No necesito saber si le grita o si le pega a su hijo para acostarme con él, y eso es justo lo que hacemos: tener sexo. Nada más. Sin preguntas incómodas, sin verdades ocultas, sin sentimientos confusos. Sólo sexo.

Eso me recuerda la intrusión de ayer en mi apartamento. He dedido no decirle a nadie sobre ello para que Félix no se entere. Ya dije bastante al esclarecer la relación Florencia-Leslie. Sé que, si le cuento lo del anónimo no voy a lograr nada más que una cama vacía. Bueno, tampoco tanto; mi cama siempre tiene hombres haciendo fila, pero no es lo mismo. El deseo sexual que me despierta ese hombre es incomparable. En cuanto me mira puedo sentir el fuego crepitando en mis venas, algo que no he experimentado con nadie más, ni siquiera con el hijo del jardinero, que está "estudiando" modelaje y luce como un dios griego.

-Entremos -propone Andrew-. Hace frío.

Tiene razón, ambos nos estamos congelando, de modo que entramos al colegio y nos dirigimos al aula.

Al abrir la puerta, el segundo problema del día aparece frente a nosotros: Tamara está sentada en la mesa que usa Andrew, mirándonos con cara de odio. Al parecer, ahorramos tiempo cuando decidimos no pasarla a buscar por su casa.

-Hola, Tammy -la saluda el inocentón que dice ser mi amigo.

La chica le destina una mirada furiosa antes de empezar a chillar desenfrenadamente.

-¡¿Qué crees que haces juntándote con esta... -me mira de arriba a abajo- puta barata que te odia?! ¿Ya se te olvidó que te dijo que le parecías un niño inmaduro la semana pasada? ¿Acaso no tienes dignidad?

Al ver como cae la mandíbula de Andrew, decido hacerme a un lado para evitar que me meta en la discusión que se va a armar.

-¿Qué te pasa, Tammy? -la voz del chico está teñida de preocupación-. Tú no eres así de vengativa. De hecho, siempre me has dicho que hay que ser toleran... ¡ah!

El puño de Tamara impacta sobre el pupitre de madera y lo sobresalta. Su intento de calmar las aguas ha derivado en un tifón.

"No existe fuerza mayor en el infierno que la ira de una mujer despechada".

No se quién inventó esa frase, pero acabo de comprobar que pero esa persona acertó de pleno.

-¡Estaba hablando de los gais, Andrew, no de esta zorra inmunda!

Ahora entiendo por qué le cae tan bien a Lillian, ambas son dos gotas de agua.

-¡Basta! -brama Andrew con ese tono que se parece mucho al de su padre-. Melo es mi amiga, y si no quieres acercarte a ella, aléjate de mí. No pienso discutir contigo cada vez que me veas con ella, porque siempre va a estar a mi lado.

Ok, este tipo se acaba de ir al carajo.

Tamara baja del pupitre y camina hacia nosotros con los puños apretados y temblando de rabia.

-Yo he estado ahí para ti toda tu puta vida, Andrew -susurra-, pero eso no parece importarte ahora que tu Melo está aquí -me mira con odio un segundo y luego pone un dedo sobre el pecho de Andrew, que no se mueve-. Me alejaré de ti, claro que lo haré, aunque eso signifique irme a vivir a la otra punta de la ciudad para no ser tu vecina. Pero te lo voy a decir sólo una vez: cuando Melody te diga por segunda vez que no quiere nada contigo y te humille frente a toda la escuela, yo ya no voy a estar ahí para secarte las lágrimas, y en ese momento te vas a dar cuenta de todas las cosas buenas que cambiaste por esta víbora de coral.

La parrafada podría haber sido mucho más contundente si ella prácticamente no hubiera sollozado la última frase. Sin embargo, verla secarse furiosamente las lágrimas con el dorso de la mano hace que Andrew, que se ha quedado petrificado, reaccione al fin.

-Tammy...

Andrew sujeta sus brazos y trata de acercarla a él, pero ella se deshace de su torpe abrazo y huye del aula. Ambos nos quedamos observando la puerta unos instantes, hasta que él se decide a hablar.

-Debo ir a buscarla -me mira como si fuera un pecado capital-. Espero que no te importe.

El día que me importe lo que hagas o dejes de hacer, Andrewcito, será un día muy triste.

Supongo que mi mirada lo dice todo porque el temor abandona sus ojos y sale corriendo detrás de Tamara sin mirar atrás.

Al quedar sola en el aula, calculo que mis compañeros no empezarán a llegar hasta dentro de diez minutos. Para matar el tiempo, decido dejar mis útiles escolares, los cuales Félix le dio a su hijo para que me los entregara hoy, ya que ayer me fui sin recogerlas, y mirar por la ventana.

Como si fuera cosa del destino, la camioneta de Félix ya está estacionada en su correspondiente lugar y se me ocurre que, tal vez, sólo llevó a Lillian hasta la esquina del instituto. O, quizás, su trabajo queda más cerca de lo que yo pensaba.

Hago la nota mental de preguntarle a Andrew dónde trabaja su madre y luego me encamino hacia el único lugar del colegio en el que puede estar Félix.

Según el plano de la escuela, hay una forma fácil de llegar a la oficina del director desde mi aula, y consiste en salir al patio interno por una ventana, entrar por la puerta que usa el personal de mantenimiento, girar a la izquierda y caminar por el primer pasillo hasta encontrar la puerta de madera.

Pongo en práctica ese conocimiento y llego a la dirección en un santiamén. Como era de esperarse, entro sin dudar y con la expectativa de una buena follada con sabor a morbo.

Nunca creí que el hábito de abrir las puertas sin golpear fuera a resultar un arma de doble filo, pero lo que veo al irrumpir en el despacho del director me hace replantearme varias cosas.

La primera: mi aseveración de no matar a nadie en California.

La segunda: mi decisión de no acostarme con Andrew.

La tercera: mi sentimiento de triunfo infundado.

Porque frente a mis ojos están Félix y Lillian, besándose apasionadamente y quitándose la ropa sin cuidado.

Y porque no sólo estoy furiosa, sino que, en el fondo de mi corazón, también puedo notar un dejo de tristeza.

¿Qué me has hecho, Félix Harper?

Los Secretos Y Mentiras De Melody Vecchio (+18) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora