Capítulo dieciséis

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Sólo de ver su mirada oscura y candente mis bragas vuelven a empaparse.

—¿Qué sucede? —pregunto al ver que Félix se queda mirándome con ira y sin decir nada.

Mi intervención parece molestarlo aún más.

—Mi despacho. Ahora —habla como si hubiera olvidado que existen los verbos y los conectores—. Y usted, el que se esconde ahí dentro, también viene.

Dentro del armario no vuela una mosca, el instinto de supervivencia de Aaron es muy fuerte. Félix empieza a caminar hacia la puerta del armario, pero lo detengo a tiempo.

—No hay nadie ahí dentro, Félix —miento. Si Aaron nos acompaña, el director no me follará.

Es obvio que Félix no me cree. Antes de que pueda reaccionar, estoy atrapada entre su cuerpo y la pared. Ha apoyado los codos en el muro y me rodea con sus brazos, mientras que su respiración cálida me roza la piel de las mejillas.

—Entonces, ¿debo suponer que las escobas cobraron vida y te follaron mientras las sopapas te llenaban de chupones? —espeta.

—Es una explicación válida, sí.

Noto que su furia crece con cada palabra que pronuncio: los músculos de su cara se contraen, sus deliciosos labios se transforman en una fina línea y su cuerpo acerca cada vez más a mí. Si lo hago enojar un poquito más terminaremos cogiendo en el pasillo.

—No es ninguna broma, Veccio.

Oh, ya estamos de nuevo con los apellidos.

Como su cuerpo está tan cerca, no puedo evitar deslizar una mano sobre su pantalón y acariciar su polla suavemente. Poco a poco, la siento endurecerse bajo mis dedos.

—Discutamos esto en tu oficina, Harper —murmuro con sensualidad. Me acerco a su oído y agrego—: Y hagamos eso que tanto quieres hacer.

Él suelta un gemido ronco, después de sujetarme bruscamente por la muñeca, avanza a grandes zancadas hasta su despacho. Al llegar, abre la puerta y me tira dentro sin cuidado.

Si antes estaba excitada, toda esta demostración de fuerza ha logrado volverme completamente loca.

De pronto, su manos aferra el escote de mi camisa y tira de él, haciendo trizas sus botones y los del blazer. En unos segundos, me ha sacado toda la ropa superior y hunde la cabeza en mis pechos, mordisqueándolos y dejando marcas por doquier. Sus manos inquietas destrozan mi falda y mis bragas para después frotar mi trasero y apretar mi vulva descontroladamente. Las sensaciones me apabullan y acabo gimiendo sin censura cuando sus dedos se introducen brutalmente en mi vagina.

Ni siquiera me da tiempo a pensar en lo que está sucediendo. De un momento a otro, me pega a la puerta, levanta mis piernas hasta que calzan en sus hombros y me penetra con fiereza. Grito, movida por el placer de sus embestidas apasionadas. No sé cuándo se ha bajado los pantalones, no sé si se ha puesto un preservativo, no sé nada aparte de lo hermosa que es esta sensación.

No pasa mucho tiempo hasta que empiezo a sentir los indicios del orgasmo. Sin embargo, cuando empiezo a sentir los espasmos, él se detiene y sale de mí.

Casi grito por la ausencia, pero él no acaba ahí. Aprieta mi cadera hasta hacerme doler y me levanta sin problemas. Soy depositada boca arriba en su escritorio, entre sellos y papeles, y él rápidamente se mete entre mis piernas. Me penetra ferozmente una vez más, mientras se inclina sobre mí y muerde mi cuello sin delicadeza. No puedo evitar jadear y moverme hacia los lados, tirando al suelo todo lo que había en el escritorio.

El placer se vuelve insoportable cuando Félix empieza a moverse muy rápido, entrando y saliendo de mi interior a una velocidad que hace que mis pechos tiemblen. Él los ve y dirige su boca a ellos, mordiendo mis pezones. Sus manos se cuelan por debajo de mi cintura y acarician mi culo. Un dedo travieso rodea mi ano lentamente, mientras que el ritmo de sus penetraciones no hace más que aumentar.

Por fin, siento la liberación abrirse paso en mi cuerpo y aprieto inconscientemente a Félix hasta que él se corre al mismo tiempo que yo.

Al acabar, Félix se aparta y ambos caemos al suelo, respirando tan desesperadamente como peces que han salido del agua.

Mi capacidad cerebral tarda bastante en volver a su estado normal. Puede ser que Christian tenga razón y el sexo sí me vuelva estúpida.

Al rato, él se acomoda la ropa y se dirige a la puerta.

—Te llevaré a tu casa —me informa—. Voy a pedir ropa en la enfermería.

Sale de la oficina y cierra la puerta. Yo aprovecho el tiempo que tengo para recuperarme del mejor orgasmo de mi vida. También tengo que secarme porque Félix no usó preservativo y mi humedad se juntó con su semen, conformando una mezcla bastante pegajosa.

Después, me acerco a mi ropa, que ha quedado tirada cerca de la puerta, y extraigo mi celular de uno de los bolsillos del blazer. Sigue funcionando bien, a pesar del golpe que sufrió cuando Félix tiró mi ropa por ahí; apenas tiene una pequeña parte de pintura saltada.

Mi ropa, por otro lado, está hecha jirones.  Sólo se salvan la camisa, a la que sólo le faltan los botones, y el blazer, que tampoco tiene botones y se ha rasgado ligeramente en el hombro derecho. Lo único que sí está entero son mis zapatos y mis medias, que nunca abandonaron mi cuerpo.

Vale, habrá que personalizar un uniforme nuevo.

Quizás Félix acceda a cambiar el uniforme escolar al completo. Sería fantástico poder usar uno que no diera ganas de vomitar con sólo verlo.

La puerta de la dirección se abre y yo, consciente de mi desnudez, me cubro con la poca ropa que ha sobrevivido. Afortunadamente, el intruso sólo es Félix, que trae un par de mantas blancas y esponjosas.

—Diremos que casi te desmayaste en mi oficina por la fiebre y que te llevé a tu casa —indica mientras me envuelve con las mantas.

Hasta entonces, no había notado el frío que hace en la oficina, pero la cercanía de Félix y sus esponjosas mantas me hacen dar cuenta de ello.

—De acuerdo —respondo en referencia a su plan.

—Y te cargaré para llevarte al auto —agrega.

No pongo objeciones, la idea de ser rodeada por sus fuertes brazos me atrae como imán al metal.

Una vez que quedo envuelta como un auténtico panqueque, él me sujeta por las rodillas y por la espalda y me levanta como a una novia.

Félix avanza por los pasillos como alma que lleva el diablo. Apenas veo fugazmente un aula o dos antes de ser un panqueque humano sentado en una camioneta. Claro que eso, en parte, se debe al sensual movimiento de sus músculos, el cual fui capaz de sentir a pesar de la manta. También me detuve a observar que su cuello es condenadamente caliente, sobre todo cuando traga saliva. 

—Llegamos —su voz me saca del mundo de los pensamientos y lo miro.

No sé que está pensando, su cara está inexpresiva y hemos hecho todo el trayecto en silencio, ni siquiera ha puesto la radio o un poco de música.

—Tendrás que llevarme hasta la entrada —aclaro, por si no se ha dado cuenta.

Él asiente.

—Pensaba hacerlo —replica.

Félix entrará en mi departamento. Esta salida rápida de la escuela me está gustando cada vez más.

Entonces, giro la cabeza para ver el complejo de apartamentos donde vivo, pero me encuentro con algo que no había previsto: adelante mío se cierne la casa de Félix, iluminada por el sol de las once.

—¿Qué…? —farfullo.

Lo miro en busca de una explicación. Félix me devuelve la mirada y, clavando sus ojos en los míos, dice:

—Acepto, Melody.

Los Secretos Y Mentiras De Melody Vecchio (+18) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora