Capítulo cincuenta

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-Aléjate -digo con firmeza.

Félix rodea la mesa como puede, sin apartarse de mí. La silla se hunde un poco cuando él me toma de los hombros y tira hacia abajo.

-Siempre quisiste estar muy cerca mío, ¿ya se te olvidó?

La crueldad con que lo dice hace que por primera vez tenga miedo. No puedo mover los brazos, así que levanto una pierna y le pego justo donde más le duele. O eso intento.

-Hoy no estoy de humor para tus juegos, niña imbécil -espeta, apoyando una de sus piernas sobre las mías e inmovilizándome por completo-. ¿Te gusta que esté cerca, Melody? ¿Te gusta que te toque? ¿Te gusta que te haga mía? -Su lengua roza mi boca, mi mejilla, mi nariz con una lentitud deliberada. Está calmado. Tiene el poder.

-No. -Es todo lo que puedo decir. El latido de mi corazón se escucha en toda la habitación, retumbando contra las paredes que no llego a ver. Tengo que encontrar el modo de huir. Él quiere hacerme daño, otra vez. Lo veo en sus ojos.

-Nunca sabes cuándo callar.

Siento un dolor sordo en los muslos, el peso de todo su cuerpo sobre su pierna.

Su mirada no se aparta, cuatro ojos negros que me estremecen por su frialdad.

-Dime, Melody, ¿te gusta que te domine así?

No es su voz.

No es su voz

No es su voz.

Un gemido gutural se me escapa y, de repente, recupero el control de mis piernas.

-Melody, ¿estás bien? -escucho decir a Félix a lo lejos. Suena preocupado y distante, como si hubiera un vidrio en el medio.

Pero no está lejos. Sigue a dos centímetros de mi cara y su pierna aún presiona las mías, aunque menos.

Creo que comienza a alejarse cuando yo tomo impulso. La silla llega apenas hasta la mitad de mi espalda, lo que me da espacio para tirar la cabeza hacia atrás y después hacia adelante con todas mis fuerzas.

El dolor agudo me paraliza. Félix aúlla y su peso desaparece de mi cuerpo al instante. Inspiro hasta llenar mis pulmones; no me he dado cuenta de que llevaba un rato sin respirar.

Las lágrimas de dolor me nublan la vista, pero distingo la figura larga de Félix contra una pared; parece estar sujetándose la cabeza con ambas manos. Quiero hacer lo mismo, mi cuerpo me pide a gritos que calme la punzada en mi frente, pero no puedo. Tengo que irme de aquí. Ya.

Me levanto de la silla y enseguida debo apoyarme en la pared para no caerme al piso por un mareo.

-Melody -susurra-. ¿Qué mierda te pasa? ¿Realmente creíste que podría hacerte algo como eso?

Me seco furiosamente las lágrimas con la manga de mi campera para poder enfocar la vista. El gris melange queda mojado y con una pequeña mancha de sangre que ha escurrido de mi herida, pero apenas lo noto. No puedo dejar de mirar a Félix, que se está acercando lentamente a mí con una expresión insondable.

-¿Tienes los huevos de venir y preguntarme qué mierda me pasa a mí cuando tú acabas de...? ¿De...? ¿De...? -Mi voz se corta y sé que no puedo decir qué acaba de intentar hacer. Tengo miedo de la palabra misma.

-Me pasé -admite-. Sólo quería que supieras lo que se siente cuando viene alguien y se sienta encima tuyo sin darte opciones. No creí que fueras a reaccionar así. ¿Estás bien? Te veo temblar.

-No, no te pasaste. Te fuiste a la mierda. Eso hiciste. -Tengo ganas de llorar y ni siquiera sé por qué. Ya pasó el mal momento, pero... -. ¿Quieres que no vuelva a acercarme? Está bien, no quiero verte nunca más en mi vida, ni pisar tu casa, ni escuchar tu voz. Y, antes de irme, te voy a decir una cosa: no sirves para nada. Todo lo que te ha salido mal en la vida ha sido tu culpa. No sabes ser padre, no sabes ser marido, no sabes ser director y ni sabes quién eres. Si mañana te mueres, el que llore en tu funeral lo hará de alegría, incluido tu propio hijo. Me das lástima. Sigue con tu patética vida, fingiendo que eres feliz y buscando sacos de boxeo para culparlos por tus problemas. Tú eres el problema. Siempre lo has sido para todos. Yo tal vez me habría enamorado de ti, pero eres una mierda de persona. Y me di cuenta muy tarde.

-Creo que en eso estamos igual, Melody -dice él, acercándose-. ¿No te cansas de fingir ser feliz, de pretender que tu vida es perfecta?

La lengua se me pega al paladar y las manos no me responden. Félix tenía razón, estoy temblando sin control.

-¿Qué fue lo que te hizo ser así? ¿Quién te hizo tanto daño? -insiste, cada vez más cerca mío.

Me imagino clavando las uñas en su piel. Pienso en el sonido óseo de mi mano impactando en su mandíbula. Fantaseo con patear cada centímetro de su cuerpo. Quiero verlo tendido en el piso, siendo una masa sanguinolenta que se queja de respirar.

Lo haré. Si me quedo unos segundos más, así terminará, sin importar cuánta resistencia oponga él.

Él parece darse cuenta, porque se detiene a mitad de camino y se encoje ligeramente.

Entonces, reacciono. Me bajo la gorra hasta las cejas para ocultar la lastimadura y de dos zancadas huyo de la oficina.

No me doy vuelta para ver si me sigue, pero estoy segura de que sigue parado donde estaba, viéndome desaparecer de su vida.

Los Secretos Y Mentiras De Melody Vecchio (+18) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora