Capítulo treinta y seis

5.9K 454 100
                                    

Al día siguiente, vuelvo a la casa Harper. Le he dicho a Andrew que seguiría ayudándolo con el tema de la competencia y no puedo perderme la oportunidad de volver a ver a Félix, especialmente después de lo que pasó ayer. Quitando ese final desastroso, desde luego. Es que hay algo que no entiendo. ¿Cuál es la necesidad de saber el motivo por el que no quiero cantar? No quiero y punto. Mi pasado es un cofre mohoso enterrado entre calaveras podridas; lo último que quiero es que se abra como la caja de Pandora.

Bueno, en realidad eso no es cierto. Lo último que quiero es seguir acercándome a la sala donde Andrew y Tamara están tratando de pulverizar los vidrios, aunque lo hago de todos modos porque ya no puedo arrepentirme.

–¿Se puede saber qué mierda están haciendo? —digo al entrar.

Por suerte, ni Lillian, que me abrió la puerta, ni Félix están a la vista y sólo debo enfrentarme a los cantantes frustrados, que dejan sus micrófonos cuando me ven.

—Hola, Melo —saluda Andrew, nada sorprendido por mi exabrupto y pausando la música—. Sé que estamos cantando muy mal, sucede que tuvimos que cambiar la canción. Anoche nos informaron que cada escuela deberá cantar sí o sí una ópera y no es nuestro punto fuerte.

—¿Y es muy necesario que sean ustedes quienes la canten? Porque saben que si cantan así de seguro comeremos pan duro el resto del año.

Tamara, que ha permanecido callada este corto tiempo, no espera más para abrir la boca.

—Ya sabemos que estamos cantando mal, Melody —espeta—. Y estamos esforzándonos por arreglar eso. En vez de criticar, podrías ayudarnos.

Aunque me cuesta admitirlo, tiene razón.

—Bueno, entonces mi primer consejo es que elijan una canción más sencilla. "Amazing Grace" requiere bastante técnica y hay óperas mucho más sencillas, como las de Il Divo.

—¿Quién? —inquieren Tamara y Andrew a la vez.

—Olvídenlo. Vuelvan a empezar.  Los escuché mientras me acercaba y necesitan mejorar muchas cosas, pero vamos a empezar desde lo básico. Andrew, mantén el mentón derecho; Tamara, controla bien la salida de aire.

—¿Cómo hago eso?

—Concentrándote. ¿Listos? Ahí va.

Pongo la pista y a los treinta segundos casi sufro un infarto. La voz que canta la canción es dulce como la miel, precisa como un cirujano y expresiva como un rostro.

Es la voz de mi madre.

Hacía mucho que no escuchaba una canción interpretada por ella, la Reina de la Ópera, y la nostalgia me invade de golpe, dando vuelta mis entrañas y apretando mi pecho.

Andrew y Tamara empiezan a cantar a destiempo y peor que antes, por lo que me recompongo rápidamente y preparo la expresión adecuada para enfrentar este desastre. Aparte del shock que supone para mí oírla cantar, no quiero que ellos se enteren de quién es mi madre. Probablemente Félix lo sepa, ya que es el director del colegio, pero dudo que le haya contado a su hijo y prefiero que siga así. Cuanto menos se sepa sobre mí, mejor.

—No, no, no. —Pongo pausa y los miro con los brazos en jarra, fingiendo que mí corazón late normalmente—. Tamara, tienes que controlar la salida de aire, no impedirla. Andrew, mantener el mentón derecho no implica tensar todo el cuello. Y los dos están cantando las notas equivocadas en tiempos distintos.

—¿Qué quieres que hagamos? —replica Tamara, roja como un ají putaparió—. ¿Playback?

—No canten la ópera. Es mejor que ustedes sigan practicando Chandelier y que otro haga la parte lírica.

Los Secretos Y Mentiras De Melody Vecchio (+18) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora