Capítulo cincuenta y uno

1.7K 166 40
                                    

El médico de la guardia me dirige una mirada especulativa.

—¿Cómo te hiciste esa herida? —pregunta con la clara sospecha de qué fue lo que pasó.

Es bastante lindo, observo. Tiene unos ojos pequeños color chocolate, pestañas infinitas y una boca ancha muy rosada que hace que mis hormonas empiecen a reactivarse. Sin embargo, veo que sus ojos no me miran de arriba a abajo con lujuria, sino que están fijos en mi frente y visiblemente preocupados. En su expresión hay más paternalismo que la que he visto en la cara de mi padre por años y basta para volver mi libido a su estado de reposo.

Voy a decir lo típico: que me caí de una escalera, que tropecé porque soy muy torpe o que alguien me empujó sin querer; pero esos ojos buscan los míos y, por primera vez, no quiero mentir. Estoy cansada de mentir casa vez que respiro.

—Un hombre intentó hacerme algo que no quería y yo le di un cabezazo antes de que pasara.

No esperaba mi sinceridad, pero tampoco le sorprende mi respuesta.

—¿Está bien, señorita?

—Sí, tan sólo me duele el golpe. —Sé que no se refiere a eso, pero ya he sido demasiado sincera por un día.

—¿Llamó a la policía?

—No.

—Entonces yo lo haré por usted —dice resuelto y agarra su celular del bolsillo de la bata blanca.

—¿Para decirles qué? ¿Que un hombre desconocido intentó forzarme y me defendí? Gracias, pero no es necesario. Ni siquiera podría reconocerlo.

El médico me mira, dudando si creerme o no.

—¿Usted no convive con esta persona?

Niego con la cabeza. Al instante me arrepiento, porque una punzada de dolor se extiende por toda mi frente. Él ve mi reacción y abre varios cajones del armario hasta encontrar algodón y alcohol.

—Le creo. Eso sí, si vuelve a suceder, llame a la policía inmediatamente. —Se para delante mío y pasa el algodón empapado por mi herida. Apreto los puños contra la camilla para no ceder al impulso de apartar su mano—. Usted sabe defenderse, lo veo, pero hay muchas otras chicas afuera que tal vez no corran con la misma suerte. Perdone —dice cuando ya no puedo ocultar más la mueca de dolor—. Termino enseguida.

—Menos mal —digo sin querer.

El ríe y sus ojos se iluminan de una forma adorable. Me doy cuenta de que no es tan grande, debe tener apenas unos años más que Chris.

—Listo. —Aleja el algodón del demonio de mi frente y se aparta para buscar algo más—. Te pondré una gasa y ya podrás irte.

Un minuto después ya estoy con una mano en el picaporte y el gorro de lana tapándome la venda.

—Señorita, una cosa más —dice el médico a mi espalda. Me volteo y lo veo sentado en la camilla, con los pies cruzados y las manos en el regazo—. Hace unos meses su padre la trajo de urgencia con una intoxicación grave, ¿recuerda?

—Eh…

—Mientras usted dormía, le hicimos las preguntas de rutina y él no supo contestarlas. Dijo que en realidad era su padrastro y que cuando usted despertara podría darnos las respuestas que precisábamos. Cuando recuperó la consciencia, me llamó mucho la atención que lo primero que hiciera fuera preguntar por él.

—Cosas de familia. —El gorro empieza a hacerme picar la frente y el doctor mira fijamente cómo lo acomodo—. No se moleste en pensar en él, no vale la pena.

Los Secretos Y Mentiras De Melody Vecchio (+18) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora