Capítulo veintidós

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Me quedo mirando la escena unos segundos hasta que logro reaccionar y me aclaro la garganta haciendo todo el ruido posible.

La parejita feliz se separa instantáneamente y ambos me miran como si fuera la peor de las intrusas. Ver la molestia en la cara de Félix me afecta más de lo que estoy dispuesta a admitir y saca lo peor de mí.

—Espero que no digas que yo soy una zorra después de esto, Lillian.

La mujer enrojece y se acomoda la camisa celeste que lleva a medio poner. Félix, en cambio, apenas se inmuta.

—¿Qué necesitas, Veccio? —pregunta de mal talante, obviamente ansioso por seguir dándole besitos a su mujer.

De repente, veo todo rojo.

—Quería discutir un par de asuntos contigo —digo, tan calmaa como puedo, y entro al despacho.

La impaciencia en los ojos de Félix me revuelve el estómago.

¿Cómo puedes desearla a ella teniéndome a mí? ¿Eres ciego? ¿O quizás sordo?

—No creo que tus asuntos sean de vital importancia, de modo que puedes esperar.

Por supuesto, obviamente, desde luego... que no.

—Sí, claro —me siento en una de las sillas de cuero y cruzo las piernas—. Puedo esperar a que te despidas de ella, no hay problema.

Si no entiendes la indirecta, te lanzaré este bonito pisapapeles de bronce directo a los huevos.

Sin embargo, la sonrisa forzada de Lillian y la mueca odiosa del director me indican que ambos han lo han pillado a la primera.

La mujer toma su cartera y su abrigo, que está tirado en el suelo, y se acerca a Félix suavemente.

—Nos vemos a la tarde, amor —le susurra ella antes de posar sus labios sobre los de él.

No aparto la mirada ni un segundo y, con el estómago en la garganta, capto cómo él devuelve el beso y le susurra algo al oído antes de separarse de ella.

Cuando Lillian sale del despacho, tras dirigirme una última mirada entre avergonzada y condenatoria, y cierra la puerta, la furia comienza a explotar por cada poro de mi piel.

—¿Se puede saber qué hacías con esa? —escupo con odio.

Félix me mira, incrédulo.

—“Esa” es mi mujer, Melody. La persona que más me conoce, la que más veces me ha visto desnudo, la que me ha tenido en su interior más veces.

Cada palabra suya se ha clavado como un puñal en mi corazón y eso me enfurece aún más.

—¡No tienes derecho a acostarte con ella mientras estás conmigo! —chillo—. Esa mujer no tiene ni la mitad de la belleza que tengo yo, y lo sabes.

—¡Lo nuestro es sólo sexo, Melody! -ruge él-. ¡No puedes decirme que no tengo derecho a acostarme con mi esposa! ¡Yo no te dije nada ayer, cuando te encontré follando en el armario de la limpieza con ese mocoso!

—¡Si me cambias por ella me estás dando a entender que crees que soy fea! ¡Y no lo soy!

Félix suspira.

—Creo que no estás entendiendo. La mayor belleza de Lillian no está en el exterior, sino en el interior.

¿Realmente acabo de escuchar eso?

—Esa mujer tiene de de buena persona lo que yo de virgen, Félix.

—No hables así de ella, no la conoces —me espeta.

¡¿Qué?!

—¡¿Que no la conozco?! —estoy gritando una octava por encima de mi tono normal—. ¡Pero si me ha tratado de zorra cada vez que ha podido y ha celado a su hijo como si el muy imbécil no tuviera casi dieciocho años! ¡Tú mismo dijiste que juzgó a tu cuñada sin saber nada sobre ella! ¡Lillian no es buena persona! ¡Y, además, es fea!

La risa sarcástica de Félix es un leño más en la hoguera de mi ira.

—Tienes la autoestima demasiado alta para ser una chica tan simple.

Ahora la que ríe sarcásticamente soy yo.

—Estás diciendo que me creo más irresistible de lo que soy, ¿verdad?

—Así es —dice, de repente calmo y confiado.

—Pues te recuerdo que trataste de resistirte a mí y te rendiste a los tres días —digo, victoriosa. Él decide que la ventana es sumamente interesante y no dice nada, ignorándome.

Espoleada por su repentina indiferencia, me pongo de pie bruscamente y me quito el blazer de un tirón.

—¿Qué haces? —ya no suena tan confiado.

—Dijiste que no soy irresistible, ¿no? —me desabrocho la camisa y el sostén—. Pruébalo.

—Melody, no lo hagas —me advierte.

Demasiado tarde: la falda ya ha caído, junto con mis bragas. Me quito las medias y los zapatos bajo su ardiente mirada y vuelvo a erguirme.

Él parece hipnotizado por las curvas de mis pechos, de modo que los muevo ligeramente con las manos para que reboten.

—Melody.

Su susurro es casi una súplica de que avance hacia él, pero permanezco quieta en el lugar. Él mismo se acercará a mí tarde o temprano.

De repente, la aparente hipnosis desaparece y es sustituida por diversión.

—¿Qué asuntos tenías que discutir conmigo? —pregunta con un brillo malévolo en sus ojos.

—¿Qué? —pregunto, confundida. Esto no estaba planeado. Bueno, nada estaba planeado, pero esto menos que menos.

—Cuando entraste y nos encontraste a Lillian y a mí a punto de hacer el amor, dijiste que tenías unos asuntos que discutir conmigo —explica.

Se ha resistido. No sé qué me lastima más, si eso o que haya dicho que iba a “hacer el amor” con su esposa.

Conteniendo las ganas de darle una patada en el plexo solar, recojo mis ropas y me dirijo hacia la puerta.

—¡Melody! —grita él, alarmado—. ¡No salgas, estás desnuda!

Ciega de ira, me encamino al pasillo como el cirujano me trajo al mundo, cubriéndome apenas con la ropa que llevo colgada del brazo, y cierro la puerta con un golpe seco que hace rechinar los vidrios, dejando a un quejoso director adentro.

Como era de esperarse, no cruzo a nadie en mi camino hacia los baños, es demasiado temprano para que haya alguien más que Félix en el ala de administración.

Cuando ya estoy encerrada en un cubículo, una lamparita se prende en mi cerebro.

Inmediatamente, agarro el teléfono y marco su número.

—¿Hola? —responde al segundo tono.

—Andrew, necesito tu ayuda. Ven al baño de profesores del segundo piso. Al de mujeres. Estoy en el segundo cubículo. Dale, te espero.

💋💋💋


Ya era hora de que el pobre Félix ganara en algo, ¿cierto?

Los Secretos Y Mentiras De Melody Vecchio (+18) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora