Capítulo veintisiete

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Me veo obligada a recorrer la escuela porque Félix no está en su oficina el lunes a la mañana. He llegado media hora antes del inicio de la jornada y su camioneta estaba fuera, de modo que él tendría que estar dentro, sentado en su escritorio y mirando algún papelucho aburrido mientras se recuerda a sí mismo que está licenciado en Derecho, Economía y Sociedad, aunque le apasionen los estetoscopios.

Por cierto, esa fue una faceta suya que nunca hubiera imaginado, pero debo admitir que es más fácil entender su comportamiento sabiendo eso. En definitiva, es un idiota que sabe que es un idiota por haber renunciado a sus sueños por haber sido un idiota. Y es aún más idiota por acostarse con la zorra de su esposa. Como si el sagrado matrimonio significara algo. Y si lo hace, creo que prefiero vivir en pecado. Pecar significa ser feliz. Vivir siguiendo las reglas de Dios significa ser una frígida insoportable e insatisfecha en todos los niveles. Y también se aplica a los hombres, aunque debo reconocer que ellos lo tienen más fácil. Si quieres leer la mierda más machista y que más ampare a los hombres, abre la Biblia y que Dios esté contigo.

Yo estoy segura de que, si alguien puso a Félix en mi camino, ese fue Diablo. Y sólo por eso los amaré a ambos toda la vida, aunque primero…

—¡Ahí estás!

Se ha sentado en uno de los bancos de la cancha que tiene los mini-arcos redondos y a unos cuantos metros de altura. Nunca me acuerdo el nombre de ese deporte. Sólo sé que lo juegan unos tipos de veinte metros de altura siguiendo unas reglas incomprensibles.

Félix apenas mueve los ojos en señal de reconocimiento y definitivamente no lo hace de forma amable; parece que acaba de poner los ojos en blanco. Está increíble con su traje azul oscuro y esa corbata negra.

Cuando estoy tan cerca de él que podría tocarlo, levanta la cabeza y fija sus ojos en mí.

—Supongo que vienes a agradecerme por lo del…

Mi bofetada le da de lleno en la mejilla izquierda. Antes de que pueda reaccionar, le asesto otra del otro lado, para que quede parejo.

Al instante siento la furia abrirse paso en su interior como el magma de un volcán y dos tenazas de hierro me sujetan las muñecas. Siento un tirón; en menos de tres segundos estoy atrapada entre su cuerpo y la hierba fría por el rocío.

—¡¿Qué mierda haces?! —grita—. ¡¿Acaso estás loca?!

—¡Hace frío!

—¡No me ignores!

—¡Y tú no grites! —me doy cuenta de que acabo de gritar y cierro la boca.

Algo en esta situación se me hace gracioso; espero no estar volviéndome una histérica. Al fin y al cabo, ese es el efecto del amor. Aunque todavía no sé si estoy enamorada.

Un silencio liviano, de esos que se forman cuando estás mirando a alguien a los ojos, se instala en el ambiente.

La boca de Félix no tarda en buscar la mía con un hambre voraz y la mía se acopla a su danza desenfrenada. Todo son mordidas, invasiones y calor. Mucho calor.

A pesar del frío que siento en las piernas, el resto de mi organismo ya está como un horno, absolutamente preparado para lo que va a pasar.

Movida por la necesidad, froto mi centro contra la entrepierna de Félix, que suelta un gemido y se separa levemente de mí para decir con voz ronca:

—Si no paras voy a tomarte aquí mismo.

Sonrío y redoblo la velocidad de mis caderas mirándolo a los ojos.

Aún a través de la ropa, el placer es tan bueno que se me escapa un pequeño grito.

Y entonces siento un par de dedos fríos colándose en mi interior.

Los Secretos Y Mentiras De Melody Vecchio (+18) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora