Capítulo 46 - MAS

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¿Qué dice una persona con sentido común al encontrarse en la Atlántida con una señora de la época de los vampiros que fingió ser una niña todo este tiempo? ¿"Genial"?

Bueno, no, no estoy seguro de que se trate específicamente de la Atlántida. Pero hay mucha nieve, mi confusión es legítima y justificable.

— ¿Dónde estamos? —es lo primero que pregunto, después de un largo rato, quizá cansado de seguir intentando incorporarme del suelo congelado que decidió absorber a mi trasero de buena manera, quizá cansado (también) de que ella me mire con un pronunciado ceño fruncido y una mirada de reproche (sazonada con un poco de asco, para variar), sin mediar palabra alguna.

— Aléjate de Kendall —es lo primero que dice.

Directa, la doña.

— ¿Por qué estamos aquí?

— Eres una mala influencia.

— ¿Me has traído a medio de la nada para reprocharme?

— Escucha lo que te estoy diciendo.

— ¿De eso se trata? ¿No es llevar el tema de "conversar en privado" un poco lejos?

— Deja de hablar y escúchame.

— ¿De verdad estamos en la At-

— Cierra el hocico, diantres —una especie de silbido extremadamente agudo me obliga a tomarme la cabeza para  no perder el equilibrio debido al mareo que me produjo.

Suspiro, lanzando a un lado la máscara de indiferencia de una vez. Existen los límites, y tal parece que la señora no conoce de ellos. Esto es un rapto, atentado contra mi persona; he jugado al idiota, ella utilizó la fuerza bruta, y simplemente no lo puedo permitir.

— ¿Dónde estamos? —repito cada palabra lentamente, puntualizándolas.

Señala a su alrededor con una mano, en un ademán sencillo, plano y sin gracia, sin importarle un comino mi pregunta o mi intriga. Parece querer decir "observa".

Reprimo el impulso de rodar los ojos. No se me había ocurrido observar, claro que no -nótese el sarcasmo-.

Como mencioné, estamos hasta el cuello de nieve. Puedo ver montículos de ella esparcidos irregularmente, también, y algunos árboles aquí y allá. Pero no eso no ayuda en nada, obviamente, no tengo ni idea.

Un resoplido proveniente de "Kendall arcaica" me indica que tal vez no la estoy siguiendo muy bien, que se supone que yo tendría que haber hecho o dicho algo que no he hecho o dicho desde que llegamos. En fin, un resoplido de frustración.

— ¿Qué quieres que vea? No entiendo nada.

— Lo que tus pobremente capaces sentidos perciban es irrelevante —me dice, cruzándose de brazos—. Solo aléjate de Kendall.

— Sí, eso ya lo dijiste —suspiro, por fin logrando despegar mi trasero de la nieve y poniéndome en pie—. Mira, si me has traído aquí para perder el tiempo o para desquitar conmigo tu humillante derrota contra Ce- él...

El panorama cambia totalmente una vez mi campo de visión vuelve a la altura a la que debería estar. El aire se escapa de mis pulmones al reconocer el lugar. ¿Cómo iba a ver un carajo si estaba sentado en el hielo? Ahora todo está mucho más claro. Maldigo entre dientes cuando me doy cuenta de por qué tanta nieve y por qué mi energía fluye sin alteraciones a pesar de creer que era un lugar completamente desconocido.

No es un lugar desconocido. No es la Atlántida. Es Minnesota.

Mira que hay seres crueles, y luego está esta mujer, que cree que tiene el derecho de traer a un chico traumatizado al lugar de origen de sus pesadillas, el lugar donde reside las persona responsable de sus cicatrices. Aprieto tan fuerte la mandíbula que creo sentir mis dientes rechinar.

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