Capítulo 37

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Decido resueltamente pensar en mi cita con Noah y en lo genial que va a ser. Digo, ya que aparentemente ese pensamiento no surge naturalmente, debo forzarlo, ¿no? El destino no se tomó el trabajo de juntarnos para que yo le vuelva groseramente la cara.

Aunque, bueno, no es que haya mucho que pensar porque, en principio, no puedo cambiar mi vestimenta a otra que no sea la del día del accidente. Podría intentar hacer aparecer el abrigo, pero no sé cómo. Y no quiero pedir ayuda a Mas para esto, es ridículo.

Noah... El chico que creí inaccesible durante toda mi secundaria. El increíblemente guapo y grandiosamente inteligente Noah. Ojos hermosos, labios bien formados, hoyuelos, pestañas envidiables. Me río ligeramente, extrañando al señor Sol, que me mira con preocupación. Mas tiene razón al llamarlo Pestañas. Sigue siendo rudo y descortés, pero es un apodo adecuado. Yo moriría por tenerlas.

Aún me preocupa que Noah haya sospechado algo aquella noche en la morgue. Y todavía recuerdo sus suspicacia hacia Camille. Pobre Camille, debe estar pasándolo cada vez peor. Me había olvidado completamente de ella. Suspiro. Es culpa del señor Sol y su interminable cuestionario. Es mejor que vaya a verla.

Me alejo de la ventana, lista para esfumarme en menos de lo que se tarda uno en decir 'esfumar'.

— ¿Kendall... O'Mell? —escucho fuera de mi habitación.

Mis talones giran 180° apenas reconozco esa voz. Me tomó un poco de tiempo, debo admitir, el buscar en mis archivos mentales de personas que conozco –no se trata de alguien con quien hable seguido–. Pero, al final, lo hice, identifiqué las voces (porque son dos) justo a tiempo para verlos ingresar a mi habitación. Y no solo hice eso, sino que entré inmediatamente en modo zen, para ser capaz ser escucharlos. Seamos sinceros, ¿qué pueden hacer ellos aquí?

— Por un momento creí que no llegaríamos —dice Marcus.

— Este hospital es jodidamente enorme —asiente Adam, cerrando la puerta detrás de sí.

— Oye, hermano, no seas grosero —Marcus le da un codazo en las costillas—. Es el cuarto de una señorita.

— No puede escucharnos, ¿no?

Sí puede. Sonrío con curiosidad. Marcus lo ignora, o no lo oye.

— ¿Qué hacemos ahora? —vuelve a hablar Adam.

— Nos sentamos. Y ya.

— Una vez más, ¿por qué estamos acá?

— Por Noah, Adam —explica Marcus en voz baja, como para no despertar a la señorita en coma—, te lo dije en el camino. Y es una compañera de la escuela.

— Tenemos muchas compañeras en la escuela.

— Pero ella le gustaba —Marcus se acerca a la camilla, con las manos en los bolsillos, yo contengo la respiración, incómoda —. Él me lo dijo hace unos meses. Parece una buena chica. Qué pena verla así.

— ¿Así cómo? —Adam avanza hacia la camilla también—. Yo la veo bien. Es guapa.

No debería, pero algo bastante parecido al orgullo infla mi pecho.

— No seas baboso —Marcus se ríe por lo bajo—. Así, conectada a tanta máquina —explica.

— Ya sé, hermano, ya sé.

— ¿Entonces para qué preguntas?

— ¿Qué, no puedo? Ah, no sabía que la libertad de expresión había dejado de ser un derecho.

Marcus solo niega con la cabeza ante la provocación de Adam. Ambos terminan restándole importancia.

— ¿Crees que de verdad nos escuche?

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