Capítulo 34 (parte I) - MAS

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Hay que ser un completo idiota para hacer ciertas cosas.

Así es como llegamos a la conclusión de que soy un completo idiota.

De inmediato lamento haberme quedado en el patio trasero de Kendall después de que ella desapareciera. Sin embargo, algo en mi mal entrenada conciencia no me dejaba tranquilo.

Echo un vistazo a la ventana en la que ví aquella entidad minutos atrás. Un escalofrío me recorre desde la coronilla hasta los dedos de los pies. Mi instinto me dice huye, mas no puedo dejar las cosas así. Sea quien sea, tiene que irse. Y quizá yo no sea lo suficientemente poderoso como para imponerme a cualquier tipo de criatura, pero ciertamente tengo unos trucos bajo la manga.

Camino en dirección a la casa, sintiendo que cada paso que doy es un error más grave que el anterior. Intento ignorar los síntomas: presión en el pecho, retorcijo del estómago, mareos, debilidad, y sigo andando, como si no estuviese temeroso de que, lo que sea que haya dentro, tenga una energía más fuerte de la que creía. En toda mi existencia, solo he conocido dos entes con poder suficiente para poner a cualquier otro a lamer sus botas. Uno de ellos es la copia-no-tan-copia de Kendall. Y realmente preferiría toparme con ella antes que con la segunda entidad. Sin embargo, los signos son claros, y me temo que no voy a tratar con nada menos que una criatura del bajo astral.

¿Cómo convences a uno de esos de abandonar su guarida si están prácticamente atados y confinados al lugar en donde se los invocó? Esto es imposible. Quizá si hablo con la señora O'Mell de una vez por todas y le explico qué es lo que tiene en casa, ella se encargue del resto. No, eso es estúpido. Desecho ese plan al instante. Ella es lo suficientemente perceptiva como para darse cuenta de semejante huésped por su cuenta; y lo más probable es que lo haya hecho ya. A menos...

Cuando estoy cerca a las puertas corredizas de vidrio, por las que inútilmente Kendall intentó hacerme ingresar, escucho cerrarse la puerta de un auto fuera de la casa. De repente, todo el malestar al que me indujo aquel ente oscuro, despareció, pero no del todo. Sabía que seguía allí, observando, como una pasajera calma que disfrutase quien es capaz de crear las más desastrosas tormentas. Aún podía sentir una ligera vibración en el ambiente; alguien estaba a la espera, como un buen cazador al acecho de una buena presa.

Me acerco al vidrio para tener mejor vista de la sala de estar. La puerta principal se abre y entra a la escena una señora de unos cuarenta o poco más, alta, esbelta y de unos rasgos muy parecidos a los de Kendall. Asumiré que es una tía suya. ¿Ella también podrá ver espíritus? Tengo la sensación de que su forma de percibirnos es diferente. Oculto mi energía de todas las maneras que sé para evitar ser detectado por cualquier Abimazue en el plano de los vivos. De momento, me interesa más saber qué hará esa mujer que presentarme formalmente como el que trae mal augurio a la casi inexistente tranquilidad de la familia.

— ¡Kendra! ¡Kendra, ¿dónde estás?! ¡Te dije que tuvieras las cosas listas! —deja sus llaves y su abrigo sobre una mesita y se acerca a revisar las habitaciones de la primera planta, saliendo de mi campo de visión.

Kendra O'Mell sale de una habitación que parecía el baño desde donde yo estaba. Llevaba una mano en la cabeza y en la otra llevaba un frasco de pastillas. Caminaba tensa, pero cabizbaja.

— Amelia, creo que he metido la pata —dice en un tono tan bajo que por poco no entiendo. Estoy totalmente de acuerdo, sin embargo.

— Ya me contarás en el auto, ten —Amelia O'Mell le tiende el abrigo que traía consigo-. Lo lavé ayer por la tarde. ¿Tienes lo indispensable? ¿Cepillo, jabón, toalla?

La señora Kendra asiente débilmente, siguiendo a su hermana hasta la puerta.

— Vamos, Kendie, Joane estará contenta de verte. Y a ti te hará bien, ya lo hablamos.

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