Capítulo 53 (¿El fin?)

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Recorro uno de los pasillos a medio iluminar del hospital. Ni siquiera pensé dónde aparecería después de irme de mi habitación. Simplemente me fui. Me fui rogando internamente no dar a parar a un lugar en el que pueda encontrarme con Mas otra vez.

Así que, supongo que fue mi subconsciente el que me trajo aquí: un pasillo cualquiera.

Veo puertas y movimiento a ambos lados pese a no estar muy concurrido, gente que transita por este lugar ignorante de lo que acontece a su alrededor en este segundo plano. Gente que no repara en la muchacha de cabello rojizo y corazón sangrante que atraviesa el largo del lugar sin mirar atrás, a paso cada vez más acelerado, para evitar desmoronarse allí mismo.

Estoy débil. Pero también estoy huyendo; huyo de mi misma y la humillación que supondría ponerme a hacer una escena en medio de toda esta gente. Aunque eso también puede ser una excusa a la verdadera razón por la que una pesona prefiere liberar sus penas en soledad.

Un paso delante del otro, con prisa; mi pecho se agita, se expande y se contrae con mayor intensidad mientras los sollozos son inminentes.

Empiezo a correr, primero a paso ligero, pero voy agarrando velocidad conforme mis emociones toman posesión de mí, cual represa en medio de un río usualmente manso que de repente trae el quíntuple de agua al que estaba acostumbrado, agua torrentosa y violenta. ¿Qué sucede, entonces, con la presa? Cede... O se rompe. En cualquier caso, el embalce terminará por escapar de su contenedor, ¿no es así? Y yo ya luché demasiado por contener todo lo que llevo acumulando desde la conversación con Kess en la habitación de mamá.

Mis ojos se humedecen a una velocidad alarmante y mis mejillas rápidamente se ven cubiertas de lágrimas que inútilmente intento secar con las mangas de mi vestido. En consecuencia, dejo de ver con nitidez; aun así, me parece percibir por el rabillo del ojo cómo, súbitamente, los focos a lo largo del techo empiezan a parpadear. Por alguna razón, me siento responsable. Sin embargo, soy apenas consciente del efecto que tengo en aquello que me rodea. Lo único que quiero ahora es encontrar un lugar tranquilo en el que desfogar eso que llevo reprimiendo con cada vez mayor esfuerzo.

Así que, corro.

Veo una puerta doble al final del pasillo, y me dirijo hacia ella como si vida dependiese de ello, notando cómo mi cuerpo utiliza la poca energía que le queda para transportarme hacia ese lugar, por lo que voy desmoronándome poco a poco en el proceso. Los sollozos comienzan a sacudir mis hombros, y estoy segura de que una desagradable mueca de dolor toma forma en mi rostro, calentando mis mejillas y enrojeciendo mi nariz de forma espantosa.

A medida en que mis zancadas se acercan, estiro los brazos para abrir las puertas y atravesar el umbral, mas, en el momento de la verdad, al cruzar el umbral, me encuentro en la habitación de Camille, en su departamento, pues, tonta de mí, tarde me di cuenta de que ese par de puertas daban al área de Unidad de Cuidados Intensivos infantil del hospital.

Mi equilibrio no me permite mirar por la ventana frente a la que aparecí ni medio segundo, me veo sujeta al suelo por una mayor que yo: la gravedad, pues mis rodillas cedieron y todo mi peso cae sobre ellas después de un futil intento de evitarlo al apoyar mis manos en el marco de madera, las cuales también trazaron su camino hacia abajo, deslizándose por la pared. Mi respiración trabajosa y el mareo tan intenso como fugaz después de aparecer donde estoy, me indican que he exigido de mí más de lo que puedo dar.

Estoy agotada tanto física, como mental, como emocional, como espiritualmente.

Estoy agotada de todas las formas en que un ser humano puede estar agotado.

No, más que eso. Estoy exhausta.

Mi cuerpo... El mismo que no da más en este preciso instante, se sacude vertiginosamente debido a los sollozos que siguen saliendo de él, así como, pese a sentir la garganta completamente seca, las lágrimas siguen desfilando por mi rostro. Y yo...

Yo simplemente no puedo evitar caer.

***

- ¡Kendall, hey! -escucho una risa a lo lejos.

- ¿Tommy? -volteo, con la sorpresa claramente marcada en mi rostro. Ahí estaba él, cabello rubio desaliñado, del mismo dorado que sus iris, saludándome desde lo alto de mi casa en el árbol.

Jugaba sola en medio de la nieve acumulada en el patio. Pensaba que no vería a Tommy durante el invierno, puesto que él odia llevar algo sobre su fino polo de manga larga, el cual muchas veces le recomendé cubrir con capas de ropa térmica debido al frío asesino de Minesota.

Él me hace un gesto con su mano para subir a jugar con él. Yo contengo un pequeño sollozo de alivio, la simple idea de no estar con él los 3 meses que dura la peor temporada de la estación me inquietaba al punto de extrañarlo enormemente apenas un par de días después de no verlo.

Doy un paso hacia él y hacia la casita del árbol.

- ¡Ken!

Norman corre hacia mí, seguido de Dani, quien gritaba "no me dejes atrás".

- ¿¡Qué haces, mujer!? -exclama, sin aliento-. ¡El laboratorio de química es del otro lado!

Estoy segura de que el rubor de la vergüenza ya debió haber cubierto todo mi rostro en este punto. Llevo ya una semana en esta escuela y sigo sin aprenderme el camino a lo lugares más básicos.

- Lo sé -replico, en voz baja, pensando en alguna forma de escapar dela situación-. En realidad, iba a la cafetería...

- También está del otro lado -interviene Danielle.

- ... Aunque antes decidí ir a los casilleros a recoger algo -termino, haciendo un esfuerzo enorme por sonreír.

Norman y Dani comparten una mirada que no me da buena señal.

- En cinco minutos empieza la clase -dice Norman.

Danielle asiente.

- Así que más vale que ya tengas todo lo que necesitas -me coge de un brazo e inicia el trayecto hacia el laboratorio-, nunca llegué tarde a química, y no pienso empezar ahora.

- ¡Cuidado!

Demasiado tarde.

Yo ya me encontraba en el suelo. Cara pegada al césped del patio central de la secundaria, y una cámara nueva probablemente estropeada a unos centímetros de mi cabeza. Un año en esta cochina escuela y sigo sin evitar escenas bochornosas por despistada.

Porque, claro, solo a mí se me ocurre arriesgarme a buscar material para el club de fotografía cerca al equipo de fútbol en medio de uno de sus entrenamientos. Esto me pasa por querer buscar una toma diferente a la que el resto de mis compañeros presentaron repetidas veces.

Me acerqué demasiado, y acabo de pagar las consecuencias.

- ¡Eres un animal, Adam! -escuho gritar a alguien cerca a mí- ¿¡No ves que alguien parado aquí?!

Busco incorporarme rápidamente, no sin antes dirigirme a tomar mi cámara.

- Ten -pero alguien la agarra primero, y me la tiende-, esto es tuyo, ¿no? ¿Estás bien?

Mi mirada vuela velozmente a mi cámara, una vez decido que parece en buen estado, por fin echo un vistazo a mi interlocutor.

Qué. Chico. Más. Guapo.

De verdad, ¿por qué tiene que parecer uno de esos cuando tengo la cara literalmente enterrada en el pasto?

- ¿Club de fotografía? -pregunta él, observando la cámara ahora en mi manos-. Genial. Quizá algún día puedas tomar una fotografía al nuevo rosal del otro lado de la cancha. Las únicas rosas azules. Si le dices al jardinero que te envié yo, seguro te deja entrar.

Parpadeo, entre perpleja y maravillada.

- Tienes algo de... -se toca la mejilla, inmediatamente yo repito su acción, hundiéndome aún más en la humillación.

- ¡Noah! ¿¡Vienes o qué!?

- ¡Ya voy, ya voy! -voltea hacia mí-. Bueno, ahora sabes mi nombre -sonríe, la sonrisa más hermosa que he visto-, ¡nos vemos!

- ¡Hey, Maddie!

Bajo las escaleras de par en par, haciéndome una coleta en el camino.

- ¡Mira quién vino a recogerte! -dice mamá, con emoción.

- No puedo creer que vayas a llegar tarde el primer día de tu último año en la escuela -me reprocha Dani, plantada frente a mi puerta, con los brazos firmemente cruzados.

- ¿Qué haría sin ti? -suspiro, diciéndolo medio en broma medio en serio.

- Desayunaste ya, ¿verdad? -arquea las cejas. Yo siento con efusividad-. Muy bien, estamos listas, entonces -sonríe en dirección a mi mamá, quien nos muestra las llaves del auto con otra sonrisa y se dirige al garaje, seguida por una Danielle bien producida y lista, y una Kendall desaliñada que terminará de alistarse en el camino. Desde cuándo llevo un peine y maquillaje en la mochila es la gran cuestión, pero que los necesito es la gran certeza.

-Kendall. Eh, Kendall -Charlie (de Charlize, no de Charlotte, como le gusta aclarar) me pellizca el hombro con su dedo-. Oye. Despierta ya, mujer, quítate el mandil, vamos -me arranca la gorra.

-¿Qué demo... ?

-Que te quites el mandil, anda. Nuestro turno está por acabar.

-Pero, ¿qué dices? Si recién está anocheciendo -tomo mi gorra de entre sus manos rosadas de tanto fregar los platos y me la calo de nuevo.

-Justamente por eso, Ken. ¿O es que ya se te olvidó que es Día de Acción de Gracias...? -debió haber sido algo que hice, seguro, que hizo cambiar su mirada-. Te olvidaste que hoy salíamos antes.

- Por supuesto que no -me levanto y le doy la espalda, dirigiéndome a la barra, donde habían otros empleados conversando mientas se deshacían del uniforme básico.

-¿Qué día es hoy, entonces? -insiste Charlize.

-Acción de Gracias.

-No, boba, me refiero a la fecha.

-Es... Un cuarto jueves de algún mes -adivino, chasqueando la lengua, ¿atiné? ¿Debí haber dicho setiembre? ¿O era noviembre?

El sol empañaba mi vista a través de la ventana del auto de mamá, había olvidado bajar el tapasol con el apuro.

- Mujer, ya deberías enviar ese celular a arreglar -dice Charlie, del otro lado del teléfono.

- Lo sé. ¿Qué hora es? -aprieto y relajo las manos sobre el timón a manera de tic.

- Un cuarto para las 4.

- Mierda. Mierda. Mierda. No llego.

- Ken...

No escucho lo demás, acelero y tomo las curvas algo más a la loca de lo recomendado. La carta tenía que ser entregada. En ella estaba toda mi adolescencia. Y le pertenecía a él. Me meto por calles vacías y carreteras un poco más accidentadas. Odio los baches.

-¡Kendall! -grita alguien, y el sobresalto me lleva a mirar el teléfono una vez más; después de atar cabos rápidamente, mi vista vuela al retrovisor. Error.

En una fracción de segundo, tenía a un camión enorme a toda velocidad en mi dirección, sin tiempo para que ninguno de los dos frene.

Un flash.

Un grito ahogado.

Oscuridad.

***
Un flash.

Un grito ahogado.

Oscuridad.

Una pregunta:

¿Será este el fin del hombre araña?

Supongo que lo sabremos la próxima semana. Si no actualizo el próximo domingo, saben por qué es ja,ja.

No me odien. Los quiero ♥️🌹

Besos desde el tercer umbral.

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