Capítulo 30

151 18 5
                                    

Es una verdad mundialmente conocida que cuando cierras los ojos por un largo rato, los demás sentidos se potencian. Es alucinante. De repente, tus oídos pueden captar el sonido perfecto y completo de toda la trayectoria que recorre una gota desde que cae de algún lugar hasta que impacta con otro; si llega a dar con más agua, el sonido es aún más fuerte. Agua. Una gota; o varias. Un charco. Quizá una fuente. Un manantial; o una piscina. Chapoteos. Quizá a la distancia; quizá aquí mismo. Mis sentidos se agudizan y se entumecen al mismo tiempo. Y no veo nada.

Agua. Agua debajo de mí, agua por todas partes. La toco y a la vez no, está y no está.

Suspiro. Escucho risas, escucho pasos. Pasos por todos lados, alborotados. Y calma. Mucha calma; una especie de calidez cuyo núcleo es mi pecho, que se extiende y se ramifica hasta la punta de mis dedos. Felicidad en estado puro. ¿Es un sueño? ¿Siquiera estoy dormida? No lo sé, no recuerdo nada. Pasos sobre pasto fresco se acercan a mí, aún no deseo abrir los ojos. Quien sea, no me importa; me siento segura, nada puede lastimarme (ni siquiera yo misma). Mi cuerpo fluye en donde está, como el agua sobre la que está. Imperturbable.

- Kendall, cielo, ya sal del agua; te vas a arrugar como una pasita.

Sonrío. Es mi madre.

Sé dónde estoy. Es la casa de tía Amelia. Su casa enorme y contemporánea en los suburbios. Este lugar representa más de lo que aparenta: es la viva imagen de lo que sucede cuando una Abimazue potencia su don y trabaja con él. Mamá y yo estamos felices en nuestro pequeño hogar; pero me alegro por mi tía. Y sobre todo por mi primita, la pequeña J, que tiene todo este espacio para disfrutar una infancia encantadora, aunque pase más tiempo en mi casa que en la suya. Gajes de los mil oficios de mi tía Amelia.

No puedo abrir los ojos, el sol da de pleno a mi rostro y su luz no me deja separar los párpados. Amo cuando eso sucede.

Mamá repite lo de las pasas, y empiezo a patalear para alejarme. Por eso es bueno aprender a nadar de espaldas: la pragmaticidad. Mamá alza su voz por encima del ruido que producen mis pies al golpear el agua, y me río mientras levanto una mano para saludar. Aún no abro los ojos. Esa acción me desestabiliza por completo, y me hundo en el agua de una manera muy teatral. Cuando salgo a la superficie, llevo mis manos hacia atrás, pasándolas antes por sobre mi rostro, para así llevarme todo mechón de cabello que pueda molestarme.

Entonces abro los ojos. Tengo un deja vu. Mi madre colocando la mesa en el patio trasero de tía Amelia, con su bonito traje de baño azul y un pareo de ligero estampado atado en la cintura. Habla fuertemente y sonríe, conversa con tía Amelia, a unos metros de ella, que dejó su seriedad a un lado por esta vez y responde a mamá con algarabía, mientras hace sonar la parrilla al colocar más presas. Busco con la vista a la pequeña J, tiene 3 años y es una revoltosa, aunque hay que reconocer que se ha tranquilizado, a sus 2 años era peor. Supongo que es un efecto colateral de dejar de ver a tu padre por casa; el esposo de mi tía Amelia se divorció de ella hace unos meses. Otra Abimazue que crecerá sin papá. Sin embargo, hay afortunadas.

Suena el timbre, pequeña J aparece con su flotador al rededor suyo, muy mal puesto, y espera frente a la piscina. Buenos modales, eso sí, ella espera a que pase quien tenga que pasar, para saludarlo y, luego, recién meterse a dar un baño.

Sé que este es uno de los días más felices de mi vida, pero no sé por qué lo sé. Siento que ya he atravesado todo esto, que es una especie de repetición (como volver a darle play a un vídeo que ya terminó), pero no tiene sentido: lo estoy viviendo.
Pequeña J puede tener buenos modales, pero yo no. Vuelvo a sumergirme en el agua, yendo y viniendo a mis anchas, recorriendo toda la longitud de la piscina, todo cuanto pueda alcanzar. Mamá ha ido a abrir la puerta. Tía Amelia habla con pequeña J, parece estar aplicándole bolqueador solar.

FantasmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora