Capítulo 42 -NOAH (II)

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Parte II

— ¡Aléjate! —farfullé, buscando la manera de volver a tener el control de mi cuerpo.

Sin embargo, ambos sabíamos quién estaba en posición de lanzar órdenes de entre los dos. Y ese no era yo.

— ¿Te atreves a venir —su voz, siseante, burlona y grave quema en mis oídos— después de abandonarla toda su vida?

— ¡Déjala en paz! —insistí, negándome a caer en su juego— ¡Ella es una niña! Y tú eres-

— Otra niña —termina, mandándome a callar.

Abro la boca para refutar, pero ella niega con la cabeza, y de repente toda palabra queda atorada en mi garganta.

— No tienes derecho —continúa—. Hemos estado juntas por... ¿cuánto tiempo? —suspira, sumamnte divertida con la situación—. Nunca te importó. La trataron como una enferma —se ríe—. ¿No es divertido cuando jalas a la gente al manicomio? ¿Que los traten de locos? ¿Y por qué? ¿Por qué? ¡Porque pueden verte!

Mi hermana se revolvió entre las sábanas y dió la vuelta, con su rostro profunda y dolorosamente dormido hacia mí. Un sollozo salió de su garganta y la niña volteó a verla.

— Ya, ya —la consoló—. Estoy aquí. No como tu monstruosa familia. ¿Te han abandonado, verdad? Ese feo hermano tuyo nunca vino a verte, ¿no? Qué mal.

Me dio otro vistazo. Una mezcla de furia, remordimiento y vergüenza bullía dentro de mí, generando una espuma que obligaba a mi bilis a hacer acto de presencia. Decir que estaba molesto era poco.

— El mundo de los sueños es una cosa curiosa. Y ese medicamento... Genial. La duerme, y su alma se queda bien pegada a su cuerpo. En fin, ya vete; no me hagas botarte, ya te has humillado bastante, pequeño granuja.

— Eres una bestia —escupí—. No haces más que daño. Te voy a devolver al infier-

— ¡Uy! Alguien está molesto —mis labios volvieron a ser sellados—. Para empezar, cabeza de idiota, no soy un demonio, soy una pobre niña desafortunada que cayó en manos de un guía caprichoso. Y, para terminar, si querías que me largue, tuviste tiempo cuando estaba aún en casa y tú no eras tan débil. Ahora no puedes hacer nada. Muy tarde, insecto.

Y, sin más ni más, aparecí sentado en el sofá, viendo jugar a mis hermanos.

— ¿Y? —mi padre me arranca de mis pensamientos— ¿La echaste?

— ¿Cómo podría?

Suelta un suspiro de cansancio y desilusión.

— Me lo imaginaba. Creí que podrías —antes de yo poder malinterpretarlo, el añade rápidamente— por el asunto de que aún no asciendes, y eso.

Pero yo ya estaba ofendido. Y por una cosa diferente.

— ¿Es decir que toda la insistencia para ir a ver a Gemma fue porque querías ver si tu teoría era correcta?

Él se apresura a hablar, pero yo niego con la cabeza.

— Eres increíble. De verdad.

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