Capítulo 10

468 94 17
                                    

La conmoción me ataca de nuevo.

Mis labios se convierten en una línea fina mientras evito todo contacto visual. Me sumo en mi miseria. Por supuesto que me escuchó. Lo sentí allí justo al terminar. La energía que transmite es el mismo calor que sentí allí justo antes de que la temperatura bajase un grado.

Qué idiota eres a veces, Kendall. Una decepción.

Juego con mis pulgares mientras me obligo a mí misma a no salir corriendo. El hombre espera pacientemente una respuesta. Pero, en serio, ¿qué quiere que diga?

Suspiro, por fin volviendo a encontrar sus ojos medio pardos, medio azules con los míos, que sí se decidieron a por un color. El de la popó. O el del chocolate, como mamá solía decir.

—Todo lo que dije allá es cierto.

— Entonces...

—No pienso volver a decirlo —niego con la cabeza—. Lo siento, pero no. Eso te dará oportunidad a rechazarme, y prefiero todo como antes, cuando no sabías que existía.

—¿No saber...? —abre la boca con sorpresa—. ¿Rechazarte?

— Sólo pretendamos que es...

— Me has gustado desde hace un tiempo, Kendall. ¿Cómo podría rechazarte?

Es mi turno de abrir la boca con sorpresa. Llevó inconscientemente mi mano a mi brazo y me pellizco. No siento nada. Es un sueño. Vaya, un deja vu; por lo del pellizco, no por lo otro.

— Pero... Nunca hablamos antes —me las arreglo para tratar de convencerme a mí misma de que todo es un malentendido—. Me ignorabas.

Él niega con la cabeza.

—Tú me ignorabas. Cuando nos cruzábamos por los pasillos, te ibas muy rápido. Yo pensé... En fin —suspira—, que no te caía bien.

— ¿Cómo...?

—No lo sé —baja la vista a sus manos, como avergonzado de lo que va a decir—, he escuchado que hay personas que tienen prejuicios contra los... Uh, populares, se podría decir; piensan que somos unos idiotas.

— Yo jamás te tomé por idiota.

—Lo sé —sus ojos se topan con los míos de nuevo, el hoyuelo al que hice mención el otro día aparece en todo su esplendor cuando sonríe. Sonríe de verdad, sus ojos brillan.

Los míos también, pero por algo muy diferente.

—Kendall... ¿Fue por algo que dije?—lleva una mano a mi mejilla y me limpia con gentileza la lágrima.

Niego con la cabeza.

—Es solo... Esto es tan injusto.

—Lo sé —la compasión que lo caracteriza se impregna en su voz—. Yo también hubiese deseado que fuese de otra manera.

—De haber sabido...

—De haber sabido...

Ambos volvimos a hablar al mismo tiempo.

—¿Cuándo te diste cuenta de que... Te gustaba?

Se siente tan raro decirlo. Tan real.

—Honestamente, no lo sé. El sentimiento crece dentro, ¿sabes? No puedes estar seguro de él hasta estarlo.

—O sea, solo sucedió, y ya —sintetizo.

—Exacto.

—Muchacho, tienes que decirme más.

FantasmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora