Capítulo 39 - MAS

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Llevo un par de minutos mirando la gran ciudad, abierta debajo de mis pies, que cuelgan plácidamente por el borde de la azotea del hospital. La brisa invernal despeina mis cabellos e impacta contra mi rostro como un susurro suplicante.

'Aviéntate'.

Esta vez, no.

Suspiro, disfrutando de la caída de la tarde. El tiempo pasa tan rápido, a veces, que un pestañeo basta para que el delicado anaranjado del alba se torne en el guinda que marca el inicio de un inminente ocaso. El día se avejenta a pasos agigantados, pero eso deja de importar cuando la inmortalidad opaca la dorada envergadura del tiempo. En días anteriores, antes de que Kendall se accidente, antes, incluso, de conocer a Ben, las horas me eran dolorosamente largas. Y ahora...

— Me preocupas.

Volteo a ver a Ben, que ya había dado su bien planeado discurso de despedida, claramente repasado más de tres veces con la intención de robotizarlo y no dejar a la emotividad hacerse cargo de la situación. Balancea sus piernas en el aire, a mi lado.

Solo atino a arquear mis cejas.

— ¿Ahora soy yo el hermano pequeño? Porque se me da muy bien.

— De verdad, Mas —se ríe—. No sé... No puedo irme tranquilo si...

— Estoy bien, hombrecito —golpeo cariñosamente su hombro con el mío.

— Siento que algo ha sucedido últimamente que no te deja respirar —explica, con su usual tono informal.

Sonrío con gracia, a pesar de estar genuinamente sorprendido por cómo atinó su corazonada. Pero esos temas no se tocan durante una despedida. Además, no hay nada que él (o yo) pueda hacer al respecto.

— ¿También tienes ese don de percibir sentimientos ajenos? —replico con diversión—. Ahora que lo pienso, estar rodeado de personas con esas habilidades terminará por dejarme sin privacidad.

Él niega con la cabeza, con su acostumbrada sonrisilla.

— Has intentado ocultarlo, Mas, pero es bastante evidente. No necesito superpoderes.

— ¿Evidente? ¡Pero si no he dejado de bromear como siempre! ¿Qué podría estar mal conmigo?

— Reconozco muy, muy bien los síntomas —continúa, desviando la mirada con una gracia tan intensa que creo que acabo de perder un chiste que solo él entiende. Me da la sensación que él sabe algo que yo no, y disfruta dejándome con la intriga.

— ¿De qué estás hablando? —le presto atención, con curiosidad sobre a dónde irá a para el tema.

— Llegaste con Kendall, ¿no? —me mira de reojo, aún sonriendo—. No sé que habrá sucedido recientemente entre ustedes dos, pero tengo mis sospechas.

— ¿De qué? —me río, tratando de imaginar lo que está maquinando esa cabeza suya.

— Mas, no dejabas de mirarla.

— ¿Y?

— ¿Y? —repite, atónito, como si en este punto todo estuviese claro y se supone que una persona normal hubiese entendido. Bueno, yo sigo sin entender una jota.

— ¡Y cuando se fue no dejabas de hablar de ella!

— ¡Hey, alto ahí, vaquero! Yo no hablo de ella tan a menudo.

— Las veces anteriores que conversamos, apenas surgía su nombre. Ahora, cada vez que la mencionas, aparece una especie muy rara de sonrisa. Ya sabes, como que quieres pero no quieres. Esa sonrisa.

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