Capítulo 43

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Todo estaba saliendo perfecto, salvo por la mujer que caía al vacío desde donde estábamos. Su largo cabello rubio platinado ondeaba sobre ella mientras se perdía en la oscuridad, haciendo su camino al suelo. Y una vez que llegaba, volvía a aparecer  justo debajo de nosotros para volver a aventarse. Si se percató de nuestra presencia –sobre el cubículo más alto de una noria antigua y despintada–, jamás nos lo dio a saber.

Así es, estamos en un parque de diversiones. Pero no cualquier parque de diversiones, no; un parque de diversiones en desuso desde hace varios años ya, pero que, por lo enorme que es y las atracciones que tiene, imagino que debió haber sido muy popular en sus años dorados.

— Veníamos aquí cada vez que podíamos — me dijo Noah—. Tenía cierta magia. Qué pena que no esté funcionando.

Y cuando le pregunté si sabía por qué la habían cerrado, respondió: 

— Bueno... Hay atracciones que son algo peligrosas. Las demandas pudieron con los propietarios. Me imagino que estarán buscando nuevos inversionistas o... Nuevos dueños.

Recordando esa charla de hace unos minutos, de cuando aún estábamos con los pies en el suelo, mi lengua se suelta –como siempre– y suelta una indirecta que definitivamente mi filtro de buenos modales no aprobaría.

— Este lugar se ve costoso —le digo–, tu familia debió gastar un montón en entradas.

Él despega su vista del horizonte para mirarme. Los pocos rayos anaranjados que quedan se estampan contra el bonito pardi-azul de sus ojos, y en seguida me sumerjo en ellos. No sé si ese hombre es conciente aún del efecto que generan.

— Sí —responde, con parsimonía—, sí lo hacía. Mi padre trabajaba en la estación de policías de Western River. Dirigía las persecuciones cuando los criminólogos u otros oficiales lo requerían. Buen puesto, buena paga.

— Oh —me río, bromeando—. ¿Entonces eres un niño rico?

Pero él solo hace una mueca y su vista vuelve al frente, con un tipo de nostalgia que empiezo a reconocer.

— Supongo que lo fui —es todo lo que dice, estirando apenas sus labios.

Al instante entiendo lo que ocurrió.

— Lo siento mucho, Noah —tomo su brazo, pensando que quizá no debí haber abierto mi bocota hace un momento.

— No pasa nada —contesta, mirando el lugar exacto en el que mi mano entra en contacto con su piel—. Fue hace muchos años.

— ¿Lo has vuelto a ver? —muerdo mi lengua en el instante en que termino de formular la pregunta—. Perdón. No tienes que contestar —digo rápida y atropelladamente—, esas son cosas muy personales.

Con una sonrisa, niega con la cabeza.

— Para eso es una cita, ¿no?

Me encojo en mi sitio, recogiendo mis rodillas para abrazarlas contra mi pecho. Estoy segura de que él solo lo dijo para tranquilizarme a mí y mi condenada conciencia, porque ambos sabemos que este tipo de cosas no se preguntan en una primera cita.

Estoy fracasando monumentalmente. Gracias al cielo, Mas no está aquí, o tendría más de lo que burlarse.

Después de unos segundos, Noah vuelve a hablar.

— Sí lo he visto, por cierto. Se lo ve bien.

— Me alegro —digo en respuesta, agradecida infinitamente con él por rescatarme tan dulcemente de mi miseria.

— Tuvo una vida agitada, así que está descansando ahora. ¿Y tú? —vuelve a mirarme—. ¿Con quién te has encontrado?

Trago saliva.

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