Capítulo 35

93 19 0
                                    

Intento dar un paso hacia él, pero al instante pierdo el equilibrio y me apoyo en la pared. Mi sistema vestibular parece haberse vuelto loco, la profundidad de las cosas en la escena, su cercanía, todo está desordenado, o da esa impresión en mi cabeza, porque a simple vista de un tercero nada está más allá de lo normal; el problema definitivamente soy yo y mi de repente atrofiada percepción.

— Siempre me pregunté cómo no me reconociste desde el principio —agrega Tom, divertido, sin haberse percatado de lo ocurrido, ni siquiera ha hecho el intento en todo este tiempo de establecer contacto visual conmigo—. ¿De verdad he cambiado demasiado?

Arrugo la nariz, avanzando a trompicones, pegada a la pared, hasta ubicarme frente a él. Mi presencia frente a la ventana obstruye de cierta manera la fresca luz matutina; sin embargo, un pequeño rayo de sol se cuela por algún lado, atraviesa mi voluminoso cabello rojizo e impacta en los ojos de Thomas, que por fin conectan con los míos. Por un momento, no puedo despegar mi mirada, el efecto anaranjado que brinda mi cabello como filtro resalta asombrosamente bien el ámbar de sus iris. Nos quedamos un par de segundos sumergidos en el más absoluto silencio. Por supuesto que aún recuerdo sus rasgos, su nariz perfilada, sus labios delgados que siempre insinúan una sonrisa, sus cejas pobladas y expresivas, sus enormes ojos redondos y burlones.

Entonces, él sonríe.

Entonces, yo lo abrazo.

Bueno, más como que me lanzo encima suyo, debido al asquerosamente asqueroso estado de mi equilibrio.

— Kendall, eres más pesada de —intenta bromear— lo que un niño de 6 a-

— Tom —lo interrumpo—. Abrázame.

— No.

— Abrázame.

— No.

— Abrázame, cielos.

— No. Ken, no voy-

Su voz se quiebra en la última palabra y él guarda silencio. Por algún motivo, algo se rompe dentro de mí en ese momento. Puedo sentir su pena con tanta intensidad que corro el riesgo de compartirla. Él no está bien. Esa sonrisa, esos chistes: actos baratos. ¿No va a abrazarme? Bien, pues. Lo haré yo, todo el tiempo que necesite.

— Escucha —empiezo—... No tienes que decirme qué pasó, solo...

Me quedo sin palabras. Esto es muy hipócrita. No puedo continuar. Necesito saber qué sucedió, necesito ayudarlo. No sabía que guardaba tanto dentro. Nunca pensé que el misterioso Thomas tuviese sentimientos tan agrios, tan oscuros.

De un momento a otro, una vocecita ahogada por la tela de mi vestido dice casi inaudiblemente:

— Mi madre.

— ¿Tu madre? —susurro, temiendo arruinar el momento. Él por fin logra abrirse a mí, no puedo echarlo a perder—. ¿Dónde está ella ahora?

Un suspiro tembloroso, que quizá intentó ser una risa irónica, rompe el cargado silencio que sigue a mi pregunta.

— ¿Dónde estuvo toda mi vida?

Mis ojos se humedecen. Puedo imaginarlo ahora; puedo imaginar sus rasgos: su nariz perfilada fruncida, sus labios delgados y expresivos apretados con vehemencia, sus cejas pobladas y expresivas, de repente, convertidas en una línea recta, y sus ojos, sus enormes ojos redondos y burlones, llenos de lágrimas contenidas. Aprieto ligeramente mis brazos al rededor de los hombros de Thomas, mientras una de mis manos va a perderse entre sus rizos dorados, acariciándolo más con compasión que con ternura. Debí haber supuesto su infancia complicada. Puedo no entender porque ha tomado la forma de cuando era niño ahora, pero las preguntas vendrán tranquilamente después. Quizá es una forma de autocastigarse, de volver a ese tiempo en el que los momentos de felicidad eran tan espontáneos como efímeros, si es que existían, en primer lugar. Puedo sentir perfectamente todo lo que el pequeño Tom siente ahora mismo, mas no puedo describirlo. Por primera vez, maldigo no haber invertido tiempo en averiguar si puedo, de alguna forma, aligerar el peso emocional de las personas. ¿Por qué no me tocó algo útil? Quiero ayudar, y lo que hago no alcanza, no es suficiente. Nunca es suficiente. Siento lo que siente Tom, ¿y qué? No puedo ayudarlo.

FantasmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora