Capítulo 31

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El techo blanco me devuelve la mirada, me saluda, me estampa cruelmente contra la realidad. De repente soy consciente de la mayoría de cosas a mi alrededor, las máquinas, los cables, la cama debajo de mí. La agonía. El infierno se abre paso a través de mi garganta, y raspa y arde como si los mismos caídos estuviesen desfilando flameantes sobre ella. En lugar de calidez, en mi núcleo se siente un fuerte entumecimiento, como un pelotón de hormigas caminando dese mi pecho hasta la yema de mis dedos de manos y pies.

La desesperación viene en grandes oleadas, la claustrofobia aparece imponente. Los dolores aparecen en todos los lugares del cuerpo que puedan experimentarlos. Estoy inmóvil, aguantando todo. El problema es que no quiero aguantarlo todo. Ya pasé por esto.  Apesta. Yo no decidí aquello. Yo dije que lo volvería a intentar, pero esto es traerme a la fuerza. Lo detesto, quiero irme.

Volveré a tratar, por supuesto, pero no hoy. No hoy.

¿Cómo hago para salir? ¿Alguna puerta? ¿El pensamiento? ¿El poder del amor? ¿Dónde está Tom cuando quiero respuestas? No, no quiero respuestas, quiero salir de aquí de una bendita vez. Ni siquiera puedo mover los ojos. Lo veo todo, pero no puedo moverlos. Sé que están cerrados físicamente, pero igual. ¡Déjame mover lo malditos ojos siquiera! ¡Déjame largarme! Intento cerrar las manos en puños de impotencia. Obviamente es en vano. Todo lo que haga es en vano. Estaré atrapada aquí hasta que mi cuerpo decida por mí, porque es muy notorio cuán inepta soy. Un grito de frustración se abre paso en mi cabeza, mas no llega a concretarse. Molesto, a pesar de estar acostumbrada a llevar los gritos solo en el pensamiento desde antes de caer en coma. Estoy a merced del mundo. Eso es todo. Perdí mi libertad.

A mi derecha suena un irritante pitido, largo y plano. Sé qué lo produce. Aun así es un fastidio. En cuestión de nanosegundos, el pitido empieza con intermitencias constantes e isométricas; en otras palabras, comienza a pulsar. Debería ser un alivio para mí. Y lo es, pero ahora estoy demasiado adolorida como para permitirme sentir alivio alguno.

Una cabeza se asoma por sobre la mía. Utiliza un cubrebocas verde. ¿Ese fue el que me metió aquí? ¿Qué espera para dejarme salir? Ahora estoy enojada. Quiero gritar: "¡¿Qué me ves, inútil?!" Yo no pedí esto. Solo quise tiempo. Tengo que solucionar cosas aquí. No puedo dejarlo como está. Aún no quiero despertar. ¡Devuélvanme a donde estaba! Ya lo intentaré en otro momento, ¿por qué demonios se tienen que meter en asuntos que no son suyos?

Espero unos minutos, a ver si logro recobrar algo de movilidad, sea en forma física o metafísica.

Patética. Lo sé. De no ser por ellos, hubiese perecido. Sí eran asuntos suyos, sí eran. Es su trabajo mantener con vida a las personas. Y también es verdad que, si ellos no intervenían, entonces (sí que sí) no tendría opción a aplazar mi nuevo intento como lo estoy haciendo ahora. Es solo... Tantas emociones llegaron a mí; mi razón se nubló. Estoy adolorida, estoy sumamente incómoda, estoy inmovilizada por algo que está más allá de mí. ¿De verdad tengo que tomar una decisión ahora? ¿Tengo que resignarme a padecer todo esto hasta por fin abrir los ojos en el plano de los vivos? ¿Esto es lo que tengo que luchar?

Alguien me tiende la mano. Puedo verla por sobre mi rostro. Broma de mal gusto, probablemente ese alguien ya sabe que no puedo mover ni siquiera mis propios pulmones.

— Tiene que ser voluntario —me apremia. Su voz suena apurada, como si no quisiese dar esta explicación. O como si fuese demasiado común e inferible.

No digo nada, pero lo primero que me pasa por la mente es lo más obvio: "mi cuerpo no piensa de la misma manera, joven, inténtelo más tarde".

— Puedes hablar —me dice, como leyendo mi expresión. Bueno... Mi expresión, ahora que lo pienso, ni siquiera sé cuál es mi expresión ahora mismo, ¿cara de póquer? Probablemente. Y aun si tuviese un gesto o mueca bastante grosera, no podría cambiarla. Oh, por favor, que no tenga un gesto grosero. Sería el colmo supremo.

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