Capítulo 1

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Paso, mano, trapo. Paso, mano, trapo. Y repite. Una, dos veces más, hasta dejar limpia la mesa y pasar a la siguiente. Sí, señor, así se ganan los frijoles hoy en día. ¿Qué? El pasar esparadrapo por la mesa es un arte que toma tiempo perfeccionar, o es lo que me digo cada vez que me paro frente al espejo por las tardes (luego de la escuela) antes de venir a trabajar. Debo admitir que trabajar en mi situación no es algo imprescindible, vivo bien, o mejor de lo que podría necesitar, pero me mantiene ocupada. Siempre ocupada, siempre con la mente trabajando, no tiempo libre, sin descanso. Es una salida rápida, ¿no? La distracción. A mí me funciona desde tiempos inmemorables.

Una buena pregunta sería por qué no quiero dejar que mi pobre cabeza tome aire, se despeje y se relaje un poco.

Una buena respuesta sería que no me gusta hablar del tema. Una buena respuesta sería cambiar el objeto de conversación. Si me preguntasen por la calle: "Hey, Kendall, ¿qué es eso en lo que tan desesperadamente no quieres pensar?" Yo diría: "Hombre, si lo digo, lo estaría pensando, y prefiero evitar la fatiga."

Sin embargo, debido a que no puedo escapar de mí misma ni de mis pensamientos por siempre, podría resolver la duda de una vez por todas. Sí, ¿por qué no? Aquí y ahora. Aprovechando el receso que me obligan a tomar en la cafetería. Hablando de ello, me obligan a descansar... A ese punto hemos llegado.

Está bien, está bien, no lo dilataré más. Mas me temo que tendré que resumir en un par de frases el asunto en cuestión, por lo que la explicación quedará algo así:

"Desde que era pequeña tuve que adaptarme como buen ser humano a un entorno social, cosa que es perfectamente normal, hasta ahí no habría problemas... Si de verdad en mi caso hubiese sido perfectamente normal la cosa.

Según mi madre, nuestra familia desciende de personas con fuertes creencias en estas fuerzas poderosas que dominan cada una de las religiones, desde la griega hasta la judía. En otras palabras, practicaban el ocultismo, el esoterismo o como se quiera llamarlo. Insistieron en adquirir dones que podían beneficiar a los demás y a sí mismos. Lucharon contra el terror a lo desconocido. Una batalla cada vez más sencilla conforme aparecían generaciones nacientes. Y, así, estos dones (ya dominados y amaestrados) se transmitieron como parte de una herencia rica en saberes que trascienden lo increíble. Todos en mi familia saben como manejar su habilidad, la perfeccionan día tras día, la práctica pertenece a su rutina. Es su mundo. Para ellos, es natural ver gente muerta caminando por las calles, o sentirla, o manejar la energía que lleva cada persona en su interior, o la energía del entorno. Ellos pertecen allí. Es su lugar.

No me gusta hablar del tema porque soy diferente. Y no me malentiendas, me gusta así. Me gusta la poca tranquilidad a la que puedo aferrarme en mi día a día, me gusta pasearme entre la gente feliz que ignora todo el gran telón frente a sus ojos y vive como me gustaría vivir: sin saber. Yo, Kendall Madeleine O'Mell, no tengo en absoluto ninguna habilidad. A mí me puede suceder cualquier cosa, desde un susurro hasta un empujón, y yo no me voy a dar cuenta hasta que sea lo suficientemente fuerte o lo suficientemente tarde.

Y no me malentiendas, me gusta así."

Yo también estaría de acuerdo en decir que eso no fue resumir el asunto en un par de frases.

Tomo el bolígrafo del bolsillo en el pecho de mi blusa y lo hago girar entre mis dedos, saliendo de ese estado entumecido en el que suelo entrar cuando empiezo a recordar lo que mamá me cuenta sobre su día. Esa mujer posee uno de los mejores dones. Y el más raro. Pero mientras sea mejor para ellos, para mí es peor, así que trataré de no sacar este temita a colación. Por esto no me gusta el tiempo libre, joder. ¿Por qué estamos obligados a descansar? ¿Qué se supone que hagamos? ¿Ver la pared recién pintada secarse? ¿Prestar atención a las nubes a ver si llueve, o, mejor, si pasa un platillo volador?

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