Capítulo 44 - MAS

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No obstante, a veces sucede que personas como yo terminan en lugares como este. Personas que nunca escucharon un 'te quiero', un 'me importas', un 'cuídate', un 'no sé qué haría si algo te pasara'. A veces sucede que personas que han sufrido demasiado a lo largo de su vida como para recordar lo que la felicidad es terminan aquí. Personas con cicatrices, personas con heridas abiertas, personas rotas. Y siempre es un pesar inmenso el que una de estas almas rotas sea precisamente un niño. Un niño cuyo corazón no debe saber de rencor ni remordimiento a un nivel tan agudo.

Yo lo supe. Y fue un tormento.

Caleb lo sabe. Y aún puedo ayudarlo.

— ¿Sabes qué te hace diferente de ellos? —camino en su dirección, para sentarme frente a él.

— ¿Qué? —responde con ligero desafío, como si lo próximo a salir de mi boca fuese algo hiriente. Aún no lo sé con seguridad, pero puedo adivinar que la forma en la que puede ponerse rápidamente a la defensiva es algo que tuvo que construirse par adaptarse a un martilleo constante de palabras soeces.

— Que tú has sufrido lo suficiente como para toda una vida —palmeo su hombro—. Y, por eso, tienes alguna que otra cicatriz. Si has sabido aguantarlo, eres un muchacho fuerte. Pero tienes que tener cuidado.

— ¿Por qué? —me mira con desconfianza.

— Hay gente que se aprovecha de personas como nosotros. Aunque hay una forma de evitarlo.

— ¿Cuál?

— Es complicada —sonrío levemente, conteniendo las ganas de decir 'no, en realidad, es imposible'—, más de lo que parece.

— ¿Cuál? —insiste.

— El perdón.

Después de un rato de charla, en el que me contaba como fue insultado y maltratado en su  propio hogar por su madrastra, "me trataba de sirviente porque mi padre la engañó con mi mamá", decía; y después de narrarme cómo era cruelmente acosado en una escuela de niños ricos por ir vestido de los harapos que su madrastra le conseguía de tiendas de segunda mano o de sus hermanos mayores, me confió su más grande secreto: iba a escapar. Él estaba trabajando en un almacén para juntar suficiente dinero, con un señor que consideraba asqueroso por el hecho de que su línea de confianza no conocía límites, así como el entrenador de su equipo de básquet en la escuela, al cual había visto tocar de manera indebida a uno de sus compañeros. "El mundo está lleno de gente enferma", decía, mientras comentaba cómo se las arregló para huir de los caprichos de su jefe y de los ojos del entrenador, mas no de las garras de su madrastra, que aparentemente le había sacado un seguro de vida, aprovechándose de la enfermedad de su padre, y había estado metiéndole algo en la comida. O eso creía él, porque era un muchacho sano, y empezó a enfermar de repente. Sumó dos más dos inmediatamente y fue a quejarse con su padre; pero, en el fondo, sabía que su padre no iba a hacer nada, porque, cada vez que lo veía, sentía culpa por lo que le había hecho a su esposa.

— No lo entiendo —Caleb se rasca la nuca—. Yo no tengo la culpa de...

— ¿Haber nacido? —termino por él, con la vista fija en el techo, pensando lo basura que pueden ser algunos cuando se lo proponen... Y cuando no.

Caleb gruñe de fastidio.

— Y no hizo nada. Me dijo que deje de decir estupideces. Todo el mundo me dice que deje de decir estupideces.

FantasmasWhere stories live. Discover now