— Solo vengo a conversar —respondo pausadamente, levantando ambas manos para mostrar las palmas.

— ¿Me vas a botar? —una voz nueva, completamente diferente a la de los niños que aguaitan por el otro lado de la puerta, inunda la estancia. Pese a tener un volumen moderado y mantener la línea del respeto y el escepticismo, puedo percibir algo de desafío.

Puedo decir que, desde que llegué a convertirme en una especie de protector de los muchachos, he lidiado con un par de casos así, así que cuento con ciertas armas que solo la experiencia puede brindar, pero este caso podría ser diferente por el simple hecho de que tiene a una pelirroja testaruda y de carácter apabullante de su lado. Es decir, en un día normal ya lidio con una de esas, no necesito la mirada inquisitiva y el ceño fruncido de otra más.

— Sussy, no te hagas de rogar —le sonrío tranquilizadoramente—. Ve con los chicos. Prometo que no haré nada que espante a tu novio.

— ¡No es mi novio! —ella niega enérgicamente con la cabeza.

— Entonces, trataré de no arruinar tus chances —le guiño un ojo.

Ella frunce el ceño con aire de suma indignación, y desaparece.

— Vayan con ella —vuelvo a revolver el cabello de uno de los niños, quizá Santiago.

En seguida se esfuman ellos también, y en la habitación solo quedamos Caleb y yo.

Me tomo unos segundos para registrar la estancia. Exactamente igual al resto, por supuesto, como era de suponer. Una cama, máquinas, cables, tanques de oxígeno, una persona en bata cubierta por las finas mantas del hospital que dejan traspasar el frío como si no estuviesen allí.

— ¿Te gusta este lugar? —le pregunto— ¿No te parece algo deprimente?

— ¿Me vas a botar? —repite él.

Niego con la cabeza.

— Tienes que permanecer cerca a tu cuerpo en caso despiertes —le digo—. El psique de un niño es más delicado.

— ¿Entonces por qué ella dijo...?

— Sussy —corrijo—. Sussy es algo dramática —sonrío.

— Ella no hubiera dicho eso si no hubieras botado a alguien antes.

Ladeo la cabeza, pensando que "hubieses" hubiese ido mejor que "hubieras".

— No recuerdo haber botado a nadie.

— Los he escuchado hablar. Piensan que soy un bicho raro —se rasca distraídamente la cabeza.

Lo observo con atención.

Pelo ensortijado de un dorado despampanante, ojos que parecen caramelo derretido y un rostro bien proporcionado. Supongo que puedo entender por qué Sussy estaba tan encaprichada con él.

El físico, sin embargo, queda a un lado en este plano. Puedo explicar por qué. Así de bien parecido como es nuestro compañero Caleb, hay algo muy notorio que lo diferencia del resto: el aura.

"Es uno de esos".

Sí, lo es.

Los niños que vienen a parar a la UCI usualmente llevan consigo historias de lo más conmovedoras, historias llenas de afecto y cuidados por parte de la familia, de sus padres. Los niños que vienen a parar a la UCI usualmente son niños felices, sin preocupación más que la profundidad de la aflicción que puede generar su partida en las personas que vayan a dejar atrás, esas personas que les han demostrado cuánto los querían cada vez que podían.

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