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—Sasori, sabes que no me gusta esperar.

El nombrado suspiró, mientras ayudaba a la anciana Chiyo a subir sus maletas al taxi que la llevaría lejos de la ciudad. Había llegado una llamada de que su hermano estaba internado en el hospital por un paro respiratorio. Estaba algo delicado, pero nada que no se pudiera solucionar. Aún así, lo iría a ver, mientras Sasori se quedaba en la ciudad a seguir con sus estudios.

—Nos vemos abuela.
—Cuidate mucho, Sasori-chan.— le dijo la mujer subiendo al carro que la llevaría al aeropuerto— y no estudies demasiado. Te hará daño.
—Lo tendré en cuenta.

El taxi arrancó, alejando a la mujer de ahí. Sasori entró de nuevo a su casa, y dando un portazo, cerró su habitación.

Llevaba una semana de haber terminado con Deidara, pero el rubio no hacía ni el mínimo esfuerzo por buscarlo. Se había cansado de esperar y que su conciencia se le estrujara cada vez que pensaba en el menor. Sabía que había actuado mal, y que debía ir a verlo, pero los últimos días, el estúpido de Hidan no lo dejaba ni acercarse. Y cuando estaba solo, Itachi Uchiha le hacía de su maldito guardian y no lo dejaba hablar con él.

Estaba celoso y desesperado. Una mala combinación en él. Las cosas salían muy mal cuando se dejaba llevar por sus impulsos, cuando por varias razones, terminaba perdiendo su increíble paciencia.

Así que se armó de valor. Su abuela no estaba para escucharlo gritar todas las groserías que se había guardado en su coraza de indiferencia. Mientras se ponía ropa menos cómoda y más descendiente para salir aquel sábado temprano, no pudo evitar pensar que quizá ese tiempo había sido necesario, pues Deidara y él habían estado peleando demasiado. Quizá el tiempo había funcionado.

Salió de su casa con algo de dinero. Pensaba invitar al menor a comer o algo por el estilo. Cuando llegó a la entrada de la casa del chico, no titubeó cuando tocó la puerta. No tardaron en abrirle, encontrándose con Minato Namikaze, el padre de familia.

—Buenas tardes, Minato-san ¿Está Deidara?
—Sasori-kun, me alegra que vinieras.

El hombre le regaló una preciosa sonrisa, le había heredado a sus hijos el poder de cautivar a todos con la misma.

—Pasa, Deidara está en su cuarto. ¿Ya sabes cuál es?
—Si, gracias.

Omitiendo el hecho de que había tenido relaciones con Deidara en aquel cuarto mientras ellos no estaban, Sasori, se adentró al cálido hogar y subió las escaleras. Se sorprendió de que Minato no le interrogara, supuso que no sabía nada de lo que había pasado. Subió y tocó la puerta del primer cuarto en el pasillo.

—Ya te dije que no quiero nada papá— la culpa golpeó su pecho al escuchar a Deidara tan desanimado. No se había preocupado por el menor en mucho tiempo, pero tampoco era muy bueno en pedir disculpas.
—¿Me dejas pasar?— preguntó con duda.

Un silencio que le pareció eterno, lo hizo suspirar. Temía darse la vuelta y perder la oportunidad de arreglar las cosas. Pero sus dudas se disiparon al ver que el menor abría la puerta.

—Danna.
—Hola Dei.
—¿Viniste a verme?
—Eso parece.

Con cautela, se adentró a aquel cuarto. Se sentó en la cama y miró la ventana. De verdad que había demasiados recuerdos en tan poco tiempo.

—Vine a disculparme. No debí decirte eso.
—Está bien, Danna. Ya no importa.

El mayor hizo una mueca. No le gustaba la idea de que Deidara se dejara convencer tan fácilmente. Debía estar más ofendido, debía estar reclamando y él no tendría derecho de reclamar de vuelta.

—Te lastimé. Claro que importa.

El rubio le sonrió, quería que le gritara, que le golpeara incluso, quizá aquello le quitaría la culpa. Pero nada de eso llegó, en su lugar, Deidara se lanzó a sus brazos y escondió su rostro en el cuello del más bajo.

—Te he extrañado mucho.







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↺𝙳𝚘𝚗'𝚝 𝚑𝚊𝚗𝚐 𝚞𝚙 「sasodei」Where stories live. Discover now