Después de unos minutos en los que cada pasito de bebé que daba significaba un "triunfo" (en el sentido romano de la palabra), llego a ser capaz de entender frases enteras.

De seguro estarás pensando que, al decir "puedo oír palabras del otro lado", me refiero a que lo hago clara y limpiamente, sin interferencias ni sonidos confusos. La mayor parte la tengo que adivinar. El ruido blanco sigue allí, pero no es total. Ni siquiera termino de escuchar las palabras, las vocales se cortan justo a la mitad, lo que me permite entender la sílaba. Así que tampoco es que sea tan fácil. Lo peor de todo es que tengo que mantener mis chakras alineadas y seguir en modo zen; si me distraigo o me exaltó pierdo cualquier conexión que haya establecido con anterioridad.

Unos minutos más tarde, con la sensación y el agotamiento de haber corrido una maratón (pero tan feliz como si hubiese quedado entre los primeros lugares), me echo en la camilla, satisfecha –porque desde que escuché "Salir impune" no he vuelto a escuchar frases de menos de dos palabras– y muy dispuesta a irme. No obstante (oh, casualidad), algo me retiene. El doctor que se comunicó con el que estaba aquí dentro por teléfono acaba de arribar. Ahora son tres personas en este lugar además de mí.

No tengo fuerzas ya para siquiera plantearme volver a todo el suplicio del que acabo de salir. No pensaría ni remotamente intentar escuchar de nuevo. No lo haría, si no reconociese al médico que acaba de entrar: El interno encargado de la autopista de Camille. ¿De qué podría hablar él con la tipa ruda y el otro doctor? ¿Sería mucha casualidad que se hable de Camille?

Cierro mis ojos por segunda vez, y uno las palmas de mis manos por sobre mi pecho, resignada a tener que entrar en modo zen otra vez.

***
— Así que usted es la asistente del señor Ribbs —lo escucho decir, un vez dentro del ascensor.

Somos tres aquí. La tipa ruda, el perito de Camille y yo; el médico anterior se despidió apenas salimos del UCI infantil. Si me preguntasen qué estaban haciendo allí en primer lugar la tipa ruda y el doctor anterior, apostaría a que él le estaba mostrando cómo funcionaban las máquinas por si alguna vez ella quisiera matar niños en coma y salir impune. Pero ese no es el punto aquí.

Llevo ya un buen rato maniobrando para poder entender las oraciones del otro lado. Sí, oraciones, porque he progresado a ese nivel. Genial, ¿no? Al final, Ben tenía razón: Era cuestión de práctica. Aunque esa práctica ya me está pagando factura. Me siento débil, exhausta. No lo suficiente como para dejar esto que estoy haciendo, pero sí lo suficiente como para poder quejarme con argumento.

— No soy su asistente, soy su segunda al mando —responde ella, con indiferencia.

— Yo soy el segundo al mando del doctor Carrillo, y sigo siendo su asistente —responde él, dejando bien claro su punto.

— Siendo interno, no puedes aspirar a más.

— No soy interno. Soy residente de primer año.

— Es lo mismo.

— No. Hay un año de diferencia.

— Como digas —rueda los ojos.

Me da pena el joven médico. Se presentó con una sonrisa y un porte bien galante (aun no fuese muy agraciado), y termina dando la impresión de que ya no quiere saber más de esta mujer, dando respuestas cortas y tajantes, igual que ella. ¿Cómo llegas a un lugar para comportarte de esa manera con quienes prácticamente la habitan? En fin.

El resto del trayecto lo hicieron en silencio, lógicamente; el ambiente entre ellos no es el adecuado como para que se lleve a cabo una conversación amena. Lo que lleva mis pensamientos a Noah. Si Noah estuviese aquí, pero vivo, claro, estoy segura que emprendería una buena conversación, como siempre supo hacerlo. Si Mas, en cambio, estuviese aquí... No, no estamos pensando en Mas ahora, suficiente de él, mejor pensemos en Noah. Pero es verdad que Mas estaría fastidiando a la tipa ruda, sacándola de sus casillas. Es lo que él hace, después de todo.

FantasmasWhere stories live. Discover now