Capítulo 16: Dirección

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Sentada en la sala de espera de la dirección antes de mi interrogatorio sólo podía pensar en una cosa: ¿qué demonios le diría a mis padres? Podría enviarles un mensaje con "Hola, ¿me extrañan? Pues estoy de camino ya, resulta que me expulsaron, jaja".

No podía creer lo estúpida que había sido, ¿cómo había caído en las provocaciones de Alice? Me sentía tonta y frustrada ante la situación, un nudo amenazaba con formarse en mi garganta mientras más pensaba en la situación.

-¿Te duele?- preguntó William, que estaba sentado a mi lado. Alice había sido la primera en pasar a la oficina de la directora.

-¿Mande?- cuestioné, ¿dolerme estar en la dirección de la universidad de mis sueños por haberme peleado con una estúpida acosadora? Sí, puede que me doliera un poco.

William me miró con preocupación y tomó mi mano para examinarla de cerca.

-No parece grave, pero habrá que desinfectarlo- anunció. Hasta ese momento me percaté de que tenía un feo aruñón en la mano que había utilizado para cubrir mi rostro, se veía hinchado y rojo.

En ese momento la puerta se abrió y Alice salió igual de furiosa que hace un momento, me miró de forma asesina y salió azotando la puerta de la dirección. Si así le había resultado a ella, cuya madre era parte de los inversionistas, no quería imaginar qué me deparaba a mí.

Estaba a punto de ponerme de pie para teminar con todo ello de una buena vez, pero William me puso una mano en el hombro para que permaneciera en mi lugar y pasó a la oficina sin decir nada.

Estuvo alrededor de diez minutos dentro, yo miraba la puerta con preocupación y culpa, lo único que había hecho fue terminar la pelea y evitar que Alice me dejara tuerta y lo habíamos arrastrado a todo esto.

Salió de la oficina con una expresión serena, me puse de pie y me dispuse a entrar, pero me detuvo un momento.

-Todo saldrá bien, calma- exclamó mientras me miraba a los ojos. No tenía ninguna prueba para afirmar aquello, pero por algún motivo me tranquilizó un poco. Pasé a la oficina sin más y cerré la puerta tras de mí.

-Tome asiento, señorita Félix- ordenó la directora. Detrás del escritorio me miraba con una mano frotándose la sien, evidentemente aquello le fastidiaba. -Bueno, cuénteme su versión.

Tragué saliva, las lágrimas amenazaban mis ojos.

-Profesora, debo decirle que estoy muy apenada por lo sucedido, me siento avergonzada de mis acciones y de haber atentado así contra la imagen de esta gran institución, que tan generosa ha sido conmigo, en verdad lo siento- exclamé precipitadamente, la directora suspiró.

-Tus profesores ya me habían hablado de ti, algunos dicen que eres brillante, pero otros, la profesora Michaels en particular, afirma que eres temeraria y que desafías a la autoridad con frecuencia- comentó la directora y yo bajé el rostro, ya me veía haciendo mis maletas. -Pero conozco a la profesora Michaels y a sus métodos... así como conozco bien a Alice- repuso.

Volví la mirada hacia ella de golpe, expectante.

-Debido a que su madre es allegada mía cree que es inmune al reglamento escolar, algunos compañeros suyos me han comentado en repetidas ocasiones las humillaciones que les hace pasar... esto no justifica bajo ningún motivo un espectáculo como el que dieron, claro- afirmó recuperando su tono rígido y severo. -Pero en Columbia apreciamos que nuestros estudiantes sean solidarios los unos con los otros y que no teman ir a la boca del lobo para defender a sus compañeros- finalizó con dulzura.

Le miraba boquiabierta. -¿Quiere decir que no estoy expulsada?- pregunté con una lágrima de alivio en mi mejilla.

La directora rió. -No, Vanessa, pero hazme un favor, evítame la pena de tener que suspenderte y sé más tolerante hacia tus compañeros y profesores.

-Muchísimas gracias, profesora- exclamé de forma sincera.

-Ahora puedes irte, estoy segura de que no querrás perder más clases.

Estaba a unos pasos de la puerta cuando recordé algo y me giré.

-Profesora, acerca de mi compañero Juvin... no hizo nada malo, fue gracias a él que la situación no se agravó, sé que no estoy en posición de abogar por nadie, pero me parece importante que lo sepa- confesé.

La directora sonrió y me miró fijamente.

-Qué curioso, él entró a mi oficina a hacer exactemente lo mismo, a abogar por usted- reveló y el corazón se me estrujó en el pecho.

Incliné mi cabeza como despedida y salí del lugar. En la sala de espera me encontré a William, que se puso de pie en cuanto me vio salir.

-Pues... podrás disfrutar de mi compañía más tiempo- relaté con una sonrisa que trataba de ser arrogante, pero estaba demasiado conmocionada para parecerlo.

William me dedicó una sonrisa cautivadora al suspirar de alivio.

-En ese caso, acompáñame- pidió mientras me tomaba de la mano que no estaba lastimada.

Me condujo por los pasillos hasta llegar a una pequeña habitación vacía, con una camilla y un escritorio lleno de archiveros.

Me sentó en la camilla mientras abría un botiquín de primeros auxilios, sacó un pequeño frasco de agua oxigenada, algodón y una gasa.

-Arderá un poco, lo siento- dijo al colocarme el algodón con líquido sobre el aruñón de mi mano.

William limpiaba mi herida con sumo cuidado y paciencia, como si estuviese moldeando una figura de arcilla.

-Puedo hacerlo yo, William- comenté desde la camilla, con mis pies apenas tocando el suelo.

-Shh, permíteme- pidió mientras continuaba su actividad, acto seguido me colocó la gasa con cuidado. -Ya está listo- anunció.

No podía hacer más que mirarle. Volvió sus ojos hacia mí, me miraba serio a través de sus pobladas pestañas.

-Me preocupaste un momento- confesó en voz baja.

-¿Por romper récord al ser expulsada a apenas dos semanas de clases?- traté de bromear y me correspondió con una sonrisa leve.

-Además- dijo antes de recuperar su tono serio. -Me asustó el que pudieran hacerte daño.

El nudo que tenía en mi garganta todo ese tiempo se magnificó, lo que ocasionó que unas lágrimas bajaran por mi rostro.

-¿Qué pasa? ¿Te duele? ¿Tienes alguna otra herida?- me preguntó alarmado, pero negué con la cabeza.

-William- murmuré casi inaudible, el nudo en mi garganta no me dejaba hablar.

-¿Qué sucede?- preguntó preocupado y se acercó para escucharme mejor. A pocos centímetros de mí, alcé mis brazos y sin más lo rodeé con ellos.

Al principio se alarmó, pero después de un segundo suspiró y colocó sus brazos alrededor de mi cintura.

-Quédate un momento así- pedí con voz débil y sentí su cabeza asentir en el hueco de mi cuello.

Esa mañana, en esa enfermería donde sólo estábamos nosotros, pensé por primera vez que lo que sentía por William era un poco parecido a las lágrimas: me inquietaba, me volvía vulnerable y trataba de detenerlo con fuerza... pero al final simplemente ocurría, sin que pudiera hacer nada.

Mi nombre es WilliamWhere stories live. Discover now