Capítulo 4: Nueva York

17 3 0
                                    

De niña veía las películas de Hollywood y creía que mi llegada a Nueva York sería una entrada triunfal, de tacones y vestido rosa ajustado caminando por las calles de Manhattan viendo a la gente pasar a través de mis lentes de sol. Lastimosamente, eso no sucedió. El avión aterrizó y debido al tumulto de gente y mi malo sentido de ubicación, tuve que pedir indicaciones tres veces a lo largo del aeropuerto para encontrar mis maletas. Ya en la banda de equipaje, apenas podía caminar con dos bóvedas rodantes en mis manos; como no planeaba subir al subterráneo en tal situación, tomé un taxi que me cobró la mitad de mi presupuesto para la comida de esa semana, pero que me dejó justo enfrente de mi departamento.

En definitiva la chica de mis ilusiones que se paseaba como Audrey Hepburn en Central Park no se asemejaba a esa estudiante extranjera que subía sus maletas por una angosta escalera y a la que cada tanto se le caía una y tenía que descender algunos escalones. Después de media hora por fin logré alcanzar el tercer y último piso del rústico edificio, donde se encontraba el departamento 3A, dejé mis maletas apoyadas en la puerta y tomé mi celular para llamar a quien era mi contacto de renta.

-Buenos días, mi nombre es Vanessa Félix, hemos estado en contacto en relación a la renta de un apartamento, me encuentro fuera ya- hablé en el mejor inglés que pude, el cual aún poseía estragos de mi acento natal.

-Claro, claro, en un momento acudo- respondió la señora y finalizamos la llamada. 

Me apoyé sobre una de mis maletas y aproveché para responder mis mensajes. Le dije a mi familia que había llegado a mi apartamento con bien y puse al tanto a Aria y Miguel de mi hazaña con las maletas.

Aria: Jajajajaja, cuánto quisiera haberte visto.

Miguel: Hubieses tomado video, jajaja.

Yo: No me den cuerda, que me gustaría mucho que estuvieran aquí.

En cuanto envié el mensaje un nudo se formó en mi garganta, en verdad me gustaría que estuvieran conmigo. No, Vanessa, acabas de llegar, es muy pronto para la añoranza. En las escaleras se escucharon unos pasos y una señora delgaducha, rubia y que vestía un bonito conjunto deportivo azul celeste me interceptó.

-¿Vanessa?- dijo con un dulce acento norteamericano.

-Sí, ¿es usted la señora Rivers?- pregunté dedicándole una sonrisa, la cual me correspondió.

-Sí, hija, qué bueno es por fin conocerte- comentó al extenderme la mano y saludarme con vehemencia. -Toma, esta es tu llave, yo tengo una de repuesto por cualquier emergencia, pero, vamos, pasa, pasa.

Inserté la llave que me había otorgado en la cerradura y abrí con un poco de dificultad debido al desuso. Vislumbré un apacible y pequeño apartamento de paredes azul celeste, distribuido en tres secciones: sala de estar con un sofá cama y un televisor que daba al gran ventanal del balcón; cocina y comedor separados por una barra de imitación de mármol; y un pequeño pasillo que albergaba dos puertas, una hacia el baño y otra hacia la única recámara. Entré dificultosa con mis maletas y al percatarse la señora Rivers me ayudó con una de ellas.

-Gracias- dije una vez dentro.

-¿Qué te parece? Es pequeño y le falta un poco de aseo, pero puede convertirse en acogedor si así lo deseas- preguntó con timidez, como un niño que le muestra a los demás un dibujo por primera vez.

-Es perfecto- respondí entusiasta. -Es más de lo que deseaba, cuánto le agradezco su ayuda.

La señora Rivers sonrió ampliamente ante mi comentario y me dejó sus datos de contacto para cualquier inconveniente, le dediqué otro efusivo agradecimiento y la acompañé a la puerta. Salió y yo atranqué la puerta por seguridad, tal como me había ordenado una de mis tías, me volví y observé el pequeño apartamento que sería mi hogar durante seis meses.

Todo ese día me dediqué a limpiar el lugar y desempacar mis pertenencias, era un sitio pequeño, pero digno; en la recámara no había más que una cama individual, una mesa de noche y un armario, pero me gustaba por alguna razón. El resto del lugar era habitual, lo único que me llamaba la atención eran gruesas cortinas violetas que cubrían el ventanal que daba hacia el pequeño balcón, no comprendía la elección de colores de la señora Rivers, pero por algún motivo me gustaba.

Al caer la tarde mi pequeño y nuevo hogar estaba limpio e invadido por todas mis pertenencias, tal como si hubiese colocado la palabra "Vanessa" por cada rincón, había planeado hacer las compras ese mismo día, pero preferí dejarlo para el siguiente, al fin y al cabo tenía una semana entera para adaptarme a la vida neoyorquina antes de iniciar las clases. Pedí comida tailandesa de una tienda que vi de camino y una vez hube cenado, caí en un profundo sueño.

Acostumbrarme a la vida estadounidense me costó bastante, aunado a mi malo sentido de ubicación, caminaba viendo el GPS de mi celular cada tramo, por lo que era constantemente empujada por los transeúntes. Poco a poco fui conociendo mi manzana, que se encontraba a sólo unas paradas en el subterráneo de mi nueva escuela, fui ubicando los pequeños supermercados donde haría mis compras y hasta tuve tiempo de echar un vistazo a los lugares turísticos que tanto había escuchado durante toda mi vida.

Tomaba fotos sin parar y las enviaba a mi familia y amigos, obviamente no poseía el talento fotográfico de Aria o la precisión de mi padre para encontrar buenos ángulos, pero he de admitir que paisajes hermosos se vieron a través de la lente de mi celular. Mi memoria almacenó fotos de Central Park, la Estatua de la Libertad, Times Square y el puente de Brooklyn y yo sonreía sin parar al visitar aquellos lugares. Sí, me encantaba Nueva York. 

Mi nombre es WilliamWhere stories live. Discover now