Capítulo 14: Miedos tontos

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El tacto de William me producía calidez y un frenesí interno, sus dedos se entralazaban con los míos mientras caminábamos hacia su auto, ninguno decía ni una palabra. Deseaba ver su expresión, pero no podía alzar la mirada del suelo, sentía mi pulso retumbar en todo mi cuerpo.

Cuando estuvimos frente al Tesla, William soltó mi mano para abrir la puerta del copiloto; una sensación de desilusión me abordó al sentir mi mano sola.

-Gracias- susurré mientras subía, en unos segundos William se encontraba detrás del volante también. Emprendió camino sin decir nada.

Le miré de reojo, se mostraba inquieto, hasta podría decir que notaba algo de nerviosismo en el vaivén de su pecho al respirar; con la vista al frente emitió un resoplido, riéndose de sí mismo.

-Bueno... es tu turno de contarme algo sobre ti- dijo con voz quieta.

-Tendrás que decirme qué deseas saber- repliqué tratando de que mi voz sonara segura, pero apenas un murmullo salió de mis labios.

-Cuéntame sobre tu familia- pidió.

-Bueno... mi padre es profesor en mi universidad; mi madre es psicóloga, pero labora como conferencista; por último mi hermano Esteban es dos años mayor que yo, estudia ciencias químicas- relaté calmada.

-¿Sólo tienes un hermano?

-De sangre sí, por elección tengo a Aria- admití sonriente, William guardó silencio en espera de que continuara. -La conozco desde hace nueve años, es mi mejor amiga, pero está presente en cada paso que doy por la vida... también está Miguel, claro, ambos son muy especiales para mí.

-Entonces eres la mimada de tu casa- decretó y yo me volví hacia él indignada.

-¿Disculpa? Tal vez sea la menor, pero no por ello soy una consentida- mentí, William rió al suponer que estaba en lo correcto. -¿Tratas de proyectarte en mí o qué pasa?- ataqué.

-Claro que no- replicó. -Yo soy el hermano mayor, tengo una hermana de dieciséis años.

-Pobre criatura, tener que soportar tu sarcasmo todos los días- susurré aún molesta por su acusación.

-Soy yo el alma en pena con sus demandas, mi madre dice que es debido a Colette que estudio fuera del país.

-¡Eso es muy cruel! Golpearía a Esteban si se expresara de mí así- exclamé ante su sonrisa.

-Es una broma, Colette está en mi corazón siempre- susurró con ternura, su voz se asemejaba a aquella que había utilizado hacia la señora Vitta, por algún motivo me conmovió. -Bueno, ¿qué haces en tu tiempo libre?

-Leo, escribo, veo películas con Aria y Miguel o salgo a comer con mi familia- relaté indiferente. -Mi libro preferido es El jardín secreto, de Burnett, si eso ibas a preguntar.

William rió sin dejar de mirar al frente, se veía más relajado y conducía de manera despreocupada.

-Disculpa que mis preguntas sean de lo más genéricas, ¿gustas contarme algo que a mi limitada creatividad no se le ocurra?- contraatacó.

-De acuerdo, cuando era niña mis primas mayores me encerraban en una habitación a oscuras por diversión, gritaban que adentro estaba el coco y yo lloraba hasta que mi tía las descubría e iba por mí, gracias a eso le temo a la oscuridad- relaté.

William intentó contener la risa, pero terminó en una fuerte carcajada.

-Sí, ríete de mis temores- reproché asestándole un pequeño golpe en el brazo, William se volvió de reojo hacia mí un momento antes de retomar la vista al frente.

-Lo siento, en verdad- se disculpó aún sonriente. -Es sólo que me parece de lo más tierno, ¿quieres decir que cuando está a oscuras te imaginas que el coco saldrá de tu clóset?

-De mi cama- corregí también riendo. -Ya para, también tú has de poseer temores sin sentido.

William sonrió.

-Vamos, yo ya confesé, dime algún miedo tonto- le apremié.

-Cuando tenía seis años fui con mi familia al zoológico, estaban vacunando a los gorilas, por lo que uno de ellos se alteró mucho y comenzó a golpear la jaula intentando salir, yo estaba justo frente a él, por lo que ahora no los soporto- reveló con una sonrisa tímida.

-Y te burlabas de mi anécdota- reproché con una sonrisa amplia.

-En mi defensa es mucho más probable que un gorila aparezca ahora mismo a que lo haga el coco- replicó divertido.

Por la ventana vi que comenzaba a oscurecer, había estado prácticamente todo el día con William, comencé a observarlo fijamente mientras conducía, cielos que era atractivo: su cabello castaño estaba ligeramente desacomodado, sus pestañas oscuras cubrían sus ojos caramelo como un escudo, bajé la vista de su nariz perfilada hasta sus hombros formados, sus brazos y sus manos grandes en el volante.

-Si sigues mirándome así, harás que choquemos- advirtió arrogante y sentí mis mejillas arder.

-Me preguntaba cuánto mides solamente- ofrecí como excusa. ¿En serio? ¿Eso fue lo mejor que se te ocurrió, Vanessa? William rió sin creerme una palabra.

-Un metro ochenta- me informó de cualquier manera.

Ubiqué mi vecindario a través de la ventana, me sorprendí de que William hubiese memorizado el camino a mi edificio a pesar de que le hice dar varias vueltas por Manhattan cuando me llevó después de la fiesta, aparcó el auto.

-Bueno, muchas gracias por lo de hoy, he pasado un día muy agradable- dije mientras me quitaba el cinturón de seguridad, lo decía de manera sincera.

-Espera, dame un minuto más- dijo mientras me detenía. -Estoy pensando en alguna excusa ingeniosa para que me des tu número.

Rodé los ojos instintivamente, pero una sonrisa me delató.

-A veces la sinceridad funciona mejor- repliqué. -Dame- ordené señalando su celular que descansaba en el tablero.

Tecleé mi número y lo guardé como "Vanessa", se lo extendí tratando de lucirme de forma arrogante como él.

-De acuerdo, ¿tienes otra petición o ya puedo retirarme?- le reté burlesca, como si mi yo interno no estuviera dando saltos de alegría en mi mente.

-¿En verdad puedo hacer peticiones?- susurró con voz arrastrada, que le dio un tono malditamente seductor. Mi arrogancia se fue de golpe y abrí la puerta.

-No, ya abusaste de mi generosidad, buenas noches, William- decreté al bajarme del auto y encaminarme a mi apartamento.

Cuando hube llegado a la puerta del edificio me volví hacia él, que me miraba con su característica sonrisa con aires de grandeza, subí a toda prisa mientras escuchaba su auto encender y alejarse.

Ya en mi apartamento dejé mi mochila en el sofá y tomé mi celular para llamar a mis padres, pero un mensaje de un número desconocido irrumpió en la pantalla.

"Si sientes que el coco te acecha, puedes llamarme".

Rodé los ojos mientras sonreía y le envié varios emojis de gorilas.






Mi nombre es WilliamDonde viven las historias. Descúbrelo ahora